Creador de grandes e inolvidables personajes así como sagaz captador de las sutilezas y convulsiones de su época, no es extraño que el cine francés recurra a Balzac con frecuencia, el escritor al que el joven protagonista de Los 400 golpes (François Truffaut, 1959) le pone un altar.

Después de Las ilusiones perdidas, de Xavier Giannoli, ganadora de siete Césars del cine francés el año pasado, ahora toma el protagonismo otra de sus creaciones más célebres, Eugénie Grandet, la historia de una joven de provincias (Joséphine Japy) sometida al dominio de su ávaro y despiadado padre, Felix (Olivier Gourmet).

Han pasado doscientos años desde entonces pero el director Marc Dugain, cineasta y novelista célebre por El pabellón de los oficiales (adaptada al cine en 2001 por François Dupeyron), cree que Grandet tiene plena actualidad: "Lo que encuentro interesante justamente cuando hago una película sobre una historia del pasado, tanto en el plano cinematográfico, como en la dirección de actores así como el lenguaje, que en el caso el de Balzac es muy rico en matices, es la dimensión política. Esta historia nos transporta a un momento muy concreto y fundamental de la historia de Francia, cuando se produce el gran nacimiento del capitalismo. Es el momento en que la aristocracia comienza a perder su influencia y sus privilegios y la burguesía capitalista toma las riendas que sigue manejando hasta hoy".

Avaricia, motor capitalista

Como ya veíamos en Las ilusiones perdidas, Balzac tiene una visión amarga de los cambios producidos después de la Revolución francesa. La acción se sitúa en el breve periodo de la restauración borbónica tras la hecatombe de la toma de la Bastilla, la ejecución del rey y la épica del fracasado imperio napoleónico.

Una restitución de la monarquía que duró de 1814 a 1830, y que para Felix Grandet supone un motivo de angustia. Enriquecido en los tiempos de la revolución, cuando un tonelero como él pudo convertirse en alcalde y mandar construir todos los caminos en función de sus propiedades, gesta de la que alardea, padece porque teme que el cambio de aires pueda perjudicarle.

Por una parte, vemos cómo los "sans-coulottes", las clases bajas, han podido acceder a cuotas de poder o enriquecerse como en el caso de Felix Grandet. Por la otra, la parte triste es que esos nuevos ricos o poderosos se comportan de manera tan déspota y corrupta como los aristócratas a los que pretenden reemplazar. Además, con el capitalismo se da rienda suelta también a un instinto nuevo como la avaricia, al alcance ahora de todo el mundo. Ya lo decía Gordon Gecko en Wall Strret (Oliver Stone, 1987): "La avaricia es buena".

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Eugénie es la heroína pero su padre, el nuevo rico de provincias, se convierte también en más que protagonista, en símbolo: "Es un personaje profético", dice Dugain. "La Francia de hoy, en la que los propietarios de las grandes empresas tienen una necesidad de poder sobre los bienes, sobre la gente… no se puede entender sin conocer ese momento histórico. Los excesos que pagamos hoy día como el propio cambio climático empiezan allí. Avaricia es la palabra que define a Grandet y también al capitalismo depredador actual".

Prosigue el director: "Una cosa que me parece muy importante, especialmente por los jóvenes, es mostrar de dónde venimos. Hay una idea terrorífica que es la idea de posesión. Felix es un hombre que lo posee todo: su hija es suya, su mujer es suya… y evidentemente también el dinero. Con su actitud, de hecho, mata a todo el mundo. Hay algo extremadamente enfermizo en este patriarcado representado por un hombre que lo quiere tener todo. No hay incesto porque el libro no llega tan lejos pero no quiere dejarla, no quiere que se case, no quiere que se enamore… Ese hombre que lo quiere tener todo representa a los grandes capitalistas de hoy en día".

Y añade: "Yo creo que en realidad hay un solo asunto que es el poder porque el amor es una forma de poder. El dinero es una ilustración del poder. Cuando uno tiene dinero siempre quiere más. El ser humano se organiza en torno al poder y la forma en que este poder se organiza. Eso son los oligarcas. La tecnología ha avanzado muchísimo, hemos pasado del caballo a internet, pero el antiguo espíritu arcaico de la avaricia sigue allí. ¿Por qué personas que han ganado muchísimo dinero siguen queriendo ganar más? No es que necesiten otra casa, es que quieren más que los demás. Es un "espíritu reptiliano".

Las variaciones de Balzac

La película arranca cuando la familia, que vive de manera miserable a pesar de la fortuna que esconde el padre, recibe la visita de Charles (César Domboy), un apuesto y elegante joven de París que huye de una escandalosa vida amorosa. Charles es sobrino de Felix y por tanto Eugénie se enamora de su primo, acosado también por las deudas de su padre, un comerciante que después de triunfar en París se ha arruinado con lo cual, según los estándares de la época, ha "cubierto de vergüenza" a la familia, un concepto que tendrá una gran importancia en esta historia.

Tanto Eugénie como su desdichada madre son víctimas no solo de un psicópata, también de un sistema social y legal que concede todo el poder al hombre y somete a la mujer a una especie de perpetua y degradante minoría de edad. "La única suerte de las mujeres", le dirá Eugénie a su padre en el momento quizá más significativo y rotundo del filme, "es que nosotras no tenemos miedo a morir, al contrario, mientras vosotros tenéis motivos para sufrir por ello".

Otra escena de la película.

Dice Dugain: "La cuestión de los hombres y las mujeres, el patriarcado y la propia familia del siglo XIX, es un tema central. Es bastante reciente que los matrimonios no se arreglen y la tradición patriarcal de muchas maneras sigue presente. Este comportamiento de hecho es propio del gran capitalismo que también quiere poseerlo todo, los bienes y la gente. Es interesante ver cómo eso empezó, esa forma moderna de apropiación y dominación".

Prosigue el director: "Mi mujer es profesora de francés en un instituto y cuando le conté que quería hacer esta adaptación me dijo que no lo entendía porque es una historia vieja. Pero no lo es en absoluto. Hay una modernidad absoluta. He hecho cambios pero respetando el espíritu del texto y de Balzac. Él consideraba que los hombres son más pesados, más previsibles, y que los personajes realmente interesantes son las mujeres. Es un escritor que sigue siendo muy importante para comprender Francia y fue un gran avanzado. Hay siempre una sociología en su literatura una dimensión política, porque capta de manera magnífica la época".

Un escritor cinematográfico

Los cambios a los que se refiere Dugain se refieren sobre todo al final de la novela ya que la película ofrece una solución más "moderna" a los dilemas que acosan a la desdichada Eugénie, una joven de buen corazón prisionera de un sistema perverso: "En la música existen las variaciones sobre un tema de Liszt o de Chopin y esa es la idea que me gusta a mí, una variación sobre una gran obra en este caso literaria. Si eres demasiado fiel y lo haces tal cual lo más probable es que el libro siempre será más fuerte que la película. Si le metes tu propio imaginario respetando la obra puedes conseguir algo único".

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Fuente de inspiración para muchos cineastas, Dugain reivindica la vigencia de Balzac: "Volví a leer Eugénie Grandet en un momento en el que estaba haciendo mudanza. Tenía todas mis cosas en cajas embaladas y me encontré con las obras completas de Balzac que me regaló mi padre. Fue una casualidad. Es un autor muy cinematográfico, hoy sería un guionista de series y películas increíble. Tiene una gran perspicacia, sería un genio de la escritura cinematográfica. Para mi generación el anclaje narrativo es sin duda la gran tradición europea, nuestro cine bebe de allí, hablo de la gran literatura rusa pero también la española, la austríaca… La novela del siglo XIX es fundamental, esa es mi cultura. Por eso también me gusta hacer películas de época, me permite volver a ese siglo XIX que amo por los libros".

Además de dar una conclusión diferente a la historia, el director también ha actualizado los diálogos: "Si respetásemos el lenguaje de Balzac sería imposible, una persona que hablara como en sus novelas pensaríamos que está loco. Se trata de buscar un lenguaje que no sea totalmente moderno por una cuestión de respeto pero tampoco exactamente el mismo. El del siglo XIX era un lenguaje muy rico, muy florido que hoy llamaríamos snob y que asociamos a la clase alta pero no es cierto. Un obrero de entonces tenía más palabras que un intelectual de hoy porque el lenguaje ha disminuido".