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Cine

Cine perdido

Existe una historia del cine que nunca veremos, hecha de películas que desaparecieron para siempre. De ellas se ocupa Alberto Ávila en Metraje perdido

5 junio, 2019 10:12

Pese a lo que podamos creer hoy día, el arte cinematográfico tardó mucho tiempo en ser considerado como tal. Durante casi toda la primera mitad del siglo pasado, el cine fue en la mayoría de los casos y ante todo un popular entretenimiento. Un espectáculo de masas, destinado al ocio y al olvido casi automático por parte de sus creadores principales, los magnates y productores de Hollywood, tanto o más que por parte de su ingrato público. Tal y como explica Alberto Ávila Salazar en su librito Metraje perdido, un breviario de cine invisible (Archivos Vola), durante la era del cine mudo: “...una vez se mostraban las películas en los teatros por periodos más o menos largos según el éxito, las latas con los filmes se devolvían a las productoras donde se guardaban (ya hemos visto que no de la mejor manera posible) y, a veces, se tiraban para liberar espacio en el almacén. A menudo se reciclaban para recuperar el nitrato de plata, que era costoso, y así se podían fabricar nuevas bobinas”. Un nitrato que, por lo demás, resultaba material altamente inflamable. El celuloide, especialmente el fabricado a partir del nitrato de celulosa, puede arder espontáneamente cuando está sometido a temperaturas superiores a los 40 ºC en ambientes húmedos, y para colmo de males produce su propio oxígeno, con lo que arde hasta consumirse por completo incluso debajo del agua. Altas temperaturas y humedad no faltan, precisamente, en California y la Meca del Cine, por lo que no es raro que a lo largo de su historia se hayan sucedido catastróficos incendios que, como el de la bóveda de los estudios de la Metro Goldwyn Mayer en 1965, tuvieran como consecuencia la destrucción de incontables metros de película y cientos de títulos, entre ellos mitos del cine como La casa del horror (London After Midnight, 1927), interpretado por Lon Chaney y dirigido por Tod Browning, o The Divine Woman (Victor Sjöström, 1928), protagonizado por Greta Garbo y del que se conservan tan sólo nueve minutos.

Los desastres de la guerra

Pero no todo el cine perdido lo fue por el descuido, el maltrato y la avaricia de los grandes y pequeños estudios. Las conflagraciones bélicas han tenido un coste elevado no sólo en pérdidas humanas, sino también cinematográficas. Muy poco es lo que se conserva del primer cine japonés, tanto tras la debacle atómica de Hiroshima y Nagasaki como, sobre todo, después de la reducción a cenizas de Tokio, que ya había sufrido unas décadas antes el devastador terremoto de Kanto, en 1923. La Primera y la Segunda Guerra Mundial barrieron con cientos de títulos en la práctica totalidad de los países que sufrieron sus embates, especialmente en aquellas ciudades víctimas de bombardeos intensivos como Londres o Berlín. Así, posiblemente se perdieran algunas de las primeras cintas de directores como Alfred Hitchcok (por ejemplo El águila de la montaña, de 1926, protagonizada por la estrella Nita Naldi) o Ernst Lubitsch. Incluso en Estados Unidos, cuyo territorio nunca fuera hollado por las fuerzas enemigas, el cine sufrió bajas bélicas irremediables, ya que los estudios fueron instados a reutilizar el nitrato de plata para ayudar a la causa aliada, lo que contribuyó a la destrucción de filmes como El mundo contra ella (The Case of Lena Smith, 1929), melodrama mudo del gran Josef von Sternberg, que ya había sufrido la ignominia de ser retirado de distribución por la llegada del sonoro el mismo año de su estreno, y cuyo celuloide, cuenta Ávila, “fue reciclado por la Paramount para hacer frente a las tasas de la Segunda Guerra Mundial”. Hoy sólo quedan cuatro minutos de la película, encontrados en la provincia de Dalian, en China. Cuando las bombas o la economía bélica no eran suficiente, la censura, ese lobo que tantas veces luce piel de cordero, podía hacerse cargo también de títulos como El prado de Bezhin (1937) de Sergei Eisenstein, escrito por Isaak Babel y borrado completamente del mapa por las autoridades estalinistas, aunque atribuyendo su desaparición a un bombardeo alemán.

Por supuesto, la Guerra Civil española también supuso la desaparición de un buen número de filmes, especialmente del bando republicano, aunque la mayor tragedia tuviera lugar posteriormente en Madrid cuando, en 1944, se incendiara un depósito de películas que contenía material rodado durante el conflicto, incluyendo bastantes títulos realizados por la República. Entre las cintas españolas desaparecidas, probablemente para siempre, se cuentan algunas tan interesantes como El toro fenómeno (Fernando Marco, 1917), primera película de animación realizada en nuestro país, o como El otro (José María Codina, 1919), escrita y codirigida por el novelista bohemio Eduardo Zamacois, basada en su novela del mismo título, y que constituiría primer y singular ejemplo del cine de terror en España.

Milagros de película

Y, sin embargo, aparecen. En 1991, la Filmoteca de Zaragoza adquirió los fondos de la colección privada de Raúl Tartaj, actor, director y agente artístico, quien poseía más de dos mil títulos en propiedad. Entre ellos se encontraban los cuarenta y dos rollos de Carne de fieras (Armand Guerra, 1936), curiosa producción anarquista, cuyo rodaje terminara al tiempo prácticamente que se iniciaba la Guerra Civil y que se creía perdida para siempre. Unos años después, en 1994, Filmoteca Nacional consiguió que una nieta del productor de El misterio de la Puerta del Sol (Francisco Elías Riquelme, 1929), primer filme sonoro de la historia del cine español, vendiera a la institución la única copia del mismo, de cuya existencia nada se había sabido hasta 1981, cuando el restaurador Ramón Rubio y la heredera de Feliciano Vitores se conocieran por casualidad durante una charla en el Ateneo de Madrid. Mucho más recientemente, el pasado 28 de febrero de este año, Filmoteca Española celebró el treinta aniversario de la ubicación de su sede en el Cine Doré de Madrid con la proyección de Vaya luna de miel (1980), psicotrónica comedia de Jesús Franco que se consideraba perdida y que nunca llegara a estrenarse comercialmente, recuperada de los propios archivos de Filmoteca por el escritor cinematográfico, guionista y experto en Serie B, Álex Mendibil. ¿Reaparecerá también algún día Las noches del Hombre Lobo (1968), mítico y dudoso filme de René Govar dedicado a las hazañas de Waldemar Daninsky, nuestro licántropo nacional encarnado por el llorado Jacinto Molina?

Cosas más raras han pasado. Por ejemplo, de los siete filmes realizados por el genial realizador danés Benjamin Christensen durante su estancia en Hollywood, que durante mucho tiempo se creyeron todos perdidos, cuatro han sido ya recuperados y restaurados, entre ellos el singular Seven Footprints to Satan (1929), según la novela de Abraham Merritt, del que se descubrieron copias completas en el Museo del Cine danés y la Cineteca italiana. Más extraña resultó la recuperación de buena parte del metraje del mayor clásico vanguardista del cine mudo japonés, A Page of Madness (Kurutta Ippeji, 1926), escrito por el Nobel Yasunari Kawabata, que su propio director Teinosuke Kinugasa encontró en un cobertizo de su jardín. Lo había enterrado durante la Segunda Guerra Mundial y olvidado por completo hasta 1970.    

Tiempos modernos

Durante la segunda mitad del siglo XX los filmes completamente desaparecidos o destruidos han sido cada vez menos, gracias sobre todo a la labor de instituciones públicas y privadas, pero también a la de coleccionistas cinéfagos de la talla de Martin Scorsese o Nicolas Winding Refn, así como a la de restauradores tan esforzados como nuestro ilustre Luciano Berriatúa. En cuanto a las producciones más modernas, el cambio de sensibilidad hacia el propio cine, visto en mayor o menor medida como arte a la vez y al tiempo que como industria y negocio, transformó la forma de tratar las cintas, la mayoría de las cuales se hizo obligatorio enviar copia a las respectivas filmotecas o cinetecas nacionales, donde actualmente son restauradas digitalmente para su más segura conservación. Por supuesto, pese a todo ello, algunos filmes son tan raramente vistos que cabe preguntarse si siguen existiendo, como es el caso de Him (1974), un porno-chic gay centrado en la sexualidad de Jesucristo que se creyó durante años un fraude, debido al mítico libro de 1980 The Golden Turkey Awards, o La hija del guardabarreras (Jérôme Savary, 1975), farsa pornográfica muda, en blanco y negro al estilo de los viejos seriales, escrita por Roland Topor y poco menos que imposible de visionar desde su estreno (menos aún en Inglaterra, donde la censura impidió que fuera proyectada).

Aunque en la era de la digitalización y de internet, del tráfico libre de información y la dignificación de la cultura popular parece improbable que puedan desaparecer para siempre las nuevas producciones que se estrenan hoy, todavía no está lejos el tiempo en que las televisiones borraban las cintas de viejas series como Historias para no dormir para grabar nuevas producciones, y los fantasmas de la censura, la guerra y -¿por qué no?- el desinterés, pueden hacer caer en el olvido y la invisibilidad aquellos títulos que no complacen a unos u otros, por mucho valor histórico, artístico o sociológico que revistan. Por no hablar del día del apagón digital, cuando las nubes de bytes mueran y los soportes informáticos se desvanezcan en la tormenta solar. Claro que, para entonces, la historia del cine nos importará ya poco.


Las cinco más buscadas

La casa del horror (London Afer Midnight, 1927) de Tod Browning, con un terrorífico Lon Chaney Sr., rehecha en versión sonora por su director como La marca del vampiro (1935) y con Bela Lugosi sustituyendo al Hombre de las Mil Caras. Ha inspirado la estupenda novela Londres después de medianoche de Augusto Cruz.

Cleopatra (1917) de Gordon Edwards, protagonizada por la icónica Theda Bara, la vamp por excelencia del cine mudo de Hollywood, y Fritz Leiber Sr., padre del escritor de fantasía y ciencia ficción del mismo nombre.

Der Januskopf (1920) de F. W. Murnau, adaptación sin acreditar de El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, con el gran Conrad Veidt en el doble papel protagónico... ¿Qué haría el director de Nosferatu con el clásico de Stevenson? Nunca lo sabremos.

Drakula halála (1921) del húngaro Károly Lajthay, coescrita por el futuro Michael Curtiz y habitualmente considerada primera adaptación del clásico vampírico de Stoker, aunque al parecer recientes investigaciones parecen ratificar lo contrario.

Avaricia (1924), pero no la versión de dos horas y veinte minutos estrenada en su día, ni siquiera la restaurada en 1999 utilizando fotos fijas hasta llegar a casi cuatro, sino la original visión de Erich Von Stroheim de la novela de Frank Norris McTeague, con más de nueve horas de duración, la mayor parte de cuyo material fue quemado por orden de Louis G. Mayer a fin de reutilizar el nitrato de plata, llegando a las manos productor y director.