Image: El musical y el melodrama belgas

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Cine

El musical y el melodrama belgas

14 febrero, 2014 01:00

Alabama Monroe de Felix Van Groeningen

Candidata al Oscar como una de las mejores películas de habla no inglesa, el musical belga Alabama Monroe, de Felix Van Groeningen, apuesta desde su condición de melodrama por la conmoción de la lágrima y el dolor.

En el blanco están todos los colores. También los que nos hacen daño, los que sangran, los que marcan la piel para siempre. Y en el blanco, las heridas brillan más, la sangre parece manar más abundante, y sus manchas son difíciles de borrar. En el blanco de los trajes de los músicos protagonistas de Alabama Monroe, la muerte de su hija de seis años por un cáncer fulminante se convierte en un lamparón que crece inexorable, con el sigilo de un río subterráneo, hasta invadirlo todo, hasta ensuciarlo sin remedio. El blanco, capaz también de contener el negro. Y entonces, solo queda cambiar de traje. Cambiar de nombre. Cambiar. O desaparecer.

Como el pájaro que choca contra un cristal que no ve, y cae fulminado en el suelo, Didier y Elise, o Alabama y Monroe, chocan un día con la enfermedad de su pequeña Maybelle. Y la película filma, no la lucha contra el cáncer, sino la lenta caída de los padres, fulminados por ese choque contra una barrera invisible que no vieron llegar. El estruendo del cristal que se rompe es el estruendo de una historia de amor rota por un dolor inconsolable y antinatural: la desaparición de un hijo. Una nota desafinada que arrasa con la vida que encuentra a su paso, y que ni la música es capaz de suturar. Como en la siempre presente Psicosis, la muerte de la protagonista se produce muy al principio de la película, señal inequívoca de que, en este caso, el tema no es la muerte, sino lo que se lleva consigo y lo que deja detrás. El vacío que queda, la locura, el dolor, los intentos por encontrar una lógica a lo que no es más que un capricho de una vida sin más sentido que el sinsentido. Y la música como esa droga que se muestra incapaz de acallar el dolor más intenso, pero de la que es imposible desprenderse.

La película belga, éxito de taquilla allá donde se estrena y candidata al Oscar a la mejor película extranjera, es un melodrama en el sentido más literal de la palabra. "Drama que se representaba acompañado de música instrumental en varios de sus pasajes", afirma la RAE. Un drama en el que la música, espléndida, es el cuarto elemento de ese trío formado por los padres y la hija.... o la ausencia de ella. Un elemento aglutinador, un camino a la luz, que a la postre, tras el dolor definitivo, se revela como una senda en pos de una imposible sanación. Una senda que, sin embargo, hay que recorrer para encontrar el desvío final.

Contraste entre extremos

Como todo buen melodrama, en el sentido más coloquial de la palabra, la película tiende a subrayar y potenciar los aspectos más dolorosos de la historia a través de un contraste entre los dos extremos de la luz: el negro del presente, y el blanco de los orígenes; el dolor inconsolable y la belleza de los primeros compases de ese amor.

Con su estructura en constantes flashbacks, la película refuerza la sensación de pérdida por contraste. Sin ocultar en ningún momento sus intenciones más emocionales, Alabama Monroe busca profundizar en ese dolor, y contagiar al espectador con la ruptura invisible de lo más íntimo de los protagonistas. Y sí. Es eficaz, dolorosa y, en los momentos más duros, toma decisiones de trazo grueso, muestras siempre de las dificultades que el cine encuentra para filmar lo invisible, lo íntimo, lo que no se puede decir con palabras. Ese silencio que deja la muerte a su paso helador queda apagado por el torrente de palabras que el director decide superponer para intentar potenciarlo. Contar, y contar, y contar lo que no se puede contar. La opción final, la más elegante, la más coherente, sin embargo, es cantar, tocar el banjo, la guitarra, y gritar hasta que llegue el negro final.