Image: Sergio Leone, el auténtico y sucio Oeste

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Cine

Sergio Leone, el auténtico y sucio Oeste

31 agosto, 2018 02:00

Clint Eastwood en Por un puñado de dólares, de Sergio Leone.

La Filmoteca Española rinde homenaje al director italiano con el ciclo Sergio Leone + Transgresiones del neowestern, una retrospectiva que comienza el sábado 1 de septiembre en el Cine Doré de Madrid con la proyección de Por un puñado de dólares (1964).

En 1903, con su legendario Asalto y robo de un tren, Edwin S. Porter sembró la semilla del wéstern, indudablemente uno de los principales géneros de la cinematografía estadounidense. Desde entonces y a lo largo del siglo XX surgieron grandes cineastas en torno a la filmación ambientada en el Salvaje Oeste, de entre los que destacan el renombrado John Ford (La Diligencia, 1939), Howard Hawks (Río Bravo, 1959), John Huston (Vidas rebeldes, 1961), Sam Peckinpah (La balada de Cable Hogue, 1970), Clint Eastwood (Sin perdón, 1992) y Sergio Leone (Trilogía del dólar, 1964-1966; Hasta que llegó su hora, 1968).

Precisamente en tributo a este último, la Filmoteca Española inicia el sábado 1 de septiembre el ciclo Sergio Leone + Transgresiones del neowestern, un recorrido por algunas de las cintas más representativas del spaghetti western, género cinematográfico popularizado por el propio Leone, y que generó una auténtica revolución en el cine del Oeste tal y como lo conocían en la década de los sesenta. El espectador puede disfrutar de cintas como Hasta que llegó su hora o Mi nombre es ninguno (1973), así como su Trilogía del dólar (Por un puñado de dólares, 1964; La muerte tenía un precio, 1965; El bueno, el feo y el malo, 1966). Además, el Cine Doré proyecta cintas de autores a los que ha llegado la influencia del director italiano y La última película (Dennis Hopper, 1971), un hito esencial para leer la historia del western y comprender mejor toda la historia del cine americano.

Hasta 1964, fecha en que Leone rodó Por un puñado de dólares (que inaugura el ciclo dedicado al director italiano en la Filmoteca), John Wayne constituía el perfecto arquetipo del vaquero en el celuloide: un individuo bien plantado, de impoluto atuendo e impecable afeitado. Poco podía importar que el personaje acabara de capturar al forajido en una larga persecución a caballo a través del desierto, pues su peinado jamás se veía afectado, ni su camisa, sudada. Personajes cuya dicción y modales más parecían corresponder a ilustres caballeros de ciudad, de bastón y sombrero de copa, que a campesinos, ganaderos, forajidos o agentes de la ley de pueblos perdidos en medio del desierto. Incluso la figura del indio, del "salvaje piel roja", aparecía en cada fotograma perfectamente aseado, lustroso como sólo se puede estar después de un intenso baño, lo cual no solía suceder a menudo ni siquiera entre los miembros de la alta sociedad en el siglo XIX.

La estética impecable de John Wayne en Río Bravo, de Howard Hawks

Tal era la concepción idealizada de la conquista del Oeste norteamericano, la imagen que Estados Unidos siempre ha pretendido mostrar al mundo: un retrato depurado y edulcorado de lo que en realidad supuso una ardua batalla por acomodar un territorio hostil al estilo de vida americano. Una estética saneada que, desde un principio, directores como John Ford y Howard Hawks quisieron plasmar en sus trabajos.

Hasta que llegó su hora

Como suele suceder, resultaría necesaria la aparición de una mirada extranjera para aplicar una perspectiva mucho más realista a una ambientación en exceso ennoblecida. Eso es lo que precisamente aportó Sergio Leone con su Trilogía del dólar. En primer lugar, el director italiano ensució la figura del vaquero, en el sentido más literal de la expresión, arrebatándole la inmunidad a la mugre y al polvo del camino, poblando su mentón de barba descuidada y desvirtuando sus impecables dentaduras a base de tabaco de mascar. Una efigie bien diferente de la que representaban galanes de la talla de John Wayne, James Stewart o Montgomery Clift.

Pero Leone llegaría aún más lejos. El italiano no sólo mancilló el aspecto físico de sus héroes, sino que también modificó el lenguaje que éstos empleaban, descuidando su dicción y pronunciación, volviéndolo mucho más rudo y grosero. Y lo mismo sucedió con las acciones y las situaciones a las que se enfrentaban, ofreciendo una mirada mucho más salvaje y perversa, más próxima a lo que en realidad sucedió durante la conquista del Viejo Oeste.

La estética descuidada de Clint Eastwood en Por un puñado de dólares

Las mismas desviaciones estéticas afectaron también a los aspectos más técnicos de la filmación de su nueva mirada al wéstern. La fotografía se tornó mucho menos luminosa, alejándose de los brillantes y hermosos planos rodados en día soleado. Incluso las propias escenas grabadas bajo la luz del intenso sol de Almería (territorio seleccionado por el director italiano para el rodaje de Por un puñado de dólares) no hacen sino inspirar en el espectador la sensación de un insoportable sofoco, incrementada al percibir el sudor que perla la piel de los personajes, así como sus labios cortados como producto de la deshidratación.

Así, estas coproducciones de Italia, España y Alemania que dieron como resultado las tres películas que constituyen la famosa Trilogía del dólar, popularizaron una nueva forma de aproximarse al cine del Oeste americano, que sería conocida como spaghetti western, un género cinematográfico que acabaría por obtener su propia identidad, independiente de los clásicos que pretendía revisar.



No obstante todos estos cambios, la principal aportación que el cine de Sergio Leone legaría para la posteridad tiene dos nombres propios: Clint Eastwood y Ennio Morricone. El director italiano descubrió al mundo, en la persona de Eastwood un talento interpretativo bien diferente del que caracterizaba al pulcro Wayne, una figura desharrapada, sucia, sudorosa y de mirada desafiante. Eastwood fue capaz, bajo la dirección de Sergio Leone, de construir la estampa del forastero sin nombre, poseedor de un pasado que nunca reconoce ni da a conocer, siempre en actitud defensiva y amenazante. Además, el italiano también mostró al mundo a su compatriota Ennio Morricone, uno de los grandes compositores de bandas sonoras que han puesto música a las mayores superproducciones de los estudios estadounidenses.

En cualquier caso, la contribución de Clint Eastwood al wéstern no se limita a la interpretación del pistolero sin nombre. Siguiendo los pasos de su mentor, Sergio Leone, el norteamericano pasaría a dirigir sus propias películas del Salvaje Oeste. Títulos como El jinete pálido (1985) o Sin perdón (1992), que fue premiada con cuatro Óscar, entre ellos los de mejor película y mejor director, le convierten en una de las más grandes figuras del wéstern, en particular, y del cine, en general.

Clint Eastwood y Morgan Freeman en Sin perdón

Numerosos cineastas han confesado haber incorporado parte del legado del padre del spaghetti western a sus películas. Directores del prestigio de Martin Scorsese, Francis F. Coppola o Quentin Tarantino reconocen la influencia de Leone en su filmografía. De hecho, los dos últimos largometrajes estrenados por el mismo Tarantino pertenecen al género wéstern: Django desencadenado (2012) y, más recientemente, Los odiosos ocho (2015).

Pero la influencia del spaghetti western de Sergio Leone va aún más allá. Su trabajo sobre el Salvaje Oeste también ha inspirado, a lo largo de la historia, diferentes parodias. La más conocida de todas ellas procede, precisamente, de compatriotas del propio director italiano: Le llamaban Trinidad (Enzo Barboni, 1970), protagonizada por la popular pareja cómica integrada por Bud Spencer (Carlo Pedersoli) y Terence Hill (Mario Girotti), quienes, en lugar de solucionar los conflictos repartiendo plomo, preferían hacerlo a base de bofetadas y mamporros. España también ha producido algunas de estas disparatadas películas que homenajean el particular estilo de Sergio Leone, como Aquí llega Condemor, el pecador de la pradera (Álvaro Sáenz de Heredia, 1996), protagonizada por el humorista Chiquito de la Calzada. Años más tarde, Álex de la Iglesia también hizo su contribución al género al dirigir su propia comedia wéstern, 800 balas (2002).

Un momento de Le llamaban Trinidad

Todavía habrá quien, al ser cuestionado sobre lo primero que acude a su mente al pronunciar la palabra wéstern, dude si evocar la figura de John Wayne, con su pulcro afeitado, sus galantes modales y su intachable apariencia, o la de Clint Eastwood: la efigie del forastero con la colilla en la comisura de los labios (o escupiendo los restos del tabaco de mascar que tizna sus dientes), estudiando con semblante desafiante al forajido que le enfrenta. He aquí la gran aportación de Sergio Leone.