Cine

La reconquista del Oeste

21 enero, 2016 01:00
Que dos de las películas más esperadas de 2016, Los odiosos ocho de Tarantino y la ya galardonada El renacido, de Iñárritu, tengan como escenario el viejo y el lejano oeste y adopten el western como modelo narrativo en distintas variantes, es solo un síntoma más del renacer de un género que nunca murió y que invade hoy imparable pantallas, librerías y hasta salas de museo.
Puede que el western haya quedado condenado a esa prisión conocida como Historia del Cine o, peor aún, como Cine Clásico, en la que muchos críticos e historiadores quisieran mantenerlo encerrado. Puede que las nuevas generaciones hayan sustituido las hazañas de indios y vaqueros por las de superhéroes y mesías mágicos o futuristas. Puede que para algunos el western sea solo algo que "echan" en las cadenas autonómicas de televisión para rellenar programación (y que hasta algunos proponen eliminar de las mismas en no se sabe bien qué acto de reparación justiciera pretendidamente, supongo, antifascista). Pero nada de ello es cierto: género mercurial por excelencia, que siguiera presente en las pantallas de finales del siglo XX y comienzos del XXI con títulos no solo imprescindibles sino reconocidos por crítica y público -Bailando con lobos, Sin perdón, Cold Mountain, Valor de ley...-, el western, las pelis del Oeste, vaya, se niegan no solo a morir, sino a dejarse catalogar como una especie en vías de extinción. No se trata solo de que los esquemas míticos del género, tal y como fueron codificados primero por la Edad Dorada de Hollywood y recodificados luego por el revisionismo del Nuevo Hollywood, hayan permeado otros como el thriller, la ciencia ficción o el terror (que también), sino de que el escenario espacio-temporal característico del mismo, a grandes rasgos: la Frontera norteamericana entre finales del siglo XVIII y comienzos del XX, sigue siendo privilegiado por numerosos cineastas para ofrecernos ahora, en una singular explosión de títulos, sus personales visiones del mismo, tan diferentes como cautivantes.

El western ofrece infinitas posibilidades para reflexionar sobre la condición humana

Si Tarantino ha elegido construir un Grand Guignol de cámara en la Frontera posterior a la Guerra Civil en Los odiosos ocho, en medio de un nevado y paradójicamente claustrofóbico Wyoming, que se desarrolla en el mismo universo que su anterior contribución al western, Django desencadenado, lleno como siempre de guiños cinéfagos -empezando por un Samuel L. Jackson cuyo personaje, el Mayor Marquis Warren, remite al director del género Charles Marquis Warren... ¡biógrafo del abolicionista John Brown en su Seven Angry Men de 1955!-, mezcla de géneros -whodunit, gore, comedia negra- y cóctel de personajes más malos que los Hermanos Malasombra, que algunos leen como metáfora de las tensiones raciales que asolan los Estados Unidos de hoy, Iñarritu opta en la espectacular El renacido por la aventura supervivencialista en los primeros tiempos de la conquista del Oeste, recreando por segunda vez -la primera fuera en la injustamente olvidada El hombre de una tierra salvaje, dirigida en 1971 por Richard C. Sarafian- la historia real del trampero Hugh Glass, abandonado y dado por muerto en el territorio salvaje del Missouri hacia 1820 por sus compañeros, convirtiéndola en poético pero pesimista comentario de la historia de un país marcado por la violencia, la codicia y el derramamiento de sangre. En las antípodas narrativas la una de la otra, en ambas juega sin embargo un papel central el racismo y sus nefastas consecuencias.

Westerns para el siglo XXI

Una imagen de Bone Tomahawk

Quizá el motivo para este retorno de lo reprimido que supone la nueva oleada de westerns que nos invade no sea tanto la nostalgia por un género mítico, como el hecho de que este, tanto en sus códigos narrativos como en su escenario histórico y geográfico, ofrece infinitas posibilidades para reflexionar sobre la condición humana al tiempo que aporta emoción primal, violencia descarnada, aventura épica y lirismo crepuscular a partes desiguales. Pero el western del siglo XXI no es exactamente heredero del universo de Ford, Hawks, Mann, Wyler o Boetticher, aunque no reniegue tampoco de él, sino más bien del dirty western, el spaghetti y el western revisionista de los años 70, aquél que en manos de autores como Peckinpah, Penn, Pollack, Roy Hill, Monte Hellman, Altman, los tres Sergio -Leone, Sollima y Corbucci-, Ralph Nelson, Siegel, Aldrich, Brooks, Kaufman, Sturges, Fleischer, Pakula o el mismísimo Huston, entre otros, convirtió el género en afilado tomahawk con el que arrancar la cabellera a la Historia de la Frontera americana, mostrando el sangriento nacimiento de una nación de forma muy distinta a como lo imaginaran los padres fundadores del género.

El dirty western convirtió el género en afilado tomahawk con el que arrancar la cabellera a la Historia de la Frontera americana
Hoy, su modelo subyace en los nuevos westerns: si The Revenant remite a títulos como El hombre de una tierra salvaje o Las aventuras de Jeremías Johnson, y Los odiosos ocho recuerda comedias negras como El día de los tramposos de Mankiewicz o Sin ley ni esperanza de Kaufman, la danesa The Salvation, protagonizada por el carismático Mads Mikkelsen, remite al spaghetti más violento, mientras la excelente Bone Tomahawk de S. Craig Zahler, sorprendente combinado de horror splatter caníbal y western crepuscular, lo hace a clásicos precursores como La noche de los gigantes de Mulligan o la nunca suficientemente alabada La venganza de Ulzana de Aldrich. Lo mismo vale para otras que como Deuda de honor de Tommy Lee Jones, Slow West de John Maclean, The Free State of Jones de Gary Ross, In a Valley of Violence de Ti West o Jane Got a Gun de Gavin O´Connor, se han estrenado recientemente, se estrenarán o han pasado ya por festivales. Incluso el hecho de que algunas sean de nacionalidad europea o rodadas en régimen de coproducción y hasta se desarrollen en escenarios europeos, como la inteligente The Dark Valley del austríaco Andreas Prochaska o la simpática Aferim! del rumano Radu Jude, nos retrotrae a los locos años 60 del euro-western.

Novelitas del Oeste

Pero el western ha vuelto no solo a los cines, sino también a las librerías, para hacer valer sus derechos, reconquistando un prestigio literario que a menudo le ha sido negado injustamente. Por desgracia, en nuestro país se tiende a identificar literatura western con las entrañables pero eminentemente marginales aportaciones del bolsilibro español, con las que Marcial Lafuente Estefanía, Silver Kane (es decir, Francisco González Ledesma) y muchos otros -entre los que José Mallorquí supone una excepción por su ambición y logros- abarrotaban los quioscos de hace más de medio siglo y que nutrieron a varias generaciones de lectores. Cegados por este fenómeno sociológico y pulp, los críticos literarios y cinematográficos han ignorado una tradición escrita contemporánea tan importante, seminal y trufada de grandes logros narrativos como puedan serlo las de la ciencia ficción, el fantástico, el policial y la novela negra, histórica o de aventuras.

La narrativa western estadounidense del siglo XX forma parte del tronco común de la Gran Novela Americana

Mientras todo el mundo reconoce y venera los originales literarios que se esconden tras los clásicos del cine negro, el terror o la aventura, se ha marginado y menospreciado sistemáticamente el hecho de que detrás de todo gran título del cine western hay una gran novela, como reza la tradición, mejor aún que su versión cinematográfica. Así lo está demostrando la exquisita colección Frontera de la editorial Valdemar, dirigida por el especialista Alfredo Lara, que con títulos como Indian Country y El árbol del ahorcado, de Dorothy M. Johnson, Centauros del desierto de Alan Le May, Bajo cielos inmensos del Pulitzer A. B. Guthrie Jr. o Shane de Jack Schaefer, entre otros, está poniendo los puntos sobre íes, mostrando cómo la narrativa western estadounidense del siglo XX está a la altura de cualquier género y forma parte del tronco común de la Gran Novela Americana. Un tronco que sigue creciendo frondoso, y del que son ejemplos recientes obras como País de sombras (Seix Barral) de Peter Matthiessen, la tarantiniana Los hermanos Sisters (Anagrama) de Patrick de Witt, que llevará al cine Jacques Audiard, o la excelente El hijo (Mondadori) de Philipp Meyer.

Universo western

Y es que el western es más, mucho más que cine. La historia y la leyenda, el mito y los personajes, el paisaje y la vida cotidiana de la Frontera norteamericana han inspirado a poetas clásicos como Longfellow o modernos como Robinson Jeffers, a músicos como Groffé o Copland, a pintores como Bodmer, Catlin, Remington o Russell, a fotógrafos como Edward S. Curtis... Algo bien patente estos días merced a la excelente exposición La ilusión del Lejano Oeste que ofrece el Museo Thyssen-Bornemisza, gracias al trabajo, el entusiasmo y la ilusión también de su promotor Miguel Ángel Blanco. Por eso no es de extrañar que, en pleno siglo XXI, el western no solo no haya muerto, sino que cobre nuevo vigor y significado. Porque no se puede matar una ilusión.