Maren Ade junto al actor Peter Simonischek durante el rodaje de Toni Erdmann

¿La comedia del año? Sí, Maren Ade ha revolucionado el mundo cinematográfico con Toni Erdmann, la película que dejó muda a la prensa especializada en Cannes, que representará a Alemania en los Oscars y que abrirá el próximo miércoles, 16, el Festival MUCES de Segovia. Hablamos con la directora alemana sobre esta lúcida y desternillante película que hará cambiar radicalmente el cine germano.

Alemania tiene un solvente surtido de comedia clásica con Ernst Lubitsch a la cabeza. Sin embargo, tras la II Guerra Mundial, el cine germano se enrocó en exorcizar demonios. Dada su querencia por la expiación del pasado, no es de extrañar el estupor y el regocijo que la tercera película de Maren Ade (Karlsruhe, 1976) despertó en el pasado Festival de Cannes. Toni Erdmann es una refrescante rara avis en la filmografía contemporánea alemana. Pelucas, nudismo y dentaduras postizas procuran momentos desopilantes a una trama de 162 minutos, ahíta, sin embargo, de crisis existencial, nostalgia del paraíso de la infancia y melancolía. Los medios, pillados en un brete, no pudieron más que rendirse a esta delicia de tres horas. No en vano, el filme se alzó con el premio Fipresci de la crítica internacional al mejor filme de la competición oficial. Como así le sucedió también en San Sebastián. Preseleccionada por su país para la candidatura al Oscar a mejor película de habla no inglesa, Maren Aden se prepara para la temporada de premios. Su horizonte más inmediato es nuestro país, donde Toni Erdmann ha participado en el Festival de Cine de Sevilla, que termina este sábado, 12, y abrirá la XI edición del Festival MUCES de Segovia el próximo miércoles, 16. El estreno en nuestras pantallas queda pendiente para principios del año que viene.



Pregunta.- Han transcurrido dos años desde el rodaje hasta el estreno de la película. ¿Cómo es que se tomó tanto tiempo para terminarla?

Respuesta.- Tenía cien horas de filmación, así que tuve que dedicarle un año a la edición. Y volví a ser madre, aunque no es una excusa. No pensé que el proceso fuera a ser tan largo, solo me tomé mi tiempo. Cuando decides tirar adelante con una duración así, has de estar segura de que no hay otra opción. A no ser que estés haciendo El señor de los anillos...



P.- ¿Fue duro dejarla en las tres horas finales?

R.- Hay muchas repeticiones en esas cien horas. Esa cantidad de celuloide responde a la necesidad de rodar la toma perfecta o de dar con la forma de construcción más dramática. Lleva su tiempo. Has de ser paciente. Quizás podía haber recortado diez minutos, pero sin esos diez minutos tenía la sensación de que la película era diez minutos más larga. Al final, todo es cuestión de ritmo. Ha de funcionar y cada decisión que tomas repercute en la película. Es una estructura muy frágil. Así que llegué a Cannes realmente nerviosa. Terminé la película una semana antes.



Mucho de lo que resulta hilarante surge de la tragedia o de la desesperación del personaje. Para mí, el humor procede en ocasiones del dolor"

P.- ¿Le preocupaba que el humor no se entendiera bien?

R.- Sí, y de ahí el tiempo que invertí en los subtítulos. Conozco cada frase de memoria, porque tenía que asegurarme de que fuera acertada. Siempre inquieta presentar una película donde hay mucha conversación, y sorprende cuando resulta que también funciona en otros idiomas. He tratado de hacer algo extraño, pero al mismo tiempo universal. Mucho de lo que muestro es ridículo, una sensación habitual cuando filmas a gente merodeando desnuda, como en la escena de la fiesta de cumpleaños. Inés se desnuda por desesperación. Se halla en un callejón sin salida. No puede soportar a esa gente estúpida, a esos falsos amigos por más tiempo. Quiere deshacerse de la vida que lleva. No la convierte en una heroína, pero es el instante en que todo funciona, porque es el más humano.



¿Cuestión de etiquetas?

P.- ¿Hasta qué punto buscaba ajustar cuentas con el escepticismo que despiertan las comedias alemanas?

R.- Mis películas no encajan. No puedes colgarme una etiqueta determinada, porque no tendría sentido. Pero eso no quiere decir que no me guste el cine alemán. Me gusta mucho. Siento que formo parte de él. Como la mía, la última película de Benjamin Heisenberg es una comedia. Con todo ello se demuestra que el cine alemán puede ser gracioso. El realismo puede volverse aburrido, así que tratamos de encontrar algo nuevo. Del mismo modo que el personaje de Winfried (Peter Simonischek), que no es lo que se dice el mayor fan de la realidad. Aunque los alemanes tendemos a decir que tienes un verdadero sentido del humor cuando puedes reírte de todo, sin importarte las circunstancias. Quizás de eso trata la película. Para mí, el humor procede a menudo del dolor.



P.- Su primera película, Los árboles no dejan ver el bosque, era un drama próximo al documental; la segunda, Entre nosotros, un drama romántico; y Toni Erdmann una comedia dramática. ¿Qué llevó a aligerar el peso del drama?

R.- Me apetecía jugar con el género. Vengo de un cine muy realista y la idea de hacer reír me ayudó durante la escritura del guión, pero a medida que avancé, me di cuenta de que me interesaba el drama, así que no es una comedia pura. Mucho de lo que ahora resulta hilarante surge de la tragedia o de la desesperación de los personajes. Es extraño, porque durante el rodaje, dejó de ser tan divertida. De hecho, le advertí a mis productores que podría ser un filme muy melancólico, pero que me gustaba lo que estábamos haciendo. Y aunque es una película larga, en la mesa de edición cambié el ritmo. Las comedias tienen que ver con la cadencia temporal. Retorné al humor en la sala de montaje.



Para el casting utilicé una peluca horrible y una dentadura postiza. Pensé en SImonischek porque pasa por una persona normal le pongas lo que le pongas"


La película de la que toda la prensa habla aborda el encuentro entre un padre y una hija cuya relación se ha enfriado con los años, pero que el público no espere la típica película familiar con cena de Acción de Gracias de fondo. Los protagonistas de este relato son un profesor de piano sin alumnos, Winfried, bromista irredento, dedicado al cuidado de su madre y de su viejo can, y su hija única, Ines (Sandra Hüller), alto cargo de una consultora que ha sido empleada por una gran empresa para poner en marcha un plan de reestructuración en su delegación de Bucarest que pasa por el despido de gran parte de la plantilla. El progenitor es tan travieso como su hija es rígida y seria. Y al día siguiente de un encuentro familiar, Winfried decide visitar a su "espagueti" en Rumanía. Lo que empieza como una bufonada termina por tambalear los cimientos de la vida profesional de Inés. Y, por extension, pone en cuestión la dinámica deshumanizadora del mundo corporativo y la nueva y perversa variante de colonialismo que ejercen las multinacionales.



Sandra Hüller y Simon Simonischek en Toni Erdmann

P.- ¿La relación paterno-filial estaba ya presente en el germen del guion?

R.- He estado interesada en el tema de la familia durante mucho tiempo. En los clanes hay, a menudo, mucha estática: abundan los rituales, las repeticiones, pero, en esas convivencias, la gente se sienta y piensa: "Ese no soy yo. Soy diferente, pero no puedo mostrarlo". Me gustó la idea de que un duelo de interpretación entre un padre y una hija termine por acercarles.



P.- ¿Cuánto hay de su experiencia con su padre?

R.- En mi familia tratamos de resolver las situaciones con humor. Y mi padre tiene un buen repertorio de chanzas. Nuestra relación es diferente a la de los protagonistas, pero durante un tiempo, estuvo bromeando con una dentadura postiza que le regalé. No obstante, no lo alargó tanto como Winfried... Fantasear con que prolongara el gag fue un buen punto de partida.



P.- Cuando Winfried pregunta a Inés por el sentido de la felicidad, lo hace extensivo a toda la audiencia. ¿Ha encontrado una respuesta?

P.- Hay una escena en la que Winfried le dice a Inés que la vida consiste en aferrarse a momentos y no sólo en tacharlos de tu lista. Lo que es muy bonito, porque quieres que tus hijos sean felices. Pero, en ocasiones, la felicidad está sobrevalorada. La gente viviría más relajada si aceptase que está bien no ser feliz a veces. Winfried no es tan feliz como quiere que su hija lo sea. Y de ahí deriva cierta deshonestidad entre ambos. Inés ha tenido una buena infancia, lo que es un privilegio. Quizás es por esa razón por la que su padre decide ir a visitarla, adoptar ese alter ego majareta y dedicarse a hacer trastadas, para recordarle su niñez. Sólo quiere que su hija vuelva a ser la que era.



P.- Toni Erdmann recuerda a los alter ego de los que ciertos cómicos se sirven para transgredir. ¿Han sido Andy Kauffman o Sacha Baron Cohen referencias al perfilar al personaje?

R.- Me gusta mucho lo que hacía Kauffman. Era más un intérprete que un cómico. Pasó mucho tiempo de su vida metido en sus personajes. En concreto, me fascina el contraste que creó con su alter ego Tony Clifton, que era lo opuesto a él, un mal tipo, un cantante desafinado de Las Vegas. Llegó incluso a negar que Clifton fuera él mismo. Pero tanto en el caso de Kauffman como en el de Baron Cohen se trata de profesionales, y en mi caso puse la atención en una persona normal, que no es actor, pero que intenta interpretar un papel y entregarse a otra personalidad.



Comunicación radical

Quieres que tus hijos sean felices, pero la felicidad está sobrevalorada. La gente viviría más relajada si aceptase que está bien no ser feliz"

P.- ¿Qué ventajas procura la creación de un alter ego?

R.- Hay reglas que construyes a lo largo de los años que establecen, en la teoría, que eres un ser determinado. Y me interesa la liberación que un papel te ofrece. Toni convierte a Winfried en una persona más honesta. Al encarnar a ese alter ego halla una forma de comunicación más radical y directa.



P.- ¿Por qué decidió darle ese papel al actor austríaco Peter Simonchek?

R.- Siempre terminó incluyendo a un austríaco en mis elencos. Peter era perfecto como Toni, porque le pongas lo que le pongas siempre pasa por una persona normal. Para el casting utilicé un modelo de dentadura postiza llamada "el carnicero" y una peluca horrible, con el que mi maquilladora andaba rondándome durante años. Nos dimos cuenta de que el aspecto era tan horrible que nadie iba a comprarlo. Pensé que se cargaría la película, porque ningún espectador se tragaría que los personajes creyeran que Erdmann era una persona real. Empezamos a rodar y seguía teniendo mis dudas. Pero entonces alguien pasó por mi lado y musitó: "Echo de menos la vieja peluca". Así que la trajimos de vuelta y en cámara funcionó muy bien".



P.- También Inés interpreta un papel en su trabajo, el de la impertérrita mujer de negocios...

R.- Tras la premier leí que alguien la llamaba "monstruo maravilloso". Investigué sobre muchos puestos como el suyo. Quería que fuera una mujer de negocios y concluí que el trabajo de consultora de empresa podía funcionar, porque para desempeñar el puesto has de interpretar un rol. No se le permite mostrar demasiados sentimientos, como sucede normalmente en el mundo corporativo dominado por hombres. Esta situación funcionaba genial con Winfried, que también está interpretando un papel. Con Inés todo es apariencia: la zorra fría es un rol, la hija es un rol, la líder, también. Esa confluencia le complica mucho la vida.



P.- ¿Reconoce algún propósito feminista en su retrato?

R.- No la veo como una mujer ignorada por los hombres que la rodean. Está acostumbrada, es más una cuestión de que se le ha ido de las manos. Escuchar un mismo comentario machista en diez ocasiones puede pasar, pero al undécimo te entran ganas de decir que te molesta, que, de hecho, no te ha hecho gracia ninguna de las veces precedentes. Es una mujer que está tan acostumbrada a los hombres con los que trabaja que ha llegado a ser buena bromeando como ellos.



Odio a la recta final...

P.- La crítica se rindió a sus pies en Cannes y ha sido preseleccionada para los Oscar por su país. ¿Cómo esta lidiando con tantas expectativas?

R.- Le voy a explicar la sensación que me sobreviene cuando estreno una película: es como si estuviera volando a bordo de un avión y de repente me dejaran caer y el pasaje siguiera su viaje sin mí. Siempre es cruel. Así que me llena de alegría que esté siendo un éxito. Después de la postproducción no puedo volver a ver mis películas, odio la recta final. Hay aspectos en el cine que pueden ser muy obsesivo compulsivos. Ahora todo está abierto y sufro de una resaca de cine, pero es muy normal. Cannes es algo muy pequeño comparado con todo lo que viene después, que es volver a empezar un proyecto.



@BegoDonat