Chaplin caracterizado como Charlot en 'La quimera del oro'

Chaplin caracterizado como Charlot en 'La quimera del oro'

Cine

100 años de 'La quimera del oro', la película por la que Chaplin quería ser recordado

Regresa a las salas, en una restauración en 4k, la película que consagró al cómico inglés como artista total y estrella internacional, una gran producción que imbrica la herencia del vodevil con el gag visual.

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El 26 de junio de 1925, en el Grauman's Egyptian Theatre de Hollywood, se estrenaba mundialmente La quimera del oro, película con la que Charles Chaplin (Londres, 1889-Corsier-sur-Vevey, 1977) se consagró como artista total y estrella internacional.

Tras el éxito de sus dos primeros largometrajes, El chico (1921) y El peregrino (1923), Chaplin se embarcó en una gran producción, para la que llegó a transportar a 600 vagabundos desde Sacramento hasta la cordillera californiana de Sierra Nevada para dar veracidad a la recreación de la fiebre del oro de principios del siglo XX.

El proyecto fue anunciado como un hito industrial y humorístico, pero tanto el público como la crítica supieron detectar de inmediato la grandeza del logro artístico. En una reseña entusiasta, el crítico literario Edmund Wilson destacó la autoridad con la que el cineasta imponía su estilo: “La película es tan chapada a la antigua como los viejos cortos de Mack Sennett (con los que Chaplin se dio a conocer). La evolución de la plástica y la fotografía no tienen lugar aquí”. Así, más allá de las modas y las evoluciones técnicas, La quimera del oro permitió a Chaplin imbricar la herencia del vodevil con la sublimación del gag visual.

Una imagen de 'La quimera del oro'

Una imagen de 'La quimera del oro'

Este diálogo entre la tradición del music hall y la puesta en escena cinematográfica, que Chaplin empaparía de delicadeza y ternura, alcanzó una cima indeleble en la célebre escena del baile de los panecillos de La quimera del oro. Sumido en una fantasía onírica, el personaje de Charlot, el eterno marginado, entretiene a un grupo de chicas recreando un baile típico del teatro de variedades con un par de tenedores, dos chuscos de pan y un delicioso repertorio de muecas que van de la displicencia al más puro candor.

Cuenta la leyenda que aquel pasaje despertaba tal admiración y algarabía entre el público que, en el estreno berlinés, el proyeccionista decidió parar la película y volver a mostrar la escena. Con aquel perfecto equilibrio entre precisión y naturalidad, entre alborozo y melancolía, Chaplin inmortalizó definitivamente a Charlot, “un héroe de altura mitológica”, en palabras de Edmund Wilson, “ahora una figura poética, ahora un tipo salido de una tira cómica”.

Un regreso pertinente

El próximo 26 de junio, justo cien años después de su estreno original, La quimera del oro volverá a los cines de todo el mundo gracias a una restauración en calidad 4K que ha sido liderada por el laboratorio L’Immagine Ritrovata de la Cinemateca de Bolonia. Esta copia, que se presentó en el pasado Festival de Cannes, ha contado con la colaboración del MoMA de Nueva York, el British Film Institute y otras cinematecas del mundo, incluida la Filmoteca de Catalunya.

En concreto, la institución catalana ha aportado un fragmento del filme, procedente del Fondo Pere Tresserra, que remonta diversas escenas de la película y que consiste en 152,2 metros de material en soporte nitrato. Tanto por la preservación de los tintes originales, como por tratarse de una copia en 35 mm de la versión muda (Chaplin remontó el filme en 1942, añadiendo música y un comentario en off), el aporte de la Filmoteca tiene, según la propia institución, “una importancia patrimonial extraordinaria”.

Esta flamante restauración permitirá a los devotos de Chaplin, y a las nuevas generaciones, apreciar en óptimas condiciones el talento de un artista que supo jugar como pocos con la dimensión mítica del personaje de Charlot. En un sofisticado análisis, el gran crítico francés André Bazin destacó la fuerza simbólica de la figura del vagabundo errante creada por Chaplin, y definió la peculiar relación de Charlot con el universo social a partir de las nociones de incomprensión e indiferencia.

Siempre metido en el meollo de las encrucijadas políticas –la conquista del sueño americano en La quimera del oro, la fiebre fordista en Tiempos modernos (1936) y el auge del nazismo en El gran dictador (1940)–, pero incapaz de comprender el sentido de las contiendas ideológicas, Charlot encarnó, con un nervio y una inocencia palmarias, la negativa a someterse a los designios de lo social. Como señalaba Bazin, “Charlot no solo escapa a la influencia de la sociedad, sino que la categoría de lo sagrado ni siquiera existe para él”.

La subversión humanista

En La quimera del oro, Charlot viaja hasta Alaska para probar suerte como buscador de oro y encuentra por el camino a un buen amigo y a una mujer a la que amar. Aunque, más allá de la trama, el genio de Chaplin aflora en dos constantes esenciales de su cine.

Por una parte, la reducción al absurdo de los rituales sociales, algo que se manifiesta en la incapacidad de Charlot para relacionarse con los objetos de un modo utilitario. Más allá de los tenedores y los panecillos transformados en un elegante bailarín, cabe destacar la mítica escena de la bota harapienta convertida, por la hambruna y la imaginación, en un suculento almuerzo de Acción de Gracias, o también el hilarante gag en el que, tras perder su cinturón, Charlot se amarra el pantalón con la correa de un perro, generando el caos en una pista de baile.

'La quimera del oro'

'La quimera del oro'

Y luego, por otro lado, está la dimensión espacial del cine de Chaplin. En una charla impartida en el año 2003 en El Escorial, el cineasta español José Luis Guerin propuso que, en la obra de Chaplin, “la puesta en escena surge de un principio arquitectónico”, una concepción esencialista del cine que brilla en el tercio final de La quimera del oro.

En el prolongado gag de la chabola que se mece sobre el borde de un acantilado, Chaplin elabora un desopilante himno al espíritu de supervivencia y al valor de la amistad. Una de tantas secuencias inolvidables que hacen de La quimera del oro una obra capital del séptimo arte; en concreto, la película por la que Chaplin quería ser recordado.