Image: Lars von Trier, otra sintaxis del homicidio

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Cine

Lars von Trier, otra sintaxis del homicidio

Llega La casa de Jack, la nueva entrega de Lars von Trier en la que cuenta la historia de un asesino en serie (Matt Dillon) y de su entorno sórdido y despiadado.

18 enero, 2019 01:00

Matt Dillon encarna al asesino en serie de Lars von Trier

El asesinato, pero también el cine, entendido como una de las bellas artes. Toda una cosmogonía de autores lo han entendido así. Sin Von Stroheim o Lang o Hitchcock o Powell o Fincher, el lenguaje cinematográfico carecería de una sintaxis para el homicidio. ¿Podemos entender el arte de la puesta en escena sin Psicosis (1960), sin El fotógrafo del pánico (1960), por ejemplo? A la insoslayable cadena cinematográfica de asesin(at)os en serie que estas películas alumbraron es a la que Lars von Trier quiere sin duda sumarse con su último trabajo. Dotado de su característica tendencia a la provocación y al narcisismo, al danés probablemente no le basta con ser un eslabón más en esa cadena, sino que de algún modo su gesto pasa por redefinir un género y exponer su propia forma de entender el arte, esto es, una vez más, como una sesión de psicoanálisis y catarsis emocional desde la que autorretratarse. “Las viejas catedrales suelen tener sublimes piezas de arte escondidas en los rincones más oscuros para que solo Dios las vea. Lo mismo ocurre con el asesinato”. En boca del asesino en serie de Von Trier encarnado por un Matt Dillon verdaderamente sublime, las palabras que actúan como reclamo promocional de La casa de Jack (estreno el 25 de enero) apuntan precisamente a la búsqueda de la belleza en un entorno macabro, sórdido y despiadado, y en esa espiral es en la que nos aventuramos como espectadores. Von Trier siempre ha pedido al espectador que oficie de víctima, que en definitiva padezca las tortuosas tragedias, torturas y vejaciones que inflige a sus personajes, casi siempre femeninos y cándidos. Esa tensión es la que hace tan identificable el particular sadismo y misoginia de su cine, pero también la pulsión sadomasoquista que todo espectador anida en su interior. En esta ocasión sin embargo nos pide lo contrario: que seamos el verdugo, la conciencia perversa, que entremos en su mente depredadora y enfermiza, y además en clave masculina.

Resulta inevitable interpretar el filme como otra expiación psicológica del ddirector de

Los doce años de “carrera” homicida de Jack se despliegan en cápsulas de crímenes, o como dice el protagonista, “incidentes”, describiendo con minuciosidad mórbida y devaneos intelectuales los mecanismos del crimen. La crónica al centro de la locura de Jack se ofrece finalmente como metáfora nada velada de la propia angustia emocional de Von Trier. Al igual que hiciera en Anticristo (2009), la película con la que quiso desactivar, explicándolo, su proceso depresivo, resulta inevitable interpretar La casa de Jack como otra expiación psicológica en la atribulada vida de un danés atormentado, que no por casualidad es además un cineasta de enorme talento. ¿Pero podemos considerar este filme, que pasó más bien desapercibido en el marasmo de Cannes para que Sitges aupara unos meses después sus expectativas, como una de las grandes obras en la filmografía del autor de Rompiendo las olas (1996), Bailar en la oscuridad (2000), Dogville (2003) o Melancolía (2011)? Su interés y relevancia artística es innegable, incluso podemos considerar que es el particular Ocho y medio de Von Trier, pero sus conquistas creativas son discutibles.

Dialécticas intelectuales

La estructura y hasta las formas del filme funcionan a su modo como una réplica de la pulcra Nymphomaniac (2013), alternando la representación del vicio y la truculencia con dialécticas intelectuales que, en este caso, van desde la consideración del asesinato como una de las bellas artes (como Hannibal Lecter, el pianista Glenn Gould ocupa el santoral del monstruo) a guiños visuales a Hitler, Mussolini, Stalin o Mao que dan paso a imágenes entresacadas de la filmografía completa de Von Trier. El contenido explícitamente autorreferencial del filme, como si fuera un ensayo visual de su propio trabajo, no funciona tanto como un trayecto por su obra sino como una justificación de ella para regresar al lugar del que le expulsaron por “entender a Hitler”. Sin embargo, La casa de Jack carece del impacto y la relevancia de sus grandes películas, surcada por injustificables desmayos de intensidad en las dos horas y media de metraje, con más tramos inanes que sorprendentes.
Y es que pareciera que a pesar de los fragmentos de contenido snuff con un patito, de la crueldad ejercida sobre mujeres y niños, de una cámara frigorífica convertida en una mansión de cadáveres, a estas alturas ya el danés ha perdido buena parte de su capacidad de alterarnos o de ofendernos por pertenecer a la misma cadena evolutiva del homínido que él. Será el síndrome de unos tiempos indiferentes a la dimensión demoníaca de la naturaleza humana, pero Henry, retrato de un asesino (John McNaughton, 1989) sigue siendo más impactante y endiablada que este último desafío al buen gusto de Von Trier, el formalista de la crueldad. Desde la vertiente cómica del relato, que encuentra su humor plenamente consciente en su cinismo casi nihilista, la película está acaso más cerca de Monsieur Verdoux (Charles Chaplin, 1947) que de otra clase de retrato de un psichokiller mostrado en la pantalla. Incluso en su ética redentora.

Una estirada travesía

Hay una suerte de “encanto” en la apatía de Jack hacia el mundo y las personas, que cruza el drama y que propulsa el tono a un lugar inesperado, respaldado en el propio artificio narrativo al tratarse de la historia de un asesino en serie contada por él mismo en interlocución con un misterioso y sardónico personaje. Ese tono es la antesala al último segmento del filme, delirante y surreal como nada que haya filmado antes el autor de Europa (1991), y pertinente como broche al conjunto de la propuesta precisamente porque su humor lo redime del exceso. Aunque sea un humor que probablemente se toma muy en serio lo que dice, como ocurría en Anticristo. Es sin duda el fragmento más valioso de la estirada travesía por la mente de un asesino en serie en la que nos embauca el danés con sus dotes manipuladoras. El epílogo de corte onírico, con la intervención satánica de Bruno Ganz, justifica casi todos los entusiasmos que pueda despertar, y que de hecho ha despertado, La casa de Jack. @carlosreviriego