Image: El retorno de Indiana Jones

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Cine

El retorno de Indiana Jones

Spielberg resucita al héroe para una nueva generación

22 mayo, 2008 02:00

Casi veinte años después de Indiana Jones y la última cruzada (1989), regresa el que quizás es el héroe de acción más carismático e icónico de la historia del cine. A sus 65 años, Harrison Ford vuelve a enfundarse el sombrero y el látigo en El reino de la calavera de cristal, una película dirigida por Steven Spielberg que ha vuelto a contar con George Lucas y Frank Marshall como productores. El filme presenta a un Indy más maduro y, como explica Marshall a El Cultural en estas páginas, se mantiene fiel a una tradición que ya es leyenda aunque se han añadido nuevos elementos para atraer a las generaciones más jóvenes. Estructurada alrededor de la búsqueda de una calavera de cristal con poderes paranormales, una historia inspirada en una antigua leyenda maya, Shia LeBouf y Karen Allen completan el reparto en el lado de los "buenos". En esta ocasión, el arqueólogo de la doble vida (profesor de Universidad y aventurero en sus muchos ratos libres) no se enfrenta a los nazis sino a los rusos, personificados por una Cate Blanchett en el rol de malísima. La gran incógnita será saber si, como apuntan los rumores, Indiana tendrá heredero y si será de su misma sangre cinematográfica. Para celebrar el lanzamiento, cinco directores nacionales que crecieron con el personaje nos dan su propio argumento para un final de la saga y el escritor Montero Glez nos ofrece su particular visión del héroe.

Nombre de perro. Por Montero Glez
Cuando Indiana Jones se sube a la montaña rusa y atraviesa tripas de cantera y fuego, los espectadores flipan de puro vértigo. Y no digamos cuando hace restallar su látigo por túneles de cartón piedra. Entonces, hasta las serpientes se encogen y el gallinero se revuelve por el chute de adrenalina recibido. A su paso por los conductos de la intriga, todo se convierte en amenaza para nuestro héroe y, aunque la barba le crezca por segundos, a Indiana Jones nada le achica. Ni tan siquiera el agua que rompe las rocas de corcho barato. Ese es su mayor logro. Convertir lo falso en verdadero sin ningún tipo de disimulo. La chatarra en oro. La pantalla de cine en parque temático.

Veintitantos años después de la primera entrega, los parques de la globalización se ponen las botas y el sombrero. De todos los personajes creados en el cerro Hollywood, este trotamundos con alma de boy scout ha sido, sin lugar a dudas, el más esperado de los últimos tiempos. Cuentan que a Spielberg se le ocurrió la idea cuando aceptó un reto: rodar una escena tan absurda como la de un hombre siendo perseguido por una piedra. Según parece, unos amigos le de- safiaron a ello y Spielberg, ni corto ni perezoso, recogió el guante y llamó a su amigo George Lucas, que apareció con Indiana, el perro de su mujer. De ahí tomarían el nombre para bautizar al nuevo héroe. Guau. Ocurrió a principios de la década de los ochenta y el parto fue de provecho. Spielberg y Lucas alumbraron un personaje de acción y don de lenguas, aunque parco en palabras. Arqueólogo de oficio y con miedo a las serpientes. Para completar el cuadro, aparecería en pantalla armado con látigo y revólver; siempre luciendo un sombrero blando, cubierto por el polvo de la aventura. Un guiño tras otro a los personajes del tebeo clásico americano. Un héroe doméstico al alcance de todas las familias, un fulano lo más parecido a Lawrence de Arabia dándose un garbeo por el parque temático.

La primera película se tituló: En busca del arca perdida (1981). Luego vino la otra, la del Templo maldito (1984), donde una rubia que cantaba a Cole Porter le acompaña en sus peripecias. "Dame tu sombrero", le impera. "Por qué", pregunta sorprendido nuestro héroe. "Porque voy a vomitar en él". La actriz que canturreaba por Cole Porter, al final, se enamoraría del director. El mismo Spielberg diría al respecto que eso fue lo mejor de la segunda película. Llegados a tal punto, no hay que olvidar que la relación de Indiana Jones con las mujeres siempre fue harto compleja. Algunos estudiosos del tema han interpretado esto como efecto producido por causa mayor. Así, al quedarse Indiana Jones huérfano de madre a edad temprana, acusaría una marcada timidez en el trato con las hembras. Algunos otros estudiosos van más allá y convierten la timidez en misoginia. Y hasta los hay que se atreven a ver semejanzas con Lawrence de Arabia en lo que respecta a su vida doméstica. Dejémosles con su rancio sabor de boca y con una escena para el recuerdo: la de Indiana Jones con Elsa Schneider, la arqueóloga austriaca, una hembra fría y con la dureza del mármol palpitando entre sus pechos. En la tercera entrega, la de La última Cruzada, la tal Elsa supo decir adiós a nuestro héroe al estilo austriaco. Y si no lo hizo al estilo búlgaro fue porque el guión no lo incluía. Qué coño.

Por seguir con la fauna, cabe citar aquí a la chica que le quiere bien. Se llama Marion, igual que la gata de Spielberg y, según parece, vuelve a salir en la última aventura, la de la "calavera de cristal", pues así se titula la nueva entrega que ahora toca promocionar. Una historia que data de los tiempos de la llamada guerra fría, cuando los rusos y los americanos se pegaban ladridos, que no mordiscos. En esta ocasión, anda por el medio una reliquia a la que se le atribuye cierto poder mágico. Dispuestos para alborotar gallinero y taquilla, sus creadores reaparecen para subirse en la montaña rusa del parné en nombre de la marca registrada. Indiana Jones. En Europa, en un museo parisino han alumbrado una idea chachi para atiborrar sus salas con sombreros de fieltro, todos ellos cubiertos por el polvo dorado de la aventura comercial. El museo de marras propone encontrar una pieza de su colección, una reliquia que se atribuye al arte precolombino y que, según cuentan, posee poderes sobrenaturales. Se trata de una calavera tallada en cristal y que, además de coser por el revés, canta por derecho.

Los aguafiestas dicen que la nueva película trae un mensaje subliminal y bajuno, propaganda imperialista desarrollada en el cerro Hollywood, etcétera, etcétera, mecanismo de defensa rastrera ante la revolución bolivariana que siembra Latinoamérica de jerseis y de rayas, etcétera, etcétera. El asunto tiene su gracia pues, en la nueva entrega, Indiana Jones ha de enfrentarse a los soviéticos que se decían y titulaban comunistas cuando lo de la guerra fría. Indiana Jones tendrá que andarse con cuidado, a partir de ahora el enemigo acecha desde la montaña rusa, cual serpiente con ganas de darle a la lengua. Y por estas cosas que tienen algunos de buscar mensaje hasta en Velázquez y sus Hilanderas, nos vienen a comparar a Indiana Jones con Rambo o con Ronald Reagan. Sin embargo, a los seguidores de Indiana Jones, poco les importa todo esto. Para ellos son zarandajas, minucias, pequeñeces, partículas de polvo que resbalan por el sombrero de su héroe. La única escuela que reconocen se llama Indiana Jones. Y esperan impacientes el chute de adrenalina que les haga descubrir su propio vértigo. Desde hace veintitantos años, son montonera las personas que andan enganchadas. Y si por algo se caracteriza el adicto a Indiana Jones es por permanecer fiel a su héroe, tan fiel como el aliento de un perro a su dueño. Guau.