Image: El paraíso era un desierto

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Cine

El paraíso era un desierto

14 mayo, 2015 02:00

Una imagen de Mad Max: Fury Road

Intensidad, emoción y gran entretenimiento de género en Mad Max: Fury Road, el reboot que George Miller ha presentado en Cannes a partir de su mítica trilogía apocalíptica. Una película que reivindica en el imperio del pixel la acción física y demente, sucia y polvorienta.

El australiano que cosechó celebridad con la trilogía, dicen, que inauguró el cine Apocalíptico, relanza 25 años después su salvaje, demencial Mad Max: Fury Road. Acción y espectacularidad a raudales en la película de George Miller que, unas horas antes de su estreno en pantallas de todo el planeta, tendría que haber inaugurado el Festival con mucho más glamour y además mejor cine que la panfletaria La Tete haute. Para los que duden que Cannes está al servicio de la República pasen y vean el filme de Emmanuelle Bercot, una loa sin complejos a la salud y eficiencia del sistema social francés, encarnado por Catherine Denueve y por toda la significación que aporta este símbolo de la cinematografía gala a cada aparición suya en pantalla.

El pozo sin fondo de remakes, secuelas, precuelas y demás variantes de la factoría Hollywood está lejos de secarse, por más agotados que nos tenga, pero lo cierto es que este reboot trasciende en el terreno creativo su impulso mercantil. Los entusiastas de las action movies visitarán su Paraíso con las pulsaciones a cien por hora: intensidad, emoción y gran entretenimiento de género, incluso con comentarios sociopolíticos de la actualidad, como la dictaduras y terrores yihadistas. Una película que se disputa en el territorio de la apoteosis, una película sin tiempo que además pertenece a su tiempo.

La estética western y queer de la trilogía original tenía algo que la convertía en muestra de los restos de la contracultura setentera más que en hija de los plastificados años ochenta: sus perturbadoras formas de representar el sexo y la violencia. En eso, y en muchas otras cosas, se alejaba de la trilogía galáctica de George Lucas. Mad Max: Fury Road reivindica en el imperio del pixel la acción física y demente, sucia y polvorienta, como un Apocalypse Now en el desierto, una huida hacia adelante en busca de la esperanza o la redención, con una impronta visual deslumbrante que convierte las escenas nocturnas en secuencias prácticamente en blanco y negro. El espectáculo es furioso y nunca indigesto.

El abrumador arranque del filme ya levantó los aplausos y vítores de la sala Lumière, que se han repetido durante y después de la proyección. La concatenación de set pieces no da respiro, propulsada por un sentido del ritmo y un score extraordinarios. Miller confía en la testosterona del montaje de atracciones y en la furia de los rostros y los sonidos, pues el relato es mínimo, esquelético, básico, incluso las relaciones entre personajes -convincentes Tom Hardy y Charlize Theron, quien hace todo lo posible por destronar a la teniente Ripley como reina de las action movies- se resuelven con miradas fugaces capaces de concentrar lo que no es necesario expresar en palabras. El pasado del personaje, del mundo que ha perecido, es apenas insinuado con fugaces visiones de Max, que reformula su naturaleza mesiánica.

Este western apocalíptico, con guiño incluso a Caravana de mujeres, ya había despertado todo tipo de comentarios hiperbólicos en la crítica norteamericana, y podemos comprender el entusiasmo, aunque no necesariamente lo compartamos. En todo caso, Miller es respetuoso consigo mismo -algo de lo que el propio Lucas no puede presumir- y convoca las esencias de la trilogía original para llevarlas más allá en casi todo. Los guerreros del desierto, la humanidad reducida a su instinto esencial de supervivencia, el frenético y salvaje sentido de la demencia que se apodera de las imágenes nos deja con ganas de más. Habrá por supuesto continuación.