Image: Lucrecia Martel: En Latinoamérica nos esforzamos en reinventar el pasado

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Cine

Lucrecia Martel: "En Latinoamérica nos esforzamos en reinventar el pasado"

17 enero, 2018 01:00

Lucrecia Martel durante el rodaje de Zama

La directora argentina estrena Zama, adaptación de la novela homónima de Antonio Di Benedetto sobre un funcionario de la Corona Española que espera la llegada de una carta del Rey que le saque del puesto fronterizo de Paraguay en el que está destinado. En el reparto, Daniel Giménez Cacho y Lola Dueñas.

Casi diez años sin noticias de la directora argentina Lucrecia Martel (Salta, 1966) eran quizá demasiados, pero su regreso a la gran pantalla no ha decepcionado ni un ápice. Zama, que llega este viernes a las salas españolas, ha sido elegida por la prestigiosa revista cinematográfica Sight & Sound como la cuarta mejor película del año y en el Festival de Sevilla se alzó con el Premio Especial del Jurado. Tras profundizar con minuciosidad y lirismo en los conflictos sociales de su país en sus anteriores películas -La ciénaga (2001), La niña santa (2004) y La mujer rubia (2008)-, Martel se lanza a adaptar una novela de Antonio Di Benedetto ambientada en el siglo XVIII sobre un funcionario de la Corona Española que espera la llegada de una carta del Rey que le saque del puesto fronterizo de Paraguay en el que está destinado. La película se descubre como un singular tratado sobre la percepción del tiempo. La directora protagoniza este mes un ciclo en la Filmoteca Española.

Pregunta.- ¿Cuándo descubrió el libro de Antonio Di Benedetto y cuándo se dio cuenta de que entre sus páginas había una película?
Respuesta.- En 2005 estaba realizando unas investigaciones sobre morfología de los ríos en el río Paraná y una amiga me regaló Zama pensando que tenía relación con lo que estaba haciendo. Pero no leí la novela hasta cinco años después cuando, frustrada porque había estado trabajando mucho tiempo en una película que no se filmó, regresé al Paraná para recorrerlo hasta Asunción en un barquito medio viejo de madera que tenía. La identificación con el personaje fue inmediata y enseguida asocié sus peripecias con la travesía por el Paraná, que es un río muy salvaje, con bancos de arena, muy difícil de navegar… Parece que vas encima de un animal que te puede sorprender en cualquier momento. Aunque Zama es por sí misma una novela extraordinaria, las circunstancias provocaron que me entregara totalmente a su lectura. Cuando la terminé sentí una euforia difícil de explicar y tuve el convencimiento de que podría hacer una película a partir de la novela. Aunque me debería haber frenado el hecho de que fuera una película cara y muy difícil de hacer.

P.- La novela no es precisamente un texto que se preste a una adaptación al cine por ser un largo soliloquio, un monólogo interior. ¿De qué manera afrontó la construcción del guion?
R.- La traducción de un monólogo interior al cine suele ofrecer resultados horripilantes. Por eso nunca quise transponer la novela sino que traté de filmar las imágenes que quizá Zama tenía en la cabeza, las situaciones que había vivido o imaginado y que no sabemos si fueron así. El desafío más grande era situarse en una zona de realismo sospechoso.

P.- ¿No tuvo la tentación de recurrir a una voz en off?
R.- No pensé que fuera necesario. Nuestros discursos, al igual que el monólogo de Zama, están configurados por múltiples capas de conversaciones que hemos tenido y de cosas que hemos escuchado. De esta manera puedo estar hablando contigo, pero quizá algo de lo que digo es en realidad una respuesta a la conversación que tuve ayer con alguien. Analizando de esta manera el texto de Di Benedetto, se podían trazar una serie de escenas que deberían desembocar en la escritura del monólogo. Por eso muchas de las palabras que en el libro pertenecen al protagonista en la película las dice otro personaje. Trataba de convencer al espectador de que si Diego de Zama vivió lo que ve en pantalla podría haber escrito ese monólogo.

P.- ¿Desde el principio conectó bien con la psicología de Diego de Zama?
R.- Un personaje tan consciente de su deseo y de la frustración que le provoca no alcanzarlo, como Diego de Zama, culturalmente lo relacionamos con lo femenino y quizá por eso me resultó muy cercano. Y después está la intemperie a la que nos enfrentamos todos los humanos, que no es distinta entre hombres y mujeres.

P.- ¿Tuvo siempre claro a Daniel Giménez Cacho en el papel principal?
R.- El destino, si existe, se me manifestó en esta elección porque fue un acierto absoluto. Daniel estaba en un momento de su vida en el que también quería arriesgarse y jamás se quejó de los mosquitos, de las víboras, del barro, de la lluvia o del calor. Había una escena en la que había que pintar de rojo a varias personas y mientras lo hacíamos él estaba acostado en mitad del barro y todos pasábamos por allí intentando no pisarle. Es una persona con una actitud increíble. Y además lo que tenía que hacer era muy difícil porque el personaje no puede expresar lo que tiene dentro. Para un actor es mucho más fácil interpretar por ejemplo a un boxear que se pelea y que expresa lo que siente.

P.- ¿Cómo vivió usted el rodaje?
R.- A mí me gusta rodar en exteriores y esta película en ese sentido fue una panzada. Pero hubo muchos contratiempos. Había localizaciones en las que se suponía que no debía haber agua y al final nos llegaba hasta las rodillas. Lo interesante es que, cuando hay tantas dificultades objetivas, se produce una especie de cofradía humana entre todo el equipo. ¿Sabes lo que es trasladar 300 metros por el agua las cámaras, las lentes, las luces…? ¿O estar ocho horas con la ropa mojada? Podría haber generado una discordia, pero en nuestro caso dio a luz a un espíritu buenísimo.

Daniel Giménez Cacho es Diego de Zama

P.- La ambientación de la película da cierta sensación de irrealidad…
R.- El tiempo en el cine es muy raro. La película se ha filmado hoy, el libro se publicó en el 57 y los acontecimientos que narra tuvieron lugar a finales del siglo XVIII. Entonces, ¿cuál es el tiempo de esta película si están todos esos momentos mediando? En una película el tiempo es tan irregular que te avala a la hora de crear algo. Por ejemplo, utilicé en la película la música de un dúo brasileño de los años 50 que encontré en Youtube, Los indios Tabajaras. Ellos fueron muy famosos en Mendoza, donde vivió Antonio Di Benedetto. Esto me hace pensar que el escritor los escuchó muchas veces. Pero no hilé todas estas cosas hasta que un guitarrista que conocimos en el estreno en Nueva York, que había sido alumno de una hija natural de un indio Tabajara, nos contó toda la historia del grupo. Yo tomé la decisión por una cuestión estética, pero al final todo cuadró.

P.- ¿Intentaba adecuar la puesta en escena con la condición existencial de Diego de Zama?
R.- Para mí era imprescindible crear un mundo que no se correspondiera a ese pasado, o a esa historia oficial del pasado, que todos tenemos en la cabeza. El pasado en Latinoamérica está lleno de crímenes y genocidios y el continente ha hecho un gran esfuerzo por reinventar un pasado más contable. Yo quería generar una imagen que se despegara de esa fantasía latinoamericana de nuestro propio pasado, basada en lo heroico y en lo masculino. Pero nunca quise dar a entender que el pasado es como yo digo, sino que podría haber sido así.

P.- También la cronología de la película, la concatenación de situaciones que atraviesa Zama, parece irreal. ¿De qué manera se planteó trasmitir esa sensación al espectador?
R.- El desarrollo de todo lo relacionado con el tratamiento del tiempo fue muy complicado. La novela tiene tres partes y yo estructuré de la misma manera el guion, pero la película requería un ritmo muy concreto que teníamos que encontrar y que no era fácil establecer en el guion. Estuve editando la película seis meses o más y fue difícil encontrar ese ritmo, que te puede gustar o no, pero desde mi punto de vista genera un trastorno en esa percepción del tiempo que el cine más industrial ha establecido.

P.- ¿Encontró la película definitivamente en el montaje o ya la tenía clara?
R.- El guion realmente no es más que papel. El primer salto a la materia es el casting. A partir de ahí la película empieza a existir porque tienes a unos determinados actores con una características concretas. Y poco a poco se va trasformando, muchas veces por casualidades que no puedes controlar. Yo intento mantener la organización imaginándome como suena la película y estableciendo un cierto tono de actuación. Después todo este mundo estalla en miles de trozos: el cable, el sonido, el actor que tiene un maquillaje que no llegó… Teníamos que rodar una escena en la que varios personajes cazan una raya. La raya que trajeron era como un somier, parecía que no habían visto una raya de verdad ni en un documental. Tuvimos que enterrarla parcialmente. Este tipo de cosas no las puedes controlar y las tienes que ir resolviendo momento a momento, pero el tono sí que lo tenía claro. Quería que la película no fuera heroica y que la tragedia pudiese suceder sin solemnidad.

P.- ¿Qué le parece la recepción que ha tenido la película?
R.- Zama es la primera película que estreno con las redes sociales tan activas y es sorprendente la velocidad a la que te llegan las respuestas. Los directores que nacieron en esta época deben tener una relación muy extraña con su público. También te olvidan inmediatamente. Es como un brote o una epidemia que se termina a los dos meses. Por otro lado, fue muy agradable que críticos muy dispares hayan recibido bien la película.

P.- ¿Qué tal es la relación con su productora El Deseo, de los hermanos Almodóvar?
R.- Ellos están cerca, pero no encima. Eso es lo mejor para un director. Por supuesto opinan sobre el corte final, pero no de manera impositiva.

@JavierYusteTosi