Image: La cara monstruosa del suburbio

Image: La cara monstruosa del suburbio

Cine

La cara monstruosa del suburbio

8 diciembre, 2017 01:00

Julianne Moore y Matt Damon en Suburbicon

De George Clooney como director y los hermanos Coen como guionistas no podía salir otra cosa que Suburbicon, una arisca denuncia del odio racial, rabiosamente política, protagonizada por Julianne Moore y Matt Damon. Los fantasmas de la sociedad estadounidense, en carne viva.

Existe una larga estirpe de películas norteamericanas que se han cuestionado qué se esconde tras la idílica fachada de los pintorescos barrios residenciales yanquis, conocidos como la suburbia. Algunos de estos filmes han caricaturizado la artificialidad de ese universo de jardines plastificados y casas de colores pastel (de Eduardo Manostijeras de Tim Burton a Pleasantville de Gary Ross), mientras otros han diseccionado ese mundo con elegancia satírica, desde Carta a tres esposas de Joseph L. Mankiewicz hasta American Beauty de Sam Mendes. En El show de Truman, Peter Weir fue un paso más allá al profetizar la conversión del tedio "suburbial" en una suerte de fenómeno (televisivo) global, aunque los más incisivos retratos de la América residencial deben buscarse en el cine de género más subversivo: en las comedias de terror de Joe Dante (Gremlins o No matarás… al vecino) o en la visionaria Terciopelo azul de David Lynch, que supo destapar los monstruos que habitan el subsuelo y el subconsciente de esa América soñada.

Suburbicon, la nueva película como director de George Clooney, abraza la vertiente más siniestra del cine "suburbial" de Hollywood, y lo hace con una urgencia y furia extraordinarias. En el extremo opuesto al tono reflexivo de Buenas noches, y buena suerte -que sigue siendo lo mejor de Clooney-, Suburbicon se presenta como una arisca denuncia del odio racial que, según la tesis del filme, se halla enquistado en una Historia de violencia americana que se extiende hasta nuestros días. Rabiosamente política, Suburbicon tiende un puente entre un presente en crisis y el corrupto simulacro de bienestar que tuvo lugar en la América residencial de la década de los 50 del siglo XX, en pleno boom económico de la era Eisenhower, aquella que Donald Trump invocaba con nostalgia desde su ‘Make America Great Again'.

En consonancia con el vínculo que propone entre pasado y presente, Suburbicon tiene su propio doble origen. Por un lado, está el interés de Clooney por el caso de William y Daisy Meyers, un matrimonio afroamericano que, al mudarse a un "suburbio" de clase media-alta en 1957, en Levittown (Pennsylvania), fue increpado y asaltado por una jauría de ciudadanos blancos encolerizados por el supuesto agravio. Y, por otra parte, está un viejo guión de los hermanos Joel y Ethan Coen, escrito en los años 90, en el que una familia se sumía en el horror cuando unos desconocidos asaltaban su hogar. De la confluencia de ambas fuentes emerge un ácido y misantrópico retrato de la cara monstruosa del espíritu yanqui, perseguido aquí por el fantasma de la esclavitud y aferrado a valores como el proteccionismo, el orgullo patriarcal y la avaricia.

Un retrato descarnado de la autodestrucción del sueño americano, Suburbicon podría figurar como el nuevo capítulo de la saga de la estupidez humana que los hermanos Coen llevan décadas perpetrando, desde Arizona Baby hasta ¡Ave, César!, pasando por Fargo o Quemar después de leer: un imaginario proclive al absurdo y poblado por criaturas condenadas por su insensatez y mala fortuna. Así, situándose un paso más cerca de la fantasmagoría fílmica que de la comedia costumbrista, Suburbicon se recrea en la fría amoralidad de sus personajes, encabezados por un Matt Damon que da una vuelta de tuerca a su imagen de hombre noble, y una Julianne Moore que, en la piel de dos hermanas gemelas -una lisiada y traumatizada por un accidente de coche; la otra angustiada por su condición de paria-, encarna las contradicciones de un modelo social que se presenta atrapado entre la ignorancia disfrazada de candor y la más pura malicia.

Resulta difícil no ver Suburbicon como un exorcismo del clima de hostilidad que permitió el alzamiento de una figura como la de Trump -que ganó las elecciones presidenciales durante el rodaje del filme-. En este sentido, Clooney no deja títere con cabeza, situándose en las antípodas del idealismo de su anterior película, The Monuments Men, y cerca del cariz grotesco de Los odiosos ocho de Quentin Tarantino. Aunque, por desgracia, el talento de Clooney para explorar las formas del Grand Guignol y el suspense hitchcockiano se queda a cierta distancia de la destilación tarantiniana del cine de John Carpenter y del Nuevo Hollywood.

Un discurso furibundo

Julianne Moore interpreta dos papeles

Cautivado por el potencial catártico del cine, Clooney construye una película que destapa sin clemencia los privilegios de la América blanca, formulando un discurso furibundo que busca la complicidad de los ya convencidos. En este sentido, parece evidente que Suburbicon no busca abrir un diálogo con los seguidores de Trump. Su fortaleza reside en su empuje unidimensional, según el cual el extravío ideológico de los votantes del actual presidente estadounidense sería indicativo de una notoria falta de luces. Un discurso que, paradójicamente, abriría aún más la brecha entre las dos Américas.

Como breve contrapeso a la oscuridad de Suburbicon, Clooney invoca la estampa de dos niños, uno blanco y otro negro, demoliendo inocentemente las barreras del odio racial: una imagen gemela de la tuiteada por Barack Obama en respuesta al crimen racista de Charlottesville, ocurrido el pasado mes de agosto. Sin embargo, este atisbo de esperanza no pasa de figurar como una nota a pie de página en las tinieblas de Suburbicon, una película tocada por el ensimismamiento de su perspectiva política y por la irónica hosquedad del cine de los hermanos Coen.