Image: Viaje al interior de las silenciosas liturgias de Martín Cuenca

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Cine

Viaje al interior de las silenciosas liturgias de Martín Cuenca

9 diciembre, 2016 01:00

Un momento del rodaje de El móvil de Manuel Martín Cuenca

¿Hasta dónde estaría uno dispuesto a llegar para crear una obra de arte? Esa cuestión es la que llevó a Manuel Martín Cuenca a adaptar la primera novela de Javier Cercas, El móvil, cuyo rodaje acaba de finalizar. Situado en Sevilla, y con Javier Gutiérrez liderando el reparto, será el quinto largometraje de ficción del autor de Caníbal. El Cultural visitó el lugar del rodaje y habló con sus protagonistas.

La escena es inquietante y también cómica. El patio de butacas del teatro de la Capitanía General de Sevilla está repleto de maniquíes escuchando a un conferenciante que habla en inglés. Entre ellos también hay figurantes de carne y hueso. "Los muñecos se ven ahora, pero en la pantalla solo hacen bulto, ni se van a distinguir", explica un técnico. Solo hay que fijarse un poco más para advertir que todos los que son hombres (muñecos y no muñecos) lucen bigote o barba. Ahí en medio, en la segunda fila, cercado por la peluda estética hipster, escucha con devoción un tipo de traje negro, corbata y perfectamente afeitado. Es el actor Javier Gutiérrez. O, más bien, es Álvaro, el que será su primer protagonista para la gran pantalla. La maquilladora le restriega un potingue para recrear las gotas y el brillo del sudor en el rostro. Se supone que es verano en Sevilla. La tensión surca su mirada antes del toque de claqueta.

En el último día de rodaje se rueda la primera escena. El móvil será el quinto largometraje de Manuel Martín Cuenca, basado en la novela que Javier Cercas publicó en 1987. El actor, a quien hemos podido ver recientemente en Tarde para la ira, da vida a un notario gris casado con Amanda, autora de best-sellers (María León), pero él es un tipo sin talento literario determinado a triunfar en el mundo editorial a toda costa. Sin que tenga que decir palabra, apenas con su presencia y con el miserable gesto de ignorar su móvil cuando suena en mitad de la conferencia (ante las miradas incrédulas de sus vecinos de butaca), ya en los primeros instantes del filme quedará trazada su irritante personalidad. "Es un tipo muy maquiavélico, dispuesto a pasar por encima de quien sea para conseguir lo que quiere -explica Gutiérrez-. Pero es un personaje fascinante porque es muy complejo, puede provocar empatía y odio al mismo tiempo".

"Después de la agotadora promoción de Caníbal -nos explica Martín Cuenca entre toma y toma- me retiré a la República Dominicana a descansar. Encontré en una librería El móvil y la compré por curiosidad. La leí del tirón. Me pareció que podía ser una buena película porque contaba algo que es muy serio para mí pero al mismo tiempo tenía un punto de ironía". La gran pregunta que según el autor de La flaqueza del bolchevique (2003) se plantea en El móvil es una cuestión que ha rondado su cabeza durante años: "¿Qué estás dispuesto a hacer para crear una obra de arte?". Cercas visitó el rodaje en los primeros días y "parecía muy contento aunque hemos cambiado muchas cosas", asegura Martín Cuenca. "No me preocupo demasiado si el guion [co-escrito con Alejandro Hernández] traiciona la letra. En realidad lo que me preocupa es cómo son los personajes y cómo trasladar mi mirada al relato".

Órdenes al oído

Manuel Martín Cuenca y Javier Guitiérrez en el rodaje de El móvil

Sorprende el silencio del rodaje, como si el amplio equipo congregado, no menos de sesenta profesionales, obedeciera a una liturgia. Martín Cuenca da indicaciones sin necesidad de alzar la voz. A los actores les habla al oído, como si les confiara un secreto. "Dentro vídeo", dice, y comienza la acción de una toma que se repite varias veces con muy leves variaciones. En la pantalla del teatro a la que todos los asistentes dirigen su mirada se proyecta un fragmento de Encuentros en el fin del mundo. La voz de Werner Herzog relata dramáticamente el extravío de un pingüino que se aleja del grupo para adentrarse en los confines del hielo polar. "La primera imagen del filme será, de hecho, del documental de Herzog, y luego se revela que forma parte del material de una conferencia sobre dramaturgia", explica el director.

El vídeo se desvanece en la pantalla, el conferenciante interpretado por Craig Stevenson comenta el aprendizaje de la secuencia que acabamos de ver, y pontifica a los asistentes: "Tienen que hacerse esta pregunta: ¿es mi escritura lo suficientemente dramática?". Se trata, en la ficción, de un gurú de los manuales de escritura, sujeto de admiración de Álvaro. "Siente veneración por este señor, que es una especie de David Mamet, y quiere escribir una gran novela, pero irá descubriendo que su verdadero talento es su capacidad para manipular la realidad a su alrededor, de modo que provoca situaciones en las vidas de aquellas personas que se convertirán en los personajes de su novela. Ese es el drama, el móvil, que él construye", revela el director de La mitad de Óscar.

Los gestos de demiurgo de Álvaro salpicarán la vida de sus vecinos, un matrimonio de mexicanos interpretado por los actores revelación Tenoch Huerta (Güeros) y Adriana Paz (Las horas muertas), que ruedan por primera vez en España. Ambos coinciden en que Martín Cuenca "tiene una extraordinaria capacidad para extraer lo mejor de uno y volcarlo en la pantalla". Antonio de la Torre y María León completan la primera línea del reparto, esas criaturas cuyas vidas se verán transformadas por la ambición psicótica de Álvaro. "Es muy parecido a un director de cine, pues todo acto de construcción está relacionado con lo que hago", asegura el cineasta, quien no oculta su vinculación, "llevada al extremo", con el escritor que fabrica la metaficción de El móvil.

"Manuel no cierra ninguna puerta -sostiene Gutiérrez-. Cuando le pregunté qué tono quería me dijo que en la vida no hay un tono predeterminado, sino que viene dado por las circiunstancias. Esa misma filosofía la hemos seguido en el rodaje". Martín Cuenca, que prepara sus filmes como un corredor de fondo, durante meses, insiste en esta idea: "Sigo la máxima de Truffaut de que hay que rodar contra el guion y montar contra el rodaje. Así que la película está muy viva y abierta. He venido con una idea, lo tengo todo muy preparado cuando entro en el set, pero al entrar en contacto con los actores permito que las cosas cambien. El rodaje es un lugar de descubrimientos para mí".

La liturgia del rodaje no responde a los códigos del drama o la comedia. "El espectador decidirá lo que ha visto", sostiene el director. El móvil busca su lugar en la pantalla para proyectar las maquinaciones del arte en contacto con la vida. Una empresa que no se distingue demasiado de lo que significa un rodaje, una puesta en escena. "En ese proceso, Álvaro va dejando cadáveres en el camino -explica Gutiérrez-, y creo que el fin no justifica los medios, pero comparto su convicción de que hay que ser fiel a uno mismo, mantener la pureza hasta el final". Acaso todo rodaje consiste en eso.