Imagen | 'Seis días corrientes', Pepe Gotera y Otilio en clave de autor

Imagen | 'Seis días corrientes', Pepe Gotera y Otilio en clave de autor

Cine

'Seis días corrientes', Pepe Gotera y Otilio en clave de autor

La hilarante película de Neus Ballús recurre a actores no profesionales para realizar un canto a la empatía al tiempo que deconstruye la masculinidad tóxica

3 diciembre, 2021 09:03

Algunas de las más sugerentes películas españolas de 2021 han contado con actores no profesionales o naturales que interpretaban en pantalla versiones más o menos fidedignas de ellos mismos, como ocurría en Destello bravío (Ainhoa Rodríguez), en Espíritu Sagrado (Chema García Ibarra), en Magaluf Ghost Town (Miguel Ángel Blanca) o en Libertad (Clara Roquet). No es algo poco común en nuestra cinematografía, de hecho los hemos visto recientemente en filmes como Lo que arde (Oliver Laxe, 2019), Entre dos aguas (Isaki Lacuesta, 2018) o Carmen y Lola (Arantxa Echevarría, 2018). Casi todas estas películas, eso sí, se inscriben en el género dramático o son apuestas entre lo enigmático y misterioso, apostando por un lenguaje interpretativo para estos actores noveles muy bressoniano. De hecho, era Bresson el que decía que era más fácil enseñarle a un leñador a actuar que a un actor a cortar un árbol. La dicotomía es la siguiente: precisión y carisma frente a verdad biográfica. 

Neus Ballús también ha contado con actores naturales en sus dos primeras películas, La plaga (2013) y El viaje de Marta (2019), y ahora lo vuelve a hacer en Seis días corrientes, que se estrena este viernes. La particularidad es que nos encontramos ante una comedia, para este crítico la más hilarante de todas cuantas ha producido el cine español este año. Y no hablamos de experimentos post humorísticos y demás derivados que buscan la incomodidad y congelan la sonrisa, sino de una comedia clásica, con sus gags, su mala leche y también sus momentos de ternura. Y tan buen desempeño han dado sus dos protagonistas, Valero Escolar y Mohamed Mellali, encontrados por la directora la Escuela de Instaladores del Gremio de Barcelona, que recibieron ex aequo en Locarno el premio al mejor actor. Quizá solo se le pueda poner un pero a esta distinción: haber sacado de la ecuación a Pep Sarrà, que también brilla en el largometraje. No son los únicos galardones que ha recibido el filme es su largo paso por festivales, ya que conquistó la Espiga de Plata y el Premio del Público en la SEMINCI.

El filme se zambulle en la Barcelona de extrarradio siguiendo a esta terna de hombres imperfectos. Son los currelas de una pequeña empresa de fontanería y electricidad, pero se encuentran en momentos muy distintos de sus carreras profesionales. Pep, catalán de pura cepa, se jubila al cabo de seis días, por lo que se encuentra en retirada (lo que no le impide tomarse ciertas cosas un poco a la tremenda); Valero es un charnego cincuentón que esconde sus problemas de autoestima tras una verborrea desatada y Moha es un inmigrante marroquí educado y muy trabajador que llega a la empresa con la idea de sustituir a Pep si supera el periodo de prueba.

La película, de naturaleza episódica, se desarrolla durante esas seis jornadas a las que hace mención el título, mientras estos chapucillas tendrán que resolver distintas averías en varias casas: la de un nonagenario con un fórmula infalible para la longevidad, la de una fotógrafa artística, la de un psicólogo… Mientras ocurren toda suerte de anécdotas, el núcleo de la historia será la evolución de la relación entre Valero y Moha, condicionada porque el primero desconfía de que un inmigrante puede ser el trabajador ideal para sus potenciales clientes (algo que choca continuamente contra la realidad).

Lo cierto es que Ballús ha sabido cuadrar los elementos con los que contaba para que la comedia funcione, algo que no era sencillo en un género que siempre se ha sostenido en la precisión de las actuaciones y de los diálogos. Era obvio que estos actores no le podían ofrecer ese trabajo, pero la directora ha tenido el buen tino de recurrir a la elipsis para rematar las situaciones, lo que resulta de lo más efectivo. Además, Valero tiene un potencial cómico brutal, tan zafio en sus comentarios como vulnerable en su fuero interno. Pero más allá de las carcajadas, la película también es capaz de realizar un afinada y emotivo canto a la empatía, al tiempo que deconstruye la masculinidad tóxica hasta dejarla en cueros y muestra una postal de una Barcelona multicultural y humilde que no suele salir en las guías de viaje. Por ponerle un pero, la brocha gorda con la que dibuja a los compañeros de piso de Moha. En cualquier caso, un filme imprescindible.

@JavierYusteTosi