
Godard por Linklater, o la felicidad del cine, y una extraordinaria Jennifer Lawrence en 'Die, my love'
Godard por Linklater, o la felicidad del cine, y una extraordinaria Jennifer Lawrence en 'Die, My love'
El cineasta presenta en Cannes 'Nouvelle Vague', homenaje a la nueva ola del cine francés. Además, Lynne Ramsay presenta este docudrama marital, protagonizado también por Robert Pattinson.
Más información: La 'Nouvelle Vague' de Linklater: "Con Godard aprendí lo que era la libertad creativa y el cine de autor"
No hay medias tintas ni significados ocultos en Nouvelle Vague de Richard Linklater, un rendido, encantador homenaje al espíritu que se apropió del primer largometraje de Jean-Luc Godard en el París de 1959.
Tomado por el humor y el romanticismo casi quijotesco, con intención docudramática, incluso pedagógica, el filme se apropia de su formato cuadrado y su blanco y negro (como si fuera un facsímil estético), de sus costuras al descubierto, de sus ritmos y tonos, de las anécdotas y citas que conforman la documentada mitología alrededor de Al final de la escapada, que cambió el cine francés (y moderno) para siempre, al tiempo que pinta un delicioso retrato de Godard (Guillaume Marbeck), ese gran bromista, ladrón y genio, en los albores de su monumental filmografía.
El propósito es clarividente. ¿Cómo filmar, es decir, escenificar 65 años después un making of retro de Al final de la escapada? Con el desparpajo y la incontinencia narrativa del cine emulado, los primeros minutos el filme avanza identificando y poniendo en escena los nombres y rostros (muy similares) de la Nouvelle Vague cuando hacen aparición en la cosmogonía de su tiempo de revoluciones.
En los cuarteles generales de Cahiers du Cinéma, filmará el encuentro de los cinéfilos con el padre espiritual, Roberto Rossellini, y las conversaciones de Godard con el productor Beaudegard y el cineasta Melville y el púgil-actor Belmondo en los preparativos para poner en marcha el rodaje. La crónica se alimenta por encima de todo de ternura y de mistificación, de anecdotario y admiración, y cuando Jean Seberg (soberbia Zoey Deutsch) entra en escena, el film encuentra sus más profundas revelaciones.
La inteligencia, el gran acierto de Richard Linklater es zambullirse en esa nueva ola, o gran parte de ella, desde la óptica de Jean Seberg, otra estadounidense, como él, en el París de las maravillas, filmando su filme francés (que ama y detesta al mismo tiempo) que, sin embargo, es esencialmente americano (ningún cineasta francés podría haber hecho esta película).
La lógica del filme es tanto la de ella (“me estás interpretando a mí”, le dice Godard), y su mirada descreída de intrusa exótica, como la del propio Godard, con cuyo espíritu de subversión Linklater necesariamente se identifica y celebra. El retrato está en el polo opuesto de la torpe, infame Mal genio que presentará aquí también Hazanavicius.
No hay trampa ni cartón, como decíamos, es invisible, pero claramente las simas profundas de Nouvelle Vague, que se disfruta como una comedia de lunáticos, es mucho mayor que la de sus apariencias. En este sentido se alinea con esas películas del autor de Antes del atardecer (su filme francés previo) que pesquisan atrapar en la pantalla la alegría de vivir, el desbocado desenfreno de la pasión existencial, la materialidad del arte al encuentro de la vida o la camaradería hawksiana, si queremos, como en Movida del 76 o Todos queremos algo.
Obviamente, desde la óptica local y la intelectualidad francesa será tan fácil minimizar este filme como se hizo con el modo en que Woody Allen romantizó la generación perdida de Medianoche en París, tan edulcorada, pero qué perfecta (irreal) Palma sería esta para Cannes. Los diez locos que perpetraron Al final de la escapada como si el cine estuviera por inventarse no son meras caricaturas en manos de un idealista, están todos en el registro festivo que pide el relato, retratados con alegría, ternura y arrebatos de demencia.
Están poseídos por el espíritu ligero y anarquizante que llevan a la pantalla. Es fácil entender que para Linklater era tan importante lo que pasaba fuera de los planos de Raoul Coutard (otro gran retrato, en su ligereza) como dentro de ellos, y que todo consistía en romper las reglas, filmar sin guion, pasar las horas del rodaje en un bistró esperando la visita de las musas de Godard. Para desesperación del productor y la diva de Hollywood.
“Las citas son las Sagradas Escrituras”, sostiene Godard rematando una de las numerosas bromas que le gasta el equipo sobre sus innovadores métodos. Emulando la poética godardiana, Nouvelle Vague también es una película construida de citas visuales y textuales de todos los implicados (Truffaut, Chabrol, Seberg, Rohmer, Shiffman, Bresson, Melville, Bergman…), la película de un ladrón para quien lo importante no es de dónde procede lo que utiliza sino qué hace con ello y a dónde lo lleva. O plagio o revolución.
Linklater, a pesar de cierto aroma formalista que elude vampirizar la propuesta, lo ha llevado todo a un lugar del que quisiéramos no salir nunca: una genuina fiesta de cine. Quizá esa otra forma de subversión no pase por alto en el ambiente escénico de Cannes.
Die, My Love
La también norteamericana Lynne Ramsay ha presentado a concurso Die, My Love, docudrama marital sobre la depresión postparto llevada hasta la locura, protagonizada por una extraordinaria Jennifer Lawrence (asilvestrada incluso para ella, que también produce el filme) y por Robert Pattinson.
Película de alta conciencia interpretativa y magnética sensualidad que logra su cometido a base de ciertas notas de histerismo formal y un guion redundante, cocido a medio gas, de atmósfera rural, un tour de force plenamente consciente del marco en el que se mueve. Es una fábula volcánica, como el personaje de Lawrence, pero su demencia está, en definitiva, tan domesticada como el papel al que está relegada en la dinámica patriarcal del relato.
La directora de Tenemos que hablar de Kevin no oculta su interés una vez más por los demonios de las psicopatías, sus mecanismos cinemáticos, que esta vez busca a partir de la novela Mátate, amor de la escritora argentina Ariana Harwicz.

Jennifer Lawrence yRobert Pattinson en la presentación en Cannes de 'Die My Love' Foto: Alberto Terenghi/IPA via ZUMA Press/dpa
Sus querencias por Una mujer bajo la influencia o por Mother de Aronofsky son apenas espectrales, acaso deseos. Con todo, Die My Love tiene más valor por sus conquistas de forma que de sentido. Su agenda puede pasar por ser un “filme de tesis", “una exploración profunda de la maternidad”, pero su foco en la superficie emocional no se quiere, con criterio, enfangar en las complejidades sociales del tema.
Si a ellos sumamos las generosas apariciones de Sissy Spacek y Nick Nolte como los suegros de Grace, inyectando sus historias precedentes en la pantalla, este tercer trabajo que presenta la directora en el marco de Cannes, tiene las suficientes credenciales como para despertar simpatías en el sanedrín.