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Cine

Raza de independientes

Nacho Vigalondo y Juan Cavestany, dos "alienígenas" en el cine español

23 marzo, 2012 01:00

Nacho Vigalondo y Juan Cavestany

Ni acomodados ni elitistas, ni de industria ni de festivales, los universos de Nacho Vigalondo y Juan Cavestany son de un mundo aparte. Unidos por una actitud cinéfila insobornable, hoy Vigalondo estrena Extraterrestre en salas, mientras que Juan Cavestany estrena El señor directamente on-line. Películas de imaginerías y métodos intransferibles que ellos mismos desentrañan para El Cultural.

Del gesto de firmar la película Extraterrestre con el subtítulo "Una marcianada de..." podemos extraer una conclusión cartesiana: Nacho Vigalondo (Cabezón de la Sal, 1977) es un marciano. Del gesto de arrancar su filme El señor con el logo de una productora llamada Hecho a Mano extraemos otra conclusión: Juan Cavestany (Madrid, 1967) es un cineasta artesanal. El lugar que ocupan ambos directores en los paradigmas de producción del cine español es ciertamente indeterminado. Un lugar extraño y no siempre fácil de habitar, pero que en todo caso queda muy lejos del planeta "cine español" tal y como comúnmente se le conoce. No pertenecen ni de lejos a la parte más acomodada de la industria, tampoco a los cineastas con síndrome de 'autoritis' experimental. "Tengo mis dilemas al respecto -sostiene Vigalondo-. A veces es una posición incómoda y lo llevo con cierto pesar, porque ralentiza los procesos. Llevo años con la película Windows y aún me cuesta generar confianza en los despachos. Me ven como un tipo raro con ideas raras, y eso no ofrece muchas garantías".

Un término tan adulterado como "independiente", sobre todo cuando se asocia a la creación cinematográfica, parece haber perdido ya todos los atributos que en algún momento lo hicieron significativo. Sin embargo, la insobornabilidad de Vigalondo y Cavestany se empeña en restaurar el significado preciso del término. Otrora guionista de filmes como Los lobos de Washington (Mariano Barroso, 1999) y Guerreros (Daniel Calparsoro, 2002), Cavestany reparte su actividad entre las tablas (Urtain) y la pantalla, pero la coyuntura actual de una "industria paralizada" le ha empujado a hollar los territorios del cine de guerrilla. El año pasado filmó "con presupuesto cero y la ayuda de amigos" el largometraje Dispongo de barcos, un verdadero ‘ofni' (objeto fílmico no identificado) que despertó los entusiasmos de la crítica (votado segundo mejor filme español de 2011 por los críticos de El Cultural), y ahora sigue apelando a la radicalidad creativa con El señor, una extraordinaria, sorprendente, casi mágica película de 46 minutos que ha estrenado directamente on-line a 3 euros la descarga. "Aunque Dispongo de barcos fue una gran experiencia, me prometí que no me volvería a meter en un proyecto sin red, en el que estuve tan solo, pero he vuelto a hacerlo porque todo está muy parado y yo tengo muchas historias que contar".

Bajos presupuestos

Aparte de haberse lanzado a rodar en las calles de Madrid con un pequeño grupo de amigos, presupuestos mínimos (el de Vigalondo no llega al millón de euros, el de Cavestany asegura que es "irrisorio"), mucha pasión y poco tiempo (tres semanas para Extraterrestre, doce días para El señor), ambos comparten varias pulsiones, por más que hagan películas muy distintas y distantes entre sí (véase apoyo). Lo que realmente hermana a ambos cineastas es su determinación por hacer cine a toda costa, su actitud de seguir remando a contracorriente. "A mí me gustaría hacer una película al año, pero de momento no es posible -dice el autor de Los cronocrímenes-. Así que me dedico a hacer otras cosas. Afortunadamente, ahora es posible, porque si no mi sistema nervioso se colapsaría". Entre sus otras actividades: rodajes-exprés de cortos, virales, anuncios, series on-line... "Ninguna buena película necesita un mal rodaje. Parte de mi competencia pasa por poner la calidad del rodaje frente a la calidad de la película -explica Vigalondo-. Las películas son juguetes. Me gusta mucho remitirme a la época en la que hacía vídeos en mi pueblo sin ningún tipo de estrategia, sin ningún plan, sin pensar en festivales... Había un salvajismo en estado puro, que intento preservar a toda costa en el terreno profesional".

Esa clase de asilvestramiento es el que persigue Cavestany. El germen de El señor son unos vídeos que colgó en YouTube de un tipo celebrando su cumpleaños solo en casa. "Vi que la propuesta se entendió y decidí agregar más capítulos, hasta que se convirtió en la idea de una película", explica. Junto al actor protagonista, Luis Bermejo, Cavestany se ha responsabilizado de todos los procesos de realización, desde la concepción y producción a la exhibición del filme. "No responde a una crítica a un sistema caduco, no es una bofetada a la industria ni un acto de romanticismo. Responde a una necesidad de rodar y de hacer lo que creo que sé hacer, y ahora es posible gracias a la tecnología". Las sinergias de la cultura digital determinan el trabajo de ambos directores, si bien Vigalondo quiere huir del discurso ‘amateur' que una película como El señor exhibe con tanto orgullo. "La imagen digital no debe alterar el discurso de las imágenes -defiende Vigalondo-. Aunque las cámaras pesen mucho menos, el peso del plano debe ser el mismo". La factura de Extraterrestre, en cuyo rodaje Vigalondo se comprometió a anclar la cámara en trípode, sortea "todos los tics de las películas de bajo presupuesto". Y añade: "La película debe ser pequeña por las necesidades del guión, no por las limitaciones de la producción. Se trata de adaptar la idea al presupuesto".

Cine de guerrilla

Esos recursos formales tan asociados al cine de guerrilla -cámara en mano, pobre calidad de imagen, iluminación natural...- forman parte inherente de El señor, creada a golpes de improvisación. Una de las razones que hacen del filme de Cavestany una pieza tan insólitamente brillante es que sus formas vienen impuestas no sólo por las condiciones de realización, sino por la propia propuesta narrativa. "Los desenfoques tienen mucho que ver con hacer de la necesidad virtud -reconoce Cavestany-. La calidad de la cámara es muy límite, la manejo en automático y no gradúo la luz. En muchas ocasiones, los retoques del plano los aplico para disimular un plano feo". El filme entronca así con la tradición artesana de Arrebato (1980), esa que defiende también Vigalondo: "Aunque ahora es muy fácil valorarla, lo difícil era hacerlo en su momento".

La batalla de Vigalondo contra los cánones creativos, tan manifiestos en el corto con el que optó al Oscar, 7:35 de la mañana (2003), como en su debut con Los cronocrímenes (2007), no es una mascarada. En su segundo largometraje vuelve a hacer piruetas con las expectativas que generan los géneros cinematográficos, que él básicamente emplea como armas de distracción. "Hay algo halagador en el hecho de que Extraterrestre pueda conectar con el público más comercial, y que a la vez haya tenido una carrera de festivales, y que a la vez esté protagonizada por cómicos de televisión... Es difícil encasillarla", explica Vigalondo. El compartimento estanco es el propio director y su imaginario, cuyos casi 170.000 followers en Twitter le convierten en poco menos que una celebridad. "A veces siento el miedo de que mi imagen pública devore mi obra -reconoce-, pero también sé que cada vez es más difícil sostener una película en cartelera, y que hay que luchar por ella con todo lo que tienes. Si eso ayuda a preservar mi independencia filme tras filme, entonces tengo la convicción de que hay que hacerlo".

Desde el polo opuesto, casi en el anonimato y sin poder destinar un solo céntimo a gastos de publicidad, debe defenderse El señor en el mutante sistema de exhibición. Para la estrategia de venta on-line, Cavestany se ha inspirado en la web del célebre humorista Louis CK, que ha logrado un enorme éxito de descargas. "Yo no pretendo sacar negocio con esto -asegura Cavestany-. Lo mío es una forma de tomar el pulso para ver si lo que hacemos interesa o no. Pagar por la película es una demostración simbólica de interés, nada más. Pura oferta y demanda, sin intermediarios". En el espacio indefinido de las nuevas formas de consumo audiovisual, ya no se trata de estar más preparados, sino más alertas a los cambios. "La auténtica aventura de un creador es moverse en un territorio virgen, en el que no sabes lo que va a pasar a la vuelta del camino -afirma Vigalondo-. No sé nada sobre mi futuro, si voy a acomodarme o si voy a acabar haciendo piezas de internet a ver por un euro". Todo por algo parecido a la independencia.

Objetos fílmicos no identificados

El surrealismo cómico, la distorsión de expectativas, el desconcierto como motor de sus ficciones... Nacho Vigalondo y Juan Cavestany entienden el cine como un juego. Extraterrestre y El señor tienen tanto de dispositivo mecánico como de búsqueda incesante de un imaginario personal. En el corto Domingo (2007) que Vigalondo realizó para internet, ya encontramos una semilla de Extraterrestre. La inquietante presencia de un ovni en el cielo era poco más que un McGuffin en esta pieza de tres minutos, que centraba su atención en la discusión de una pareja. Lo ordinario se imponía a lo extraordinario del mismo modo en que ahora Extaterrestre, que convence más cuando apela al humor que a la emoción, toma el género de las invasiones alienígenas como mero contexto. Mientras fuera de plano la ciudad se enfrenta al asedio, la trama central del filme se encierra en un apartamento con tres patanes (Julio Villagrán, Raúl Cimas y Carlos Areces) enamorados de una misma mujer (Michelle Jenner).

El mediometraje El señor es también un objeto extraño y brillante, de esos cuyo desconcierto inicial no se pierde en laberintos de abstracción inexpugnable (aunque la poética del absurdo de Film de Samuel Beckett está muy presente), sino que en cierto momento son tomados por una emoción al desnudo, delicada y luminosa. Más que narrar una historia, el filme de Cavestany muestra los (des)encuentros de tres personajes alienados en las calles de un barrio del extrarradio madrileño. Un señor que vive en extrema soledad (Luis Bermejo), su vecina con un ojo de cristal y un peluquero epiléptico. El anhelo por el contacto humano se disfraza de silencioso existencialismo (es una película prácticamente muda), de fantasías y desdoblamientos. En un filme tan matemático como visceral, Cavestany armoniza la gestualidad cómica de Jacques Tati con las fantasmagorías en vídeo de Inland Empire (David Lynch), para desembocar en una inesperada, mágica fantasía romántica. Bravo.