Image: Donde habitan los monstruos

Image: Donde habitan los monstruos

Cine

Donde habitan los monstruos

23 marzo, 2012 01:00

Peter Mullan en Redención.

Peter Mullan, bestial y salvaje, protagoniza Redención, el debut tras la cámara del actor británico Paddy Considine, que narra una historia de amor entre dentelladas y navajazos a través de un complejo equilibrio.

El intérprete británico Paddy Considine -a quien hemos visto en títulos del interés de El ultimátum de Bourne (2007) o Le Donk & Scor-zay-zee (2009)- ha decidido probar suerte detrás de la cámara con Redención, un aterrador retrato de la violencia humana en general y la de género en particular. Para ello ha decidido asociarse con uno de los intérpretes de mayor carácter que ha dado el cine británico de los últimos años, Peter Mullan, una bestia salvaje de la actuación que ya está más que habituado a interpretar a personajes que se ahogan en la ultraviolencia y la autocompasión: desde Mi nombre es Joe (1998) a El perdón (2000), de Session 9 (2001) a Neds (2010), siendo ésta última su debut en la dirección (Concha de Oro en el Festival de San Sebastián 2010).

Redención no es, en absoluto, una película fácil. Esta historia de amor crecida entre dentelladas, patadas y navajazos, se propone (y consigue) incomodar al espectador al someterlo a unas imágenes que, en su intención de no esconder ningún detalle de su entramado dramático, acaban resultando tremendamente exhibicionistas. Y es que la voluntad del realizador por retratar con fidelidad el horror en el que se hallan los protagonistas se mantiene incólume a lo largo de todo el metraje. Poco importa lo violento, infame y execrable que sea dicho pandemonium. Redención es una película cuyos protagonistas se ahogan en la tragedia existencial, malviviendo sometidos en lo más profundo del hoyo. Él, poco más que un animal que agrede con tanta facilidad como furia a sus semejantes; ella, resignada a un infierno en vida, al tener un marido que convierte el maltrato doméstico en un vomitivo catálogo de vejaciones.

El objetivo de Considine sería, ya no sólo lograr que el espectador empatice con estos dos personajes miserables, sino que sea capaz de aceptar la posibilidad de la existencia de un romance entre ellos. Un equilibrio tremendamente complejo que, sin embargo, Redención sí logra, principalmente gracias a la mirada que, como demiurgo, adopta Considine sobre sus marionetas: una puesta en escena realista, que no huye del exabrupto, pero que tampoco se involucra demasiado a la hora de hurgar en las heridas. Eso, y el respeto absoluto hacia sus personajes, es lo que confiere a la obra la coartada moral que su visionado requiere.

El problema en todas estas películas es siempre el mismo: ¿Dónde se pone el límite? ¿Hasta qué punto es necesario retratar según qué ignominias? ¿Sirve como coartada que estén basadas en hechos reales, ergo, deben ser escenificadas tal cual? La respuesta, probablemente, la deba encontrar cada espectador en sí mismo. Aunque una cosa sí debería estar clara: existen límites a la hora de provocar una respuesta emocional en el espectador y, la carnaza, la bestialidad o el exceso dramático, puede ser muy llamativo, pero no por ello conseguirá arrebatar más que lo contado con sutileza e inteligencia. Y esto sirve tanto para las películas que pornografían el terror -A Serbian Film sería el caso reciente más llamativo- como para los dramas sociales más tramposos, ya vengan firmados por A. González Iñárritu o por Ken Loach. Redención logra distanciarse de todos estos títulos al encontrar la forma de no convertir su argumento en un arma y, por encima de todo, por saber encontrar la belleza en lo más profundo de la miseria. alejandro g. calvo