Image: Rogue One: Viva la resistencia

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Cine

Rogue One: Viva la resistencia

16 diciembre, 2016 01:00

Una imagen de Rogue One: Una historia de Star Wars

Gareth Edwars logra imprimir al primer spin-off de Star Wars un gozoso tono vintage que aleja el filme de la hiperdigital segunda trilogía al tiempo que homenajea películas de la Segunda Guerra Mundial como Los cañones de Navarone. Una película entretenida y por momentos brillante con obvias lecturas políticas en tiempos de Donald Trump.

Hay que tener la piel de elefante, como diría Angela Merkel, para escuchar la melodía de John Williams de Star Wars y no emocionarse. Desde que Disney compró la franquicia a George Lucas parece claro que piensan explotar el asunto hasta que no le quede una gota de sangre. Lo cual no quita que el público adore esta historia y estos personajes y que después de la espléndida El despertar de la fuerza de J.J. Abrams del año pasado, esta Rogue One: Una historia de Star Wars, dirigida por Gareth Edwards, que retrocede en el tiempo sin número romano que la preceda, es una película francamente entretenida y por momentos brillante.

Dice Felicity Jones, protagonista de la película, que el molde sobre el que está construida es Los cañones de Navarone (1961), ese clásico del cine bélico en el que veíamos a Gregory Peck y David Niven penetrar en una fortaleza nazi para destruir los famosos cañones. La idea de que los alemanes estaban construyendo un arma secreta y devastadora fue un rumor persistente durante toda la Segunda Guerra Mundial que los propios nazis utilizaron en su favor para amedrentar al enemigo. Y algo o mucho de eso hay en esta Rogue One que es una suerte de spin off del episodio IV, La guerra de las galaxias-Una nueva esperanza (1977), primera película en ser rodada y estrenada, donde Luke Skywalker y Han Solo libraban la batalla contra el Imperio tratando de destruir la Estrella de la muerte.

En esa película se mencionaba que un comando había logrado los planos de esa Estrella de la muerte, un arma criminal que sirve como cobijo al pavoroso Darth Vader. Pues bien, dentro del galimatías de la saga, donde las primeras películas son las de en medio, las siguientes, las primeras, la reciente El despertar de la fuerza (2015), la séptima, esta Rogue One vuelve para atrás para revisitar los buenos tiempos de Skywalker, aunque el jedi no aparece por ningún lado y el peinado a lo ensaimada de la princesa Leia no sale más que de refilón en el último minuto.

Fotograma de la película

Rogue One opera en un mundo en el que la saga asume su condición de mito fundacional que, sin ser cierto, tiene la fuerza de la leyenda para reconstruir un imaginario propio que para sus espectadores tiene más verosimilitud que la propia realidad, como la biblia para los cristianos. Porque el filme tiene algo de esas novelas históricas de tanto éxito en nuestros días en las que asistimos a las cruzadas desde el punto de vista de un soldado raso o penetramos en la intimidad del imperio romano a partir de un modesto comerciante. Si en las películas "oficiales" vimos la historia de los jefes, aquí vemos la historia de los curritos y los rebeldes de a pie, y desde esa perspectiva de luchadores comunes se trata de penetrar en lo que Unamuno llamaría la "intrahistoria", es decir, no la historia de los reyes y reinas sino la de quienes vivían bajo su autoridad.

Ya en la película de Abrams los símiles entre la Alemania nazi y el imperio de Darth Vader resultaban tan evidentes que parecía una versión sci-fi del régimen de Hitler, algo así como los zombis nazis pero con naves espaciales y, por supuesto, espadas láser. En tiempos de Donald Trump y la "derecha alternativa" en la Casa Blanca, las lecturas políticas son obvias y vuelven a serlo, con mayor fuerza si cabe, en esta Rogue One en la que los artistas de California contraponen una fuerza multiétnica (a Jones la acompaña en la peripecia Diego Luna en plena forma) a ese imperio de blancos anglosajones con un ejército de hombres-robot indistinguibles los unos de los otros en una confrontación clásica entre la diversidad liberal y la uniformidad fascista.

La película, por momentos, tiene un gozoso aire de serie B que efectivamente homenajea a ese cine bélico de los 50 y 60 sobre la Segunda Guerra Mundial (La gran evasión, Doce del patíbulo, muy especialmente, o El desafío de las águilas) en el que ciudadanos anónimos logran una victoria sobre el mal nazi mediante alambicadas y sofisticadas misiones. Porque el director, Gareth Edwards (Monsters, Godzilla) logra dar al filme un afortunado tono vintage que lo aleja de ese aspecto hiperdigital y artificial de los capítulos que dirigió George Lucas la década pasada.

@juansarda