Image: Jang Hoon o la memoria obstinada

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Cine

Jang Hoon o la memoria obstinada

8 junio, 2018 02:00

El gran actor coreano Song Kang-Ho protagoniza A Taxi Driver

Una de las mayores tragedias de la historia reciente de Corea del Sur, el llamado Levantamiento de Gwangju, sirve al directorJang Hoon para levantar A Taxi Driver. La interpretación de Song Kang-ho blinda el filme de cualquier reserva estética y sentimental.

Entre las cinematografías asiáticas, el caso surcoreano destaca por su capacidad de resistencia ante el envite monopolístico global del cine de Hollywood. De hecho, con el cambio de paradigma digital del siglo XXI -aprovechado por la industria americana para expandir su dominio internacional-, la fortaleza del cine surcoreano ha servido como principal ejemplo, junto al modelo francés, de las bondades de la implantación de políticas proteccionistas.

Una historia de bonanza industrial que, felizmente, ha venido acompañada de un incesante y heterogéneo desarrollo creativo. Pocas cinematografías asiáticas pueden presumir de tener a tres cineastas en la élite del cine de autor contemporáneo: Hong Sang-soo, inagotable explorador de la representación fílmica del desasosiego sentimental; Lee Chang-dong, virtuoso del melodrama con tintes de crítica social, y Bong Joon-ho, maestro del cine de acción con mensaje. El caso de Bong -autor de The Host, una de las películas más taquilleras de la historia de su país, y Okja, una producción internacional de Netflix- demuestra además la ambición de cierto cine popular surcoreano, que no teme hibridar elementos de diferentes géneros para alumbrar un cine de entretenimiento y reflexión.

En este contexto, una película como A Taxi Driver: Los héroes de Gwangju de Jang Hoon resulta menos sorprendente de lo que cabría imaginar. He aquí una producción que aborda de manera frontal el conocido como Levantamiento de Gwangju, uno de los episodios más trágicos de la historia moderna de Corea del Sur: un alzamiento popular acaecido entre el 18 y el 27 de mayo de 1980 y protagonizado por una ciudadanía sublevada contra el gobierno militar de Chun Doo-hwan.

Gravedad y ligereza

En su momento, la dictadura surcoreana afirmó que, en el episodio de enfrentamiento armado, habían muerto 165 personas, mientras que las estimaciones no oficiales elevaban la cifra hasta los más de 1.000 civiles. Una verdadera catástrofe humana a la que A Taxi Driver se aproxima con una calculada mezcla de gravedad y ligereza.

Con su mezcla de atolondramiento e ingenuidad, el actor Song Kang-ho inyecta una honda humanidad a sus personajes

Del lado menos solemne, la película, basada en una historia real, se abre como una comedia agridulce de corte costumbrista sobre un taxista que, tras enviudar, se las tiene que arreglar para sostener a su hija pequeña. Planteando un retrato pintoresco de la existencia apolítica del taxista -que se las ingenia para llevar a una mujer parturienta hasta un hospital esquivando los enfrentamientos entre policía y estudiantes-, el filme adopta como eje central, tanto a nivel ideológico como emocional, la toma de conciencia del protagonista ante las atrocidades que le rodean, una realidad que mostrará su cara más infausta durante un viaje de Seúl a Gwangju, que el taxista emprenderá al servicio de un periodista alemán.

Resulta imposible elogiar las virtudes de A Taxi Driver sin aludir al trabajo de su actor protagonista, Song Kang-ho, probablemente el mejor actor coreano del siglo XXI, una improbable estrella de semblante rechoncho y expresividad aniñada. Con su inconfundible mezcla de atolondramiento e ingenuidad, Song es capaz de inyectar una honda humanidad a personajes que sobre el papel parecen abocados a lo caricaturesco. Genial a la hora de modular el tránsito de la euforia a la consternación, siempre generoso con sus partenaires en la pantalla, el actor fetiche de Bong Joon-ho imprime su característica nobleza al protagonista de A Taxi Driver. De hecho, el don natural de Song para la comedia con trasfondo siniestro da lugar a los mejores momentos de la película, cuando el taxista no consigue interpretar la gravedad de la debacle social. El riesgo de subrayar el egoísmo e ignorancia del personaje está a la vuelta de cada escena, pero Song, con su genuina ternura y bonhomía, neutraliza cualquier posible juicio de valor peyorativo sobre el taxista.

El Tom Hanks de Oriente

Convertido en una institución del cine surcoreano, un maestro de la comicidad empática, Song merecería ser considerado el Tom Hanks de oriente. Como en el periodo de madurez del actor de El puente de los espías, el coreano es capaz de cimentar el discurso de una película con el encanto de su sonrisa inocentona y el desánimo de su rostro acongojado. De hecho, la honestidad con la que Song acomete la cara más dramática de A Taxi Driver rescata la película de un cierto naufragio estético, cuando, en el retrato del horror, el director Jang Hoon decide instigar la emoción del espectador abusando de recursos poco sutiles: la cámara lenta, los planos detalle que magnifican la carnicería humana, o una atronadora banda sonora que persigue la conmoción del público. Por suerte, la presencia de Song, enemiga de la afectación, actúa como dique de contención contra un sentimentalismo que amenaza con desvirtuar el ajuste de cuentas histórico del filme.

Filtrar el drama histórico a través de una comedia hace pensar en obras como La vida es bella o Good Bye, Lenin!
A Taxi Driver no es la primera película de Jang Hoon, discípulo de Kim Ki-duk, que combina una sensibilidad popular y un sentido de la responsabilidad histórica. En 2011, para conmemorar el 60 aniversario del inicio de la Guerra de Corea, Jang dirigió The Front Line, una historia bélica centrada en la turbulenta amistad entre un soldado norcoreano y otro surcoreano; mientras que, un año antes, Secret Reunion abordó la realidad escindida de la nación a través de la tensa relación entre un agente surcoreano y un espía norcoreano. En A Taxi Driver, la idea de filtrar el drama histórico a través de una comedia de toques naif puede hacer pensar en obras como La vida es bella de Roberto Benigni o Good Bye, Lenin! de Wolfgang Becker, aunque la escala del filme y su condición de abierto exorcismo histórico trae a la mente la película china Ciudad de vida y muerte de Lu Chuan, ganador de la Concha de Oro de San Sebastián en 2009.

@ManuYanezM