Image: Sus plumas se cruzan en el cine

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Cine

Sus plumas se cruzan en el cine

15 abril, 2016 02:00

Don Quijote, de Orson Welles

Algo más que la coincidencia en el tiempo y sus efemérides ha juntado y desjuntado a estos dos grandes referentes de la literatura, convertidos sin saberlo en guionistas de decenas de películas para un medio que no conocieron, pero que sin duda les hubiera cautivado: el cine. De William Shakespeare se ha dicho que pudo ser, o es, o seguirá siendo, un excelente generador de historias cinematográficas. Esa sensación nos llega, aparte de motivada por su producción de arquetipos dramáticos - los celos, la duda, el amor...-, por el efecto que nos causa la construcción de las escenas, tan próximas al montaje cinematográfico. Yo diría sobre todo que se debe a que sus obras están en inglés, y porque ese es el idioma en que, mayoritariamente, hablan las películas. No olvidemos que la órbita cultural en inglés abarca mucho más que el lenguaje. Pero sin duda eso no parece una razón suficiente a los que, en estos días de conmemoraciones manchegosajonas, me preguntan por qué Miguel de Cervantes no es tan cinematográfico como William Shakespeare. La pregunta es suya, no mía, y no está formulada correctamente: el escritor más veces llevado al cine es Cervantes, solo que por una sola obra o, mejor dicho, por un solo personaje. El personaje de Don Quijote le salió a su autor "como de molde", según frase cervantina. La percepción que tenemos del Caballero escapa del texto escrito y parece cobrar verdadera corporización física ante nuestros ojos. Eso le hace inequívocamente cinematográfico. El personaje es fácilmente identificable gracias a su porte avellanado y flaco, con una grandeza algo cómica, pero que, por otra parte, impone. Para mayor asombro, cabalga en un caballo esquelético y porta unas armas que ya no están de moda en su tiempo. Aunque de eso hoy en día no nos demos tanta cuenta, porque a nuestros ojos todas esas herramientas bélicas son igualmente antiguas, sí nos sorprende que lleve una especie de palangana en la cabeza, que le baila al cabalgar. Don Quijote de la Mancha es uno de los personajes más identificables de la ficción, como lo pueden ser Zeus con sus truenos, Caperucita Roja con su capa, Pinocho con su nariz o Charlot con su bastón y su bombín. Inequívocamente grandes estrellas, no importa en qué medio. El Caballero se sale del libro. Un hallazgo. Desde el principio, las adaptaciones del Quijote para el cine no lo fueron tanto del libro como del personaje. Así que, aun sin poder hablar ni soltar discursos, don Quijote ya atraía a los realizadores del cine mudo. ¡Qué gran poder de sugerencia! ¡Un cómico todo locuacidad que sin embargo consigue interesarnos también con la mímica! Y es que solo tres años después de que los hermanos Lumière presentaran en público su invención de imágenes en movimiento, ya Lucien Nonguet y Ferdinand Zecca realizaban y proyectaban Les aventures de Don Quichotte de La Manche. Desde esa temprana fecha -que al parecer, ni siquiera fue el primer Quijote filmado, hubo algún otro anterior que no se conserva- hasta la tentativa frustrada (ahora vuelve a la carga) del director Terry Gilliam y el actor Jean Rochefort de llevar a la pantalla una enésima versión del Quijote -de la que ha quedado un revelador testimonio en el documental Lost in La Mancha (2002), de Keith Fulton y Louis Pepe- ha pasado más de un siglo. Don Quijote ha luchado contra molinos y hasta contra excavadoras de largos brazos (en la versión de Orson Welles), y ha sido apaleado por arrieros, mozos de taberna, directores de cine, realizadores de dibujos animados y demás encantadores profesionales. Hay más películas realizadas con la figura de don Quijote que con personajes de Shakespeare. Pero esto no da lugar a ninguna competición. Simplemente, se constata el hecho. Ni todas las obras basadas en uno u otro son buenas ni tampoco todas son innecesarias. A veces arrojan luz sobre alguna parte de la obra que merece la pena observar desde una perspectiva distinta a la teatral o novelística. Ambos ofrecen muchos temas para ser adaptados, pero sobre todo plantean consideraciones sobre la vida, el amor, el deseo, la ambición, el fracaso que se renuevan en cada época de manera distinta. En la lista de uno y otro autor hay filmaciones de referencia. Y cada una de ellas nos muestra una nueva mirada sobre lo cervantino y lo shakesperiano, de tal manera que a veces son más relevantes por transparentar nuestra actual manera de mirar que por volver a utilizar los conocidos argumentos y personajes. Si hablamos del Caballero de la Triste Figura, son memorables las películas de G. W. Pabst, con el caballero echando un discurso anticapitalista colgando de un aspa de molino, o la de Grigori Konzintsev, interpretada por Nicolai Cherkasov, con decorados del español Alberto Sánchez, exiliado en la URSS. En ambas, el loco se convierte en profeta, y lo ridículo se acerca a lo sublime y viceversa, pero de otra manera a la planteada por Cervantes. ¿Fidelidad? Bueno, basta que no haya demasiados desperfectos. Orson Welles fue un director que recurrió a Shakespeare y a Cervantes como punto de partida de sus barrocas películas. Y no solo en sus adaptaciones explícitas, sino en la mayor parte de su filmografía más personal. Campanadas a medianoche, por ejemplo, además de utilizar el personaje de Falstaff, tiene también algo de la melancolía cervantina. El director amontonó miles de metros para un Quijote que no dejó de cabalgar infatigablemente hasta la muerte de su recreador, el dios Welles. Vi de niño su tremendo Otelo y luego su versión de Macbeth (rodada en veintipocos días) y ambas me produjeron una impresión de la que todavía no me he repuesto. Cervantes y Shakespeare cruzaron sus plumas en la novela corta intercalada en el Quijote Historia de Cardenio. El inglés tomó prestada la historia del español, una historia sexy de travestismo y amores prohibidos. Así que en esto de las adaptaciones solo es ponerse, y quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. La obra de teatro escrita por Shakespeare y Fletcher sobre el texto de Cervantes se perdió. Al parecer, el cocinero del obispo Warburton, que poseía el manuscrito, lo fue utilizando página a página para encender el fuego de la cocina. Pero esa primera adaptación, hecha a su vez por uno de los autores más adaptados, nos lleva a invocar la elasticidad de la ficción y la porosidad de las historias universales.