El rey de la Habana de Agustí Villaronga

El rey de la Habana de Agustí Villaronga es una película hermosa y un puñetazo de realidad en todos los sentidos, lo mejor de selección española en el Festival de San Sebastián. En el otro extremo, Lejos del mar de Imanol Uribe, inverosímil, catastrófica y estúpida.

Agustí Villaronga triunfó con la que quizá es su película menos personal, Pa negre, donde convertía sus obsesiones y su talento en un filme tan notable como digerible para un gran público al que quizá resulta demasiado duro su mejor trabajo. El rey de la Habana es Villaronga en estado puro: la pasión. La pasión por vivir, la pasión por amar, la pasión por sobrevivir y la pasión por morir. En el filo de la muerte y la vida, en ese punto de suspenso donde se juega al todo o nada, es donde realmente Villaronga brilla como un artista que, al margen de cualquier convención, logra la gravitas de esa vida que es o no es, ese punto de suspensión en el que todo cobra su significado porque siempre está, acechando, la posibilidad de la muerte.



El rey de la Habana nos traslada a la época del Periodo Especial (principios de los años 90) en el que Cuba era aun más miserable de lo que es ahora. La historia gira en torno a un superviviente, un joven apenas adolescente que aprende a dentelladas a salir adelante soñando, como todos, con la opulencia y enfrentándose a un horizonte lineal y sin destino en el que uno es pobre y no es nada. La miseria es la verdadera protagonista de un filme que nos acerca a las cloacas pero también a la alegría, la alegría de estar vivo y la sinrazón de estarlo y no tener futuro. ¿Qué será del protagonista? Es una pregunta que nos deja con la voz entrecortada y sin habla porque El rey de la Habana nos muestra lo peor, y también lo mejor, de esa vida al margen en la que habita la miseria y la opulencia de la exuberancia.



Son dos horas como un suspiro en las que el cineasta se muestra como el maestro que es. Donde los personajes son paupérrimos pero también libres, aunque de poco sirve la libertad que no sirve para nada. El rey de la Habana te deja literalmente sin habla, comprendiendo el vacío de las vidas sin destino ni promesa porque la miseria es la gran protagonista de un filme que nos obliga a mirar de frente lo que queremos obviar. No solo la miseria material de los otros, también la nuestra, que somos miserables por no querer verla. Narrada de forma nerviosa e incluso histérica, como un sueño o una pesadilla, la película nos sumerge en un viaje a través de las profundidades de un lugar sin lugar, de una noche sin día, o un día sin noche, donde los valores no existen y el seguir respirando es la única regla.



Todo funciona y todo es bello en este filme que capta el alma y el espíritu de la miseria y de su grandeza. Donde la juventud es juventud y donde el amor es extremo. Un mundo en el que la moral no existe y la lógica del deseo se impone a la lógica de la civilización en un país en el que la civilización no existe. Nos quedamos enganchados y fascinados ante la peripecia de ese adolescente rey de la Habana que no es rey ni es nada pero es rey de su propia vida porque todos somos reyes en la nuestra. Es un puñetazo de realidad en todos los sentidos, no solo porque sean desgraciados, sino también porque comparten nuestra vida y nuestros sueños, porque el otro somos nosotros y nada nos es ajeno. Hermoso filme, con enorme diferencia el mejor de la selección española que nos obliga a comprender y a meternos en la piel de quienes sentimos distintos pero son iguales.



Lejos del mar de Imanol Uribe

Imanol Uribe regresa con la catastrófica, inverosímil y estúpida Lejos del mar al mundo de los etarras. Cuenta la historia de un ex etarra (Eduard Fernández con acento catalán) que al salir de la cárcel se va a vivir al cabo de Gata y se encuentra con la niña a cuyo padre asesinó delante de sus narices. Elena Anaya es una mujer bella, lo mejor que se puede decir de uno de los mayores despropósitos del cine reciente.



Santiago Mitre suscitó el entusiasmo generalizado con la ingeniosa y bien hilada El estudiante, donde lograba que una serie de intrigas universitarias se convirtieran en metáfora de las luchas de poder que azotan la política y nuestra vida entera. Con Paulina nos cuenta la historia de una chica de buena familia que decide ser maestra en una zona pobre renunciando a una espléndida carrera y una posición social. A Paulina la violan y ella decide tener el hijo. Todo trata sobre por qué lo quiere tener y Mitre plantea con inteligencia el conflicto entre la niña bien y el padre progresista que cree más en la igualdad en un libro que en la vida real. Uno sigue con interés los vaivenes de un filme que como El estudiante nos ofrece complejas reflexiones políticas a partir de lo cotidiano pero jamás logra desvelar la duda de por qué ella debería no abortar.



Taxi Teherán de Jafar Panahi

El iraní Jafar Panahi, sometido a un arresto domiciliario ominoso que debería hacer que a Obama se le cayera de vergüenza por haber pactado con el Mal, sigue rodando películas y nos entrega con Taxi Teherán un filme tan luminoso como oscuro en el que se disfraza de taxista para recorrer la capital y representar un fresco de las contradicciones de su país a partir de una joven casada con un viejo más pendiente de su herencia que de su matrimonio o de dos mujeres mayores víctimas de la superstición y la superchería. Taxi Teherán, ganadora el Oso de Oro en Berlín, tiene trampa. No solo la arrogancia de un cineasta que observa su sociedad con la distancia del privilegiado, sino la confunsión que provoca con su juego entre verdad y mentira. Muchas veces, Panahi es más listo e ingenioso que inteligente y profundo, y la trampa de su distancia hace que nos distanciemos de su propia crítica.



@juansarda