Pocos personajes literarios más fascinantes que Lucien Chardon 'de Rumbempré', el arribista de Las ilusiones perdidas, novela publicada entre 1836 y 1843, en la época de la restauración monárquica que sucedió al Imperio de Napoleón. Creado por la pluma de Balzac, ese hombre que pretendía levantar toda una “comedia humana” que fuera reflejo de todas las pasiones, el joven periodista y escritor prospera en el París del siglo XIX para acabar sufriendo la cara más dura del 'éxito'. Guapo a rabiar y con talento, así lo describe el propio escritor, Lucien tiene un defecto que puede provocar su ruina: la vanidad. “En la vida del ambicioso”, recita la voz en off calcando las palabra de Balzac, “cuando llega el éxito siempre hay un momento en el que no se sabe por qué todo se le gira todo en contra”.

La ascensión y caída del apuesto plumilla ha sido una sensación cinematográfica en Francia, donde si no fallan las previsiones arrasará en los César, ya que parte como favorita con quince nominaciones. Protagonizada por Benjamin Voisin en la piel de Lucien, Xavier Giannoli (Neully-sur-Seine, 1974) dirige un filme efervescente sobre un siglo XIX que se parece mucho al XXI. Conocido en nuestro país por películas como Chanson d’amour (2006), Crónica de una mentira (2009) o Madame Marguerite (2015), la suya es una versión muy fiel al original literario (con un final, eso sí, menos amargo) en el que la peripecia del joven se convierte en una fábula moral. Dice el director: “Cuando llegué a París para estudiar letras, la novela se convirtió en un fetiche para mí. Siempre he tenido la intención de hacer una adaptación, pero no para colorear las palabras del libro haciendo un plagio académico, sino para inventar mi propia adaptación. El arte es algo que se mueve y Las ilusiones perdidas nos habla de nuestro tiempo. ¿Qué es el cine sino el arte de la transfiguración?”.

Del siglo XIX al XXI

Una imagen del filme. Foto: Roger Arpajou

Las resonancias entre el principio del siglo XIX en la capital francesa y el mundo de hoy se vuelven evidentes. Oriundo de la provincia y más pobre que una rata, Rubempré primero se alía con la prensa izquierdista de la época, la que le corresponde por su clase, pero cuando el éxito se le sube a la cabeza, cambia de bando, deslumbrado por el glamur de la aristocracia y obsesionado con la idea de ennoblecerse. “No es casualidad que tanto Rastignac, de El Padre Goriot, como Lucien, dos personajes fundamentales de Balzac, sean de Angulema. Están los nobles que viven arriba de las colinas y la Francia de “abajo” que habita dentro de las murallas de la ciudad. Es una ciudad en la que la topografía exprime las diferencias sociales. Ambos personajes son jóvenes que quieren derribar los muros, cada uno a su manera”.

Dice Giannoli que ha querido inspirarse en el texto como “si fuera música” para captar una sociedad en ebullición, como la de la época en la que los cambios se producen de manera acelerada. "Es un tiempo de restauración monárquica que sucede a una época muy convulsa después de la revolución francesa y el imperio napoleónico", comenta el director. "La sociedad francesa aspira a la paz y quiere divertirse. Al mismo tiempo, Luis XVIII recupera los valores de la monarquía pero trata de adaptarse a los nuevos tiempos, marcados por una burguesía que reclama mayor protagonismo”.

Vemos una sociedad muy polarizada en la que la prensa, descaradamente partidista, se comporta de manera canallesca utilizando el bulo y la calumnia. Rubempré se queda deslumbrado ante el cinismo de sus colegas, que venden críticas literarias y teatrales ya que como opina su mentor, el joven director de un periódico Ettienne Losteau (Vincent Lacoste), es perfectamente posible escribir una cosa y su contraria. Vemos cómo el héroe del filme, o quizá mejor llamarle el “antihéroe”, primero pierde la inocencia y luego, la propia moral. “Sirve como paradigma de todos esos jóvenes ambiciosos que se dejan deslumbrar por el juego de espejos parisino y acaban perdidos", dice Giannoli. "Vemos los inicios de la sociedad del espectáculo en la que cada uno juega un papel y es muy difícil no acabar estropeándose”.

“Yo tenía un buen corazón, pero…”

'Las ilusiones perdidas'

El retrato de los albores del periodismo moderno, cuya influencia marca a la sociedad de una manera profunda, sirve a Giannoli para trazar lo que llama, en palabras del crítico Georg Lukács, “la capitalización de los espíritus o la mercantilización del mundo”. El nacimiento de la era industrial y la aceleración del comercio mundial sitúan a Francia en un escenario nuevo en el que el poder de los medios y la publicidad se sitúan en el centro. “La prensa comercial de la época no es más que un símbolo de lo que Balzac llamaba el gran movimiento de la sociedad hacia el Dios del provecho", explica Giannoli. "Yo he querido retratar a estos grupos enfrentados de periodistas, los monárquicos y los liberales, como bandas de mafiosos que utilizan la infamia y la calumnia para derribar al contrario. No hay moralización, Balzac también celebra algunos aspectos positivos de ese nuevo mundo, lo que sí expresa es una inquietud humanista”.

Bello cual Dios griego, Rubempré trata de aprovecharse de su talento pero también de su atractivo físico para prosperar en la sociedad parisina. Una vez más, sin embargo, el apuesto arribista, ese que dice “yo tenía buen corazón, pero…”, errará en sus cálculos al no comprender no solo que la falta de integridad acaba saliendo cara porque “Roma no paga a traidores”, sino también los mecanismos de una sociedad profundamente clasista en la que los pobres como Chardon/Rubempré pueden aspirar, con suerte, a convertirse en juguetes de quienes realmente manejan los hilos. Una vez más, el protagonista será víctima de su cinismo, ya que frente al amor sincero de Coralie (Salomé Dewaels), suspirará por el mundo refinado de Louise de Bargeton (Cécile de France).

Dice Giannoli: “Después del ejemplo de Napoléon, un tipo bajito corso que había conquistado el mundo, hay una nueva juventud que sueña con conquistas y la revancha social aunque lejos del campo de batalla. El heroísmo se basa en la carrera y es monetizable. ¡En esta época se crea la primera escuela de comercio! Sin embargo, atención, Lucien no es una víctima, eso es demasiado fácil. Balzac quiere captar también la seducción fascinante de este nuevo mundo. La crueldad y la melancolía son dos notas que he querido que estén presentes en este torbellino”. Al final, como en la novela, queda el sabor agridulce de la que quizá es su principal lección, hay que ser muy rico para meter la pata hasta el fondo y salir con vida. O dicho de otra manera, los pobres no pueden permitirse la falta de moral y se necesita mucho dinero para permitirse tanto la nobleza como el delito. Desde luego, Chardon no lo es.