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Cine

'Noches mágicas': la amarga belleza del cine

Con tono de parodia y fondo dramático, Paolo Virzì cuenta cómo se vulgarizó el cine italiano a partir de los 80, dejando atrás los años de gloria del neorrealismo

15 mayo, 2020 11:26

En los años 80, el cine italiano vivía una cruel transición. Atrás quedaban los años de gloria del neorrealismo y la gran comedia y por delante estaban las Mama Chicho. El director florentino Paolo Virzì (1964) retrata esa época en la que él mismo tenía 20 años para mostrar, con tono de parodia y fondo dramático, el momento exacto en el que Berlusconi (que nunca sale pero es como la sombra que todo lo oscurece) se hizo el dueño del cotarro y el espectáculo más vulgar sustituyó a lo sublimeNoches mágicas es una especie de Amarcord (1973), película de Fellini que se cita varias veces, a la inversa. Aquí vemos también la bellísima Roma del glamour y las celebridades pero en su versión amarga.

A través de la figura de tres jóvenes guionistas que se disputan un premio para el mejor libreto, Virzì nos muestra la desilusión de unos escritores ingenuos y entusiasmados que sueñan con ser grandes artistas pero tienen que lidiar con un mundillo en el que proliferan los canallas, el cinismo y las cesiones a una nueva comercialidad hortera que pronto se convertiría, como antes lo fueron De Sica, Rossellini, Visconti o el propio Fellini, al que se considera “acabado” por sus pares, en un símbolo de la propia Italia.

No hay homenaje y exaltación del mundo del espectáculo en Noches mágicas. Con tono desenfadado y desmitificador, Virzì entrega una película mucho más dura y crítica de lo que parece en la que contrapone el idealismo de sus jóvenes protagonistas con la realidad no solo de un país que camina dando zancadas al precipicio de la inmundicia televisiva, también de una cultura latina aferrada a las trampas y la corrupción. En una partida de cartas entre los dos elementos que marcan la esencia italiana, su amor por la belleza y el refinamiento pero también su alma corrupta y canalla, en esta película, gana la segunda.

NOCHES MÁGICAS - Tráiler VOSE

La personalidad de los jóvenes protagonistas marca el tono. Por una parte, el intelectual Antonino (Mauro Lamantia), quien sueña con hacer una película onírica con el denostado Fellini que reinvente el lenguaje del cine; el entusiasta Luciano (Giovanni Toscano), un chico guapo traumatizado por la muerte de su padre, cuya historia cuenta en su guión, que como buen veinteañero solo piensa en llevarse chicas a la cama. El trío lo completa la sufridora Eugenia (Irene Vetere), hija de una riquísima familia, con problemas de comunicación y con las drogas que también exorciza con su trabajo sus demonios personales. Tres artistas muy distintos pero unidos por una misma pasión, el cine, al que tienen mitificado hasta que comienzan a ver cómo los productores convierten sus sueños en productos comerciales al tiempo que van cediendo casi sin darse cuenta.

El punto de arranque de Noches mágicas es el asesinato de un viejo productor, Leandro Saponaro (Giancarlo Giannini) que se pasea con una jovenzuela exuberante por la vida a la vez que estafa a todo el que se le pone por delante. Las sociedades italianas y española tienen vicios parecidos y lo que muestra el filme nos suena cercano. La gran comedia italiana de los 50 y 60, dirigida por maestros como Monicelli, Dino Risi o Pietro Germi, protagonizada por actores inolvidables por su carisma y talento como Alberto Sordi, Vittorio Gassman, Sofia Loren, Monica Vitti o el infinito Mastroianni, ya nos mostraban una Italia corrupta y caótica a la que un actor francés define en la película como una “mezcla entre Dios y política”. Es ese mismo país de Virzì, pero no hay aquí una exaltación de la informalidad latina sino un lamento, más profundo y más doloroso de lo que parece, sobre una sociedad incapaz de actuar siguiendo las reglas que sirve como preludio a la catástrofe berlusconiana.

Muy bien dirigida, con ritmo y con gracia, Virzì logra en Noches mágicas una bomba de relojería bajo la apariencia de comedia simpática. Con ese productor tramposo y viejo verde de Saponaro, el director no solo quiere crear un prototipo del capitalista despiadado al estilo latino que después tendría su cénit en Berlusconi, también quiere reflejar el canto del cisne de un cine italiano que a partir de los 80 perdió el norte para pasar de ser la gloria del mundo a exportador masivo de telebasura.