Cine

Decálogo de un insurrecto: 10 películas imprescindibles

Rosellini a los 100

4 mayo, 2006 02:00

Stromboli (1949)

"No se puede vivir sin Rossellini", dice un personaje de Bertolucci en Prima della rivoluzione (1964), rodada cuando todo el furor de la Nouvelle Vague y de la renovación lingöística que acompaña a la irrupción de la modernidad empiezan a cambiar de forma avasalladora no sólo el concepto del cine y las formas de hacerlo, sino también la manera de pensar la propia Historia del cine y de asimilar la herencia de los clásicos. ¿Qué pudieron ver en la obra de Rossellini los jóvenes críticos que le reivindicaban desde las páginas de ‘Cahiers du cinéma’, la mayoría de los creadores que dieron vida a los "nuevos cines" de los años sesenta y, aun hoy, todavía, todos cuantos reconocemos o creemos ver en sus películas un germen y una intuición de futuro...? Volvamos otra vez a su obra, que siempre nos invita a pensarla de nuevo, y avancemos hipótesis...

Roma, citta aperta (1945)
El acta de nacimiento del neorrealismo, pero también una nueva manera de entender el cine. Filmada a los pocos días del triunfo aliado sobre el fascismo mussoliniano, su significación trasciende las fronteras del cinematógrafo al desvelarse como una obra fundacional en la reconstrucción de la cultura democrática italiana. Escrupulosamente fieles a la topografía urbana de la ciudad de Roma, sus imágenes consiguen fundir y conjugar al unísono la crónica individual y la dimensión colectiva, la vivencia biográfica y la conciencia de la Historia. Los actores se funden con los personajes y los personajes con los escenarios en unas imágenes que parecen contemplarlo todo como si fuera la primera vez. En el centro: Ana Magnani.

Paisá (1947)
Compuesta por seis episodios independientes que acompañan el avance de las tropas aliadas por Italia, entre los que se intercalan noticiarios documentales que narran la fase final de la guerra, es una película de reconstrucción histórica, pero parece un documental contagiado de inmediatez y de urgencia. La Historia oficial se mezcla con la historia individual dentro de un film que lleva hasta sus últimas consecuencias las premisas de Roma, citta aperta. La intuición de la modernidad empieza a vislumbrarse cuando la narración se disuelve para dar paso a la verdad documental. Para José Luis Guarner, el film "se presenta como un simple reportaje, pero expresa un punto de vista tan personal como el de una película de Hitchcock". Para André Bazin, su importancia en la historia del cine es equivalente a la revolución que supone para la novela moderna la narrativa de John Dos Passos, Faulkner o Hemingway.

Una voce umana (episodio de L’amore, 1947)
La conversación de una mujer por teléfono con el amante que la ha abandonado, extraída del monólogo teatral de Jean Cocteau, da pie para que Rossellini componga lo que, en realidad, termina siendo más un documental sobre Ana Magnani que una película de ficción. Más allá del mero ejercicio de virtuosismo, sus imágenes contemplan desde una mirada moral el impudor de una confesión extrema en la que no sólo se desnuda el personaje, sino también la actriz que lo interpreta. El rostro de ella y la cámara del cineasta destilan, en el trance que sufre la protagonista, todo el dolor inherente a la condición humana.

Alemania, año cero (1947)
Las ruinas casi apocalípticas del Berlín derruido tras la caída del nazismo, por las que se pasea la cámara de Rossellini, remiten a un tiempo detenido que pone a cero la historia de Europa. La muerte final de la inocencia, en el desenlace de la narración, es la de toda una concepción de la Historia que ya nunca más, después del Holocausto, podrá volver a pensar las cosas como antes. Por sus imágenes se abre paso una meditación sobre la relación entre el cineasta y el mundo que está llamada, igualmente, a cambiar el rumbo entero de la evolución cinematográfica.

Stromboli (1949)
Nadie ha filmado con tanta inmediatez y pasión la relación profunda entre el hombre y la naturaleza como sucede dentro de esta película mediterránea y áspera, profundamente terrenal y soterradamente cósmica al mismo tiempo. La larga secuencia de la pesca del atún y la ascensión de Karin al volcán permanecen como dos de los grandes momentos en los que ficción y documental se funden en una única expresión. Radiografía y análisis de una crisis existencial, que es también de relación con Dios y con el mundo, es la primera entrega de una trilogía esencial compartida por Rossellini con Ingrid Bergman, a la que siguen después Europa 51 y Viaggio in Italia.

Francisco, juglar de Dios (1950)
Podría haber sido una hagiografía hecha de estampitas piadosas, pero su director convierte este retrato de los franciscanos del siglo XIII en una crónica histórica filmada y narrada en riguroso presente. Su desnuda inmediatez y su extremo despojamiento la convierten en un modelo alternativo para la representación de la Historia en el cine. La limpia mirada y la sencillez desarmante con que su cámara observa a los protagonistas hacen de este "verdadero objeto de provocación artística" (Guarner dixit) una insólita exaltación panteísta de la armonía del hombre con la naturaleza y una materialista confesión de fe religiosa.

Viaggio in Italia (1953)
La fundación y el cimiento de la modernidad cinematográfica. Ya lo decía Rivette cuando aseguraba que Te querré siempre (título español) "abre una brecha por la que todo el cine moderno debe pasar bajo pena de muerte". El relato de una crisis amorosa y existencial, a partir de un guión que se improvisaba todos los días poco antes del rodaje, sostiene un film que parece construirse de nuevo ante nuestros ojos cada vez que lo vemos. Obra de ruptura con el modelo neorrealista y con el canon clásico al mismo tiempo, el cine dejar de ser aquí un objeto artístico construido para convertirse en una experiencia en pos del conocimiento, cuyas imágenes no sólo son capaces de transformar a los personajes, sino también al cineasta y a los espectadores.

La paura (1954)
Una obra melodramática de Stefan Zweig ofrece la base para que Rossellini filme la última de sus colaboraciones con Ingrid Bergman y transforme el material literario de partida en un nuevo itinerario -simultáneamente físico y moral— de indagación y de búsqueda en el interior del ser humano, en el infierno del dolor y del desamor. Película de atmósfera nórdica y fría, su resonancia trasciende con mucho la anécdota narrativa para dar forma a una radiografía existencial de la Alemania del milagro económico y, con ella, de la Europa que se reconstruye a sí misma.

India (1958)
Lo fugaz y lo perenne conviven dentro del mismo plano en cada fotograma de un documental que instaura un punto y aparte en la historia del género. Lejos de pretender ofrecer un informe riguroso o una visión objetiva de un país y de unas gentes fijados en el tiempo, la cámara acompaña los procesos de cambio y se identifica con el dinamismo evolutivo de una sociedad alternativamente anclada en la tradición y volcada hacia la modernidad. Lo viejo y lo nuevo, lo sagrado y lo profano, lo cotidiano y lo mágico fluyen al unísono gracias a una mirada sobre el presente capaz de capturar el latido de la eternidad.

La toma del poder de Luis XIV (1966)
La reconsideración del papel que el cine juega en la sociedad contemporánea le lleva a Rossellini a replantearse la relación entre el arte y la ciencia, lo que le conduce a reivindicar una concepción didáctica del cine y a poner en marcha, con ésta, un vasto proyecto utópico en forma de enciclopedia televisiva con la que se propone no tanto ser un artista como un pedagogo. Tras el ensayo previo de La edad del hierro (1964), surge esta obra que señala un punto de inflexión definitivo para el devenir del cine histórico. Una película en la que cada detalle, cada gesto, cada objeto y cada movimiento dejan traslucir la huella del tiempo. Una nueva forma de realismo nace con sus hermosas imágenes.


Rosellini a los 100
Un arte en plena vigencia, por Miguel Marías
Decálogo de un insurrecto