José Luis Cuerda Estela Films (2)

José Luis Cuerda Estela Films (2)

Cine

Un Cuerda 'Total': prólogo inédito del cineasta

Publicamos en exclusiva el prólogo del libro que recoge el guion de su película 'Total', que Pepitas de Calabaza publicará próximamente como aperitivo a un libro póstumo de relatos inéditos del cineasta

4 febrero, 2020 19:03

FIN DEL MUNDO TOTAL

El Fin del Mundo Total nació el 17 de noviembre de 1833 en Noceda, provincia de Orense, donde estaba destinado su padre como agente de Aduanas. Teniendo en cuenta que el parto fue pesadísimo, que el ginecólogo tuvo que usar fórceps y que a nadie le hizo bien tal nacimiento, cabe considerar la conveniencia de que el doctor hubiera estado en huelga esa mañana.

La familia del Fin del Mundo Total vivía en una mansión del barrio norte de Noceda, cedida por el Ayuntamiento a veintisiete agentes de Aduanas, tres peritos agrónomos, un sacerdote y su sobrina, y algunas viudas de militares.

Allí vio su primera luz el Fin del Mundo Total y, o no gustóle lo que vio, o era ya, nada más nacer, de carácter tremendo y desmedido, porque lo primero que hizo fue reprochar, con argumentos impropios de un niño de su edad, a su padre, el agente de Aduanas, y a su madre, mujer bondadosa, no sólo el haberlo engendrado, sino también el método que habían empleado para ello.

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He hecho películas normales y raras. Normales buenas y menos buenas. Y las raras —Total, Amanece que no es poco y Así en el cielo como en la tierra— raras, dejémoslas en raras. Amanece, que no es poco, con esa miajita de conformismo pecador implícita en el título, ha servido, pardójicamente, de banderín de enganche a miles de secuaces nada acomodaticios, desastrados, voluntariosos, que se complacen en las torceduras y quiebros del recto cavilar, en el que tanto se prodiga ese amanecer.

Voy a decir orgullosamente —con desvergüenza sería más exacto—, antes que nada que, visto lo visto por estas latitudes, la tal película y su preámbulo o confesión de intenciones, Total, y su culminación apocalíptica, Así en el cielo como en la tierra, han abierto un boquete, una gatera para asomase y abordar una realidad, mental sobre todo, que estaba pidiendo a voces análisis, opinión, reacción. Que se la sobase a modo, vamos. Con caricias y revolcones, con amor apasionado. Los estímulos para los cerebros proclives a tal tarea encontraban y enraizaban sin duda en el menosprecio de corte y alabanza de aldea, la picaresca —la piaresca me ha escrito por su cuenta una afortunada errata—, el realismo, los ismos y la saludable desvergüenza de retorcer el pescuezo a la lógica pusilánime, a la realidad redonda, consumada, intocable, chata. ¿Cómo y por qué desperdiciar la carga ética, crítica, lírica, estética que vertebra nuestras artes más precisas, más bellas, más salutíferas, más valientes?

Hay un magma musculoso y huesudo compuesto de retazos de Berceo, pasajes del Arcipreste de Hita, obras anónimas de los albores del castellano, de Guzmán de Alfarache, Cervantes y Quevedo, Tirso y Lope, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz… Y sobrevolando siglos: Baroja, Galdós, Clarín, Pardo Bazán, Valle Inclán… Y en nuestras vísperas del destilado embriagador, portentoso que de todo ello hicieran Aldecoa, Cunqueiro, Azcona, Berlanga, Ferreri, Martín Santos… Me bastaba acercarme a ellos no con la desfachatez y ruindad del que copia, sino con el sano fin de robarles con nocturnidad y alevosía el aire que les daba aliento y la arcilla con la que fabricaban sus muñecos: curas, guardias civiles, alcaldes, grandes mujeres y ninots de fallas. Mi trabajo consistiría, en definitiva, en moldearlos con los cinceles que me fueran propios.

El humor que siempre me había gustado en cine tenía que ver con Billy Wilder o Berlanga. Entonces me hice una reflexión que no he modificado en absoluto. En España es absurdo hacer comedias al estilo de Berlanga, porque ya las hacía él y nadie las iba a hacer mejor. Ese acercamiento que Berlanga o Azcona tenían a la realidad les era tan propio, que cualquiera de los que nos aproximásemos a su mundo tendríamos forzosamente que partir de una mirada analítica sobre lo que ellos habían hecho. No acudiríamos a esos fenómenos con la limpieza y la inmediatez con la que ellos acudían. Teníamos circunstancias personales diferentes y las cosas ya no se producían como en sus películas. Yo tendría que contarlas desde un punto de vista «culto», lo quisiera o no lo quisiera. Y eso introducía una distancia que, de alguna manera, había que reflejar incluso en la propia narración, si uno quería ser honrado.

Por fuerza mis alcaldes y curas, mis guardias civiles y pastores de cabras no son materia prima. Vienen sin remedio a mi caletre reflexionados, opinados, leídos, vistos, sabidos. Mis herramientas para su fabricación no son las de los autores citados. Ellos copian sus originales de la realidad real, conviven con ella y pintan el paisaje con figuras, los bodegones, los retratos que tienen delante de sus narices. Yo copio de sus copias del natural. Ellos mismos podrían ser personajes de sus obras. Yo no podría serlo de mis películas. No he tenido esas vivencias. Las conozco. Eso es todo. Ni por edad, ni por origen, ni por formación me asemejo a sus vidas.

He sido mucho mejor lector de Pío Baroja o de Josep Pla o de Álvaro Cunqueiro, que de Enrique Jardiel Poncela o de Miguel Mihura. También Cunqueiro echa las patas de la fantasía por alto, pero me parece un recurso expresivo o poético perfectamente legítimo sin adscripción a escuela alguna. En la esencia de este tipo de fantasías está el no adscribirse a ninguna escuela.

Hay historias que a uno le apetece contar y que unas veces van mejor en un cajón que se llama «comedia», otras veces en uno que se llama «drama» y otras como se quiera llamar. Yo hago películas, escribo, dibujo de vez en cuando, y el que lo vea, que piense lo que quiera, que para eso está.

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Después de muchos años en Televisión Española y de haber hecho una película para cine, Pares y nones, los directivos me llamaron para ver si quería hacer un especial de una hora para mandar a festivales, que era una cosa que se hacía habitualmente. Yo les propuse una serie de películas. Eran todo dramones, porque comedia yo sólo había escrito Pares y nones. Todos mis demás guiones eran tragedias y dramas. Me dijeron: «No, no. Queremos una cosa de risa». Me deprimí mucho, porque me decía: «Ahora me pasaré la vida haciendo comedias». Pero entonces pensé que podía hacer algo de risa, pero de risa de la mía. Y de ahí surgió el guión de Total.

Una vez, durante viaje, vi unas montañas y pensé: «¿Qué pasaría si, a la vista de estas montañas, yo dijese que estamos en Nueva York?».

Lo que quería era, nada más empezar y con absoluta economía narrativa, contar los límites en que se iba a mover toda la película. Y mientras que Agustín González señala una torre de un pueblecito perfectamente identificable como un pueblo español y le dice a la cámara «Londres»; luego señala el rebaño de ovejas que tiene delante, como buen pastor que es, y dice «ovejas». Entre esa cosa tan apegada a la tierra de ver que hay allí unas ovejas y que hay un pueblecito que este hombre dice que es Londres, se produce el transcurso de lo que va a ocurrir la película.

Total tiene, probablemente, la mejor secuencia que he hecho en mi vida: la historia de amor en un solo plano, en un solo travelling, con Miguel Rellán y Enriqueta Carballeira. Todas las historias de amor en cine son una convención, está clarísimo. El amor tarda mucho más en fraguar y en irse a hacer puñetas, que es el camino de ida y vuelta que suele hacer el amor. Y yo dije: «Pero si eso se puede hacer en un plano. Empiezan diciendo que se quieren mucho y terminan mandándose a hacer puñetas». ¿Para qué gastar más medios? Los personajes están evidenciando la mecánica cinematográfica, e intentar hacerlo a partir de material perfectamente reconocible, cotidiano, pedestre, es un juego que a mí me interesa mucho, porque me interesa que en el cine, de una manera tan artificiosa como es la del cine, se puedan terminar contando verdades. No la Verdad. Yo no creo en la Verdad. Yo creo en las verdades que juntas y honradamente terminan haciendo una verdad.

Si hay algo en común en todas mis películas es la manera de acercarme a los seres humanos. Suelo acercarme a seres frágiles, que están heridos. Me acerco a ellos con prudencia, sin hacer carnaza, intentado entenderlos… Entender a aquéllos con los que estoy de acuerdo y a aquéllos con los que no estoy de acuerdo, pero a los que dejo que vivan. Voy haciendo lo que me voy encontrado con confianza en que, si me acerco a ello con sinceridad, no voy a hacer una mamarrachada.

Rodábamos en Oncala, en la provincia de Soria: muchas localizaciones, muchísimo equipo artístico… Con los actores la cosa funcionó divinamente. Me llevé muy bien con ellos y les agradeceré toda la vida lo bien que estuvieron.

Sólo lamento que se hiciera en 16mm, porque tiene trucos que hubiesen quedado mejor técnicamente en 35mm. No me dejaron en Televisión Española. Dijeron que todas estas películas se harían así, que el 35mm era muy caro. Con tan mala suerte que el siguiente que rodó un especial para un festival lo hizo en 35mm. Debió de argumentarlo mejor que yo.

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La ficción legitima echar mano de realidades muy distintas. Puestos a escribir o a pintar o a narrar, tan realidad son los sueños o los deseos como un bodegón. Más que tergiversar la realidad lo que pretendía es extraer sus últimas consecuencias. Por ejemplo, cuando se habla de un hombre muy enraizado en la tierra, a mí me gusta verlo físicamente plantado en un bancal, como ocurre luego en Amanece que no es poco.

Nunca he sido frecuentador ni del teatro del absurdo ni del surrealismo. Así como el surrealismo es relativamente fácil en pintura o escribiendo, en cine es muy difícil. No creo ni en el surrealismo de Buñuel. Si parte del automatismo, de plasmar lo primero que se te viene a la cabeza de una manera inmediata para que eso vaya ligado al subconsciente del autor, en cine es imposible. Tienes que escribir un guión, lo tienen que interpretar unos actores, hay que ensayar, decirle al equipo dónde quieres la cámara, con qué objetivo, a qué altura… Por tanto, no creo en el surrealismo en el cine. Pero la etiqueta me da igual.

Un poeta italiano, Gianni Toti, vio Total en el Festival de Montecarlo y después fingimos una discusión teórica con la que nos reímos muchísimo en la que él decía que no era una película surrealista sino «subruralista», cosa que creo que está más de acuerdo con la realidad de la película.