Image: Las mil y una noches de la crisis portuguesa

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Cine

Las mil y una noches de la crisis portuguesa

3 junio, 2016 02:00

Crista Alfaiate es Scherezade en Las mil y una noches de Gomes

Es casi milagroso que un proyecto tan monumental como el de Las mil y una noches de Miguel Gomes -tríptico con una duración total de seis horas- alcance hoy las salas comerciales. El luso presentó el año pasado en Cannes esta radical y omnívora exploración de la crisis y la desesperación portuguesas, tan cruda y libre como surreal, tan dramática como hilarante, concebida para contar lo esencial del ser humano.

En los primeros instantes de Las mil y una noches sentimos la duda, el extravío y la responsabilidad de un cineasta que sale corriendo del set de rodaje. Sobre las imágenes de los centenarios astilleros de Viana de Castelo, mientras son desmantelados, Miguel Gomes (Lisboa, 1972) expone su propio dilena. Quiere hacer una película que no renuncie al escapismo, a la fabulación -"porque el cine es para mí El mago de Oz", sostiene-, pero al mismo tiempo le parece imposible hacer en estos tiempos una película en Portugal que no hable de otra cosa que no sea el absurdo y la desesperación, la imposibilidad de sobrevivir. "Me sentía obligado a filmar la situación de mi país porque vivimos tiempos extraordinarios -explica el autor de Tabú (2012)-. Extraordinarios en el sentido más negativo. Vi un paralelismo entre la absurda situación de la crisis económica portuguesa y la delirante narración de Scherezade. Así que pensé que ella debía contar las historias de nuestro país en el día de hoy".

Los intercambios y solapamientos entre el registro documental y la puesta en escena ficional, en todo caso, se han establecido como el santo y seña del director luso, quien ha anclado sus grandes conqusitas -La cara que mereces (2004), Aquel querido mes de agosto (2008), Tabú- en el retrato de un mundo para el que la imaginación debe compartir espacio con la realidad exterior, pues hay una clara continuidad entre ambas dimensiones. "Para mí era muy importante hacer este retrato de Portugal desde ambos lados. Se persiste en el cliché de que cuando un cineasta está tratando asuntos serios, no le está permitido utilizar su imaginación, pero yo no estoy de acuerdo". Su película no se autoimpone normas ni convenciones. La monumentalidad de la pobreza es la razón de ser del filme, y su honestidad creativa emanan como un gesto de militancia humanista.

Con ayuda de diversos periodistas repartidos por toda la geografía lusa, Gomes emprendió un trabajo de recolección de historias relacionadas con la crisis económica durante catorce meses de rodaje (2014-2015) para poner en pie esta épica producción, no tanto por la envergadura presupuestaria, sino por el tiempo y la ambición. A lo largo de seis horas, repartidas en tres películas -1. El inquieto, 2. El desoladoo, 3. El encantado-, el monumental palimpsesto de voces, la pluralidad de tonos y códigos cinematográficos se propondá capturar el naufragio de un país a la deriva. "El proyecto es de naturaleza muy heterogénea -sostiene Gomes-. Estaba interesado en distintas formas de contar las historias y presentarlas visualmente. Como narradora, Scherezade es muy elástica y tiene la capacidad de mostrar las cosas de una forma renovada en cada momento".

Una sátira de la troika

Por muchas extenuaciones y salidas de tono que genere una propuesta tan radical (en todos los sentidos), Las mil y una noches de Gomes se acerca mucho a la clase de película que algunos querríamos para el cine español. ¿Por qué? En esencia porque convierte las historias de desesperación colectiva de un pueblo cada vez más empobrecido en parte de un nuevo imaginario, alejado de los códigos del periodismo, buscando su pervivencia en el tiempo al tomar prestada la estructura de las fábulas seminales de la civilización humana.

Gomes satiriza a la troika como un encuentro de políticos arrogantes que discuten sobre políticas de austeridad para terminar hablando de erecciones incurables. Convierte asimismo el anfiteatro de Vila do Conde en un juico sobre el robo de unos muebles que recorrerá toda la cadena de crímenes de la perversión capitalista, desde un ladronzuelo desesperado hasta la colonización china financiera. Hay lugar en el tríptico, que parece ir inventándose sobre la marcha de los descubrimientos, para los dramas surrealistas -un gallo que canta en horas extrañas es llevado a juicio por las autoridades locales-, para el testimonio de dramas individuales de desempleados, para la crónica de un perro huérfano que cambia de dueño una y otra vez, porque ya no pueden hacerse cargo de él, en un edificio habitado por familias pobres. "Era muy importante para mí que la película operara tanto en la dimension individual como colectiva, porque Las mil y una noches trata en gran medida sobre el sentido de la comunidad".

Del realismo más observacional con el que filma un extenuante torneo de cantos de pájaros (que no deja de ofrecerse como potente metáfora de los discursos políticos) a las fantasmagorías que convoca en la pantalla mediante la presencia de Scherezade en estas noches portuguesas, el juego de contrastes es perpetuo. Alcanza su máximo esplendor en el relato en voice over de una emigrante china en Portugal mientras vemos las imágenes de un enfrentamiento entre manifestantes y policías en el Congreso. El espectador puede aceptar o no el desafío de sentir cómo el curso del filme vencerá la amnesia del tiempo, pues siempre se podrá volver a este colosal, delirante testimonio de un tiempo, unas personas y unas circunstancias que han fracturado definitivamente el estado de bienestar.

Cuando se presentó en la Quincena de Cannes de 2015, parecía de todo punto improbable que el tríptico de Gomes llegara a salas comerciales intacto, sin mutilaciones ni grandes cambios. ¿Qué sala comercial se atrevería a programar sus seis horas? A su modo era como un proyectil disparado contra todos y contra nadie, que en verdad apuntaba a las tripas del tiempo. El compromiso de la distribuidora Golem con el cine que no conoce ataduras, tan indomable como excesivo, poético, insurgente, crudo, surrealista, dramático y satírico, merece el aplauso no solo de la cinefilia que se disputa en las barricadas, si no de cada uno de los espectadores que sepa apreciar el riesgo, y la necesidad, de tamaña empresa.

@carlosreviriego