Cine

Munich, la última batalla de Spielberg

El director judío recrea en un thriller político la venganza israelí a la masacre de 1972

26 enero, 2006 01:00

Steven Spielberg vuelve a la gran pantalla con un thriller político de ecos hitchcockianos. En Munich, que ha levantado una gran polvareda mediática tras su estreno en Estados Unidos, escenifica la tensión entre israelíes y palestinos recreando la venganza emprendida por el estado judío tras la masacre de las Olimpiadas de 1972. Políticamente ambigua y cinematográficamente apasionante, es el filme más personal de Spielberg desde La lista de Schlinder.

La naturaleza de Spielberg no es provocar, sino entretener. Pero con Munich, su punto de vista sobre la respuesta de Israel a la masacre de los Juegos Olímpicos de 1972, ha logrado ambas cosas. "Yo sabía que el campo de minas estaba ahí -le dijo Spielberg al crítico Roger Ebert tras la polvareda que ha levantado el estreno de la película en Estados Unidos-. No fui ningún ingenuo aceptando este encargo". Las reacciones no se hicieron esperar. Incluso antes de su estreno, diversas voces de identidad política acusaban al filme de sugerir -como de hecho no sólo sugiere, sino que viene a ser el núcleo de su discurso- que las dos partes implicadas perpetúan a su manera la incesante violencia en Oriente Medio. En otras palabras, que el odio genera más odio, y la venganza más venganza, en un círculo vicioso cuyo centro es la pérdida total de referentes por los que seguir matando y, como vemos en el protagonista Avner (Eric Bana, por fin, en un gran papel), la creciente paranoia se apodera de aquel que se sintió víctima y acabó sintiéndose en el lugar del verdugo.

Desde el momento en que abre su película con el rótulo "Inspirado en hechos reales", Spielberg deja claro que el rigor histórico en Munich no es una obligación, como tampoco lo es la supuesta demanda, requerida por algunos críticos que han denostado la película (desde las tribunas del ‘New York Times’ y el ‘Variety’), de ofrecer soluciones o coartadas al conflicto, aún siendo como es una de las personalidades judías más influyentes del planeta. "No podría seguir viviendo en silencio para salvaguardar mi popularidad. Y ahora estoy en una edad en la que si no tomo riesgos, pierdo el respeto que me tengo", aseguró Spielberg a ‘Los Angeles Times’. No es la primera vez, en todo caso, que el gran prestidigitador del arte cinematográfico se adentra desde la ficción en espinosas cuestiones históricas (recordemos El color púrpura, Amistad o La lista de Schlinder).

Un test de Rorschach
La ambigöedad política sobre la que discurren las imágenes de Munich da como resultado una película equiparable al test de Rorschach: con su interpretación, cada espectador se define políticamente. Quien quiera ver a los palestinos como villanos sin escrúpulos podrá hacerlo, y también quien busque en ellos algo de humanidad, pero el relato tampoco contradirá a quien quiera encontrar en Munich un tirón de orejas a los israelíes, una coartada para su venganza o la satanización de sus acciones antiterroristas. "Mi película no quiere ser un panfleto -asegura el cineasta norteamericano-. Mi intención era proporcionar una experiencia emocional e intelectual, combinados de tal modo que cada uno pudiera entrar en contacto con sus sentimientos respecto a lo que la película plantea".

Esa es posiblemente la gran virtud de un filme deudor de los thrillers políticos de los años setenta (en pleno revival), donde el sentimentalismo y las ideas atravesadas de infancia achacables al diretor de E. T. dan paso a una conciencia política tan impropia en este cineasta como inevitable es la intensidad dramática que se adueña de cualquier historia que se proponga contar. Y en este aspecto, Munich no decepciona, sobreponiéndose incluso al excesivo metraje (165 minutos), relatando con adrenalina y reflexión, con memorables escenas de esencia hitchcockiana, la "secreta" operación de venganza puesta en marcha por el gobierno israelí tras el asesinato de once de sus atletas a manos de terroristas palestinos en las Olimpiadas de Munich.

El frente moral
En el frente moral, más allá de las ideas políticas de Spielberg (quien se reconoce un "verdadero pro-israelí"), la película emerge como un ensayo de ecos talmúdicos sobre el concepto de venganza y sus dramáticas consecuencias. "No hay paz al final de esto", pone en boca de uno de sus personajes el guión de Tony Kuschner y Eric Roth (basado en la novela Venganza del escritor George Jonas), empapando la mordaz equidistancia política del filme de una gris sustancia de pesimismo, del desaliento de los asesinos sin causa, de una tormenta de dudas, miedos y odios totalmente trasladable a la situación actual del proceso de paz en Oriente Medio. "La gente que ataca la película por su supuesta ‘equivalencia moral’ es la misma gente que cree que la guerra es la única respuesta", se ha defendido el director de Salvar al soldado Ryan.

Tras una primera parte expositiva, en la que Spielberg reconstruye la acción terrorista de los palestinos en Munich a través de los documentos televisivos de la época y de una enérgica puesta en escena de los hechos -que va salpicando a lo largo de todo el filme, acaso para que el público no olvide la sangre que llama a la venganza-, el relato se adentra después en una atmósfera de alto suspense, siguiendo los pasos por el globo del grupo de élite israelí encargado de encontrar a los terroristas palestinos y eliminarles ("Mejor con bombas que con pistolas. Hacen más ruido", dice el líder del grupo). Es en el tercer y último tramo de Munich, que sin despedirse de la sobriedad de Hitchcock abre sus puertas a la truculencia narrativa de Mamet, cuando la película adquiere toda su complejidad, lanzándose al tobogán de los remordimientos y a las sombras de la paranoia, a la sucesión de asesinatos cruzados, de traiciones y venganzas personales, a la implicación de la CIA y la KGB y de los informadores, a la aparición de mercenarias bajo sueldo. La dicatudura de la muerte se adueña de la pantalla mientras la matemática de la venganza llama a la puerta de atrás de la conciencia y los héroes nacionales reciben un abrazo militar por toda medalla. En el laberinto de sangre y pólvora que los justicieros han levantado a su alrededor, haciendo del asesinato sin escrúpulos su forma de supervivencia, nadie parece saber por qué ni para qué cuasa trabaja, ni siquiera dónde está el hogar por el que matan y mueren.

Una trama escurridiza
El thriller orquestado es un artefacto apasionante en manos de Spielberg. Sin hacerle ascos al espectáculo, en todo caso muy contenido, tampoco se agarra ciegamente a los dictados de la pirotecnia y los explosivos, confiando como confía en el retrato emocional de los personajes y en la trascendencia personal de lo que se trae entre manos. Con una trama tan compacta como escurridiza, que conforma el discurso más complejo (o menos simplista) del realizador norteamericano hasta la fecha, Spielberg pregunta a su pueblo si no ha perdido más de lo que ha ganado en su actitud vengativa. "Creo que hubo una razón justificada para responder a las agresiones de Munich -asegura el cineasta-. Lo que Avner se pregunta al final de la película es simplemente si la respuesta fue la adecuada". Una pregunta que Munich no sólo lanza a Isreal, sino a todo país que cree legítimo vulnerar sus propios valores precisamente para defenderlos.