Image: La vida soñada de los peces

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Cine

La vida soñada de los peces

27 noviembre, 2003 01:00

Fotograma de Buscando a Nemo

A las puertas de Animadrid, que comienza el 8 de diciembre, aterriza en las pantallas españolas la obra cumbre de la animación hecha hasta el momento. Creada, cómo no, en los estudios Pixar, artífices de filmes que han revolucionado el mundo de la animación digital como Toy Story o Monsters SA, el filme Buscando a Nemo cierra definitivamente el debate sobre la importancia de este formato cinematográfico en torno a las nuevas posibilidades que ofrece el séptimo arte. Sergi Sánchez analiza para El Cultural este filme, "una de las obras más geniales de los últimos quince años".

Al checo Jan Svankmajer, a quien no se puede tachar de hacer animación para todos los públicos, siempre le ha gustado dar vida a lo imposible. Muñecos al borde de la putrefacción, corazones muertos, ojos inertes: ellos, todo aquello que ha traspasado la frontera del último crepúsculo, son los protagonistas de su personal filmografía, animada fotograma a fotograma. "La animación me permite dar poderes mágicos a los objetos", afirma. "En mis películas, muevo objetos, objetos reales. De repente, su contacto cotidiano con la gente adquiere una nueva dimensión que siembra la duda ante lo que es real y lo que no. En otras palabras, utilizo la animación como medio de subversión". El cine de los estudios Pixar juega en el mismo equipo que el de Svankmajer: bucea en los miedos y ansiedades de todos nosotros a través de mundos cuya vida secreta nos es escatimada. Los juguetes (las dos Toy Story), los insectos (Bichos, una aventura en miniatura), los monstruos que se esconden en los armarios de los dormitorios infantiles (Monstruos, S.A) y, ahora, los peces en la extraordinaria Buscando a Nemo: universos en miniatura que forman parte de ese otro lado del espejo que la Alicia de Carroll y la Chihiro de Hayao Miyazaki cruzaron para volver más adultas y más sabias. Svankmajer se regocija en la oscuridad de ese universo sombrío cuyo significado simbólico tiñe nuestro regreso a los orígenes del color de la pesadilla. John Lasseter y su equipo de niños que no quieren crecer buscan la luz en esa oscuridad: no es sólo una cuestión de imperativos de producción -Svankmajer es un cineasta experimental mientras que la Pixar, apoyada por la omnipotente Disney, tiene en su haber algunas de las películas más taquilleras de los últimos años- sino de discurso autoral.

Ansias de libertad
Es difícil imaginar un arranque más siniestro que el de Buscando a Nemo para una película presuntamente infantil. Si la crueldad del cine de la Disney era ejercida con premeditación y alevosía, casi siempre (la muerte de la madre de Bambi es el caso más célebre) cuando el niño ya ha tenido tiempo de identificarse con su imagen dibujada en la pantalla, Andrew Stanton y Lee Unkrich prefieren concentrarla al empezar el relato, cuando aún no conocemos a los personajes y, por tanto, entendemos su fatalidad como algo brutal que no nos pertenece. En ese mundo subacuático, en el que los colores coralinos brillan como luciérnagas en la noche cerrada, también existe la pérdida: a los dos minutos de proyección, Nemo, que ni siquiera ha nacido aún, se queda huérfano de madre. La película se centra entonces en la relación entre un padre viudo y un hijo que despierta a la vida del océano. La inteligencia de los estudios Pixar está en apelar tanto a las ansias de libertad del niño como a los deseos de hiperprotección del adulto responsable. Según Stanton, la idea de Buscando a Nemo proviene de su experiencia personal: por una parte, de una visita al Marine World en 1992, durante la que vio las posibilidades estéticas de un microcosmos parcialmente explorado en La sirenita, y por otra, de su propia paternidad, en la que notó signos inequívocos de miedo y censura hacia su hijo de cinco años. Sin embargo, a pesar de su aspecto familiar, la película es, como Toy Story, una oda a la libertad y a la anarquía: del mismo modo que el viaje de Nemo será, sobre todo, un viaje de descubrimiento, los peces de la pecera del dentista querrán escapar de su cárcel de cristal desde la que ven una limitada porción del mundo que se les ha negado. Sin embargo, luminosa y feliz, la inmensa belleza de Buscando a Nemo -y, por extensión, de todas la filmografía de la Pixar- sigue siendo un secreto, tal vez porque lo más inconmensurable de una buena película de animación se encuentra, como decía el canadiense Norman McLaren, en lo que ocurre entre cada fotograma: "la animación", afirmaba, "no es el arte de los dibujos que se mueven sino el arte de los movimientos que se dibujan".

Los estudios Pixar han conseguido que la animación no sólo suprima, como admitía Roger Cardinal refiriéndose a la obra de Svankmajer, "las categorías de la percepción normal, sino todas las categorías diferenciales, aniquilando las condiciones básicas de la racionalidad". En ese sentido, la recreación del mundo submarino de Buscando a Nemo va mucho más allá que la de los juguetes en Toy Story. Los peces no tienen ni brazos ni piernas que les permitan gestualizar. No están sujetos a las leyes de la gravedad sino a las de la levitación acuática. Carecen de rasgos expresivos. Con la ayuda de ictiólogos, visitando acuarios y buceando en Monterrey y Hawai, los animadores de la Pixar intentaron acostumbrarse a la dinámica y a la moral de un universo flotante y suspendido. Grabando en vídeo los movimientos de los peces, observándoles en el gran tanque acuático instalado en los estudios Pixar, los dibujantes captaron la riqueza de su gramática corporal. La clave estaba en conseguir verosimilitud, no realismo: colores saturados, ingravidez líquida y un trabajo impecable de trazos y voces configuran un universo con entidad propia que apela no a una realidad física sino metafísica, no refiriéndose a cómo son las cosas sino a lo que significan.

De objeto a sujeto
De este modo, la conversión del objeto (o del sujeto imposible, sea animal o monstruo) en sujeto activo, constante de toda la filmografía de John Lasseter desde los cortos Luxo, jr. y Tin Toy hasta Toy Story 2, se ha transformado en la base creativa de la que debe de ser una de las obras más fecundas y geniales del cine de los últimos quince años, no sólo por su investigación y desarrollo de una técnica, la animación digital, que ha pasado de los pañales a la edad adulta en un abrir y cerrar de ojos, sino por la construcción de unos personajes que saben trascender su carácter inorgánico o irracional para convertirse en símbolos de libertad. Desde Dory, el pez con memoria a corto plazo, hasta las gaviotas que repiten una graciosa letanía ("mío, mío, mío"), pasando por el río de tortugas o los tiburones que quieren apuntarse a un programa de desintoxicación antiviolencia, todos los personajes que pueblan Buscando a Nemo son irresistibles. Ni una sola de las burbujas de agua que respiran, ni una sola alga ni un solo átomo de plancton de los que se alimentan, parecen gratuitos. Buscando a Nemo es un carnaval de creatividad que no se deja atrapar por la ilusión de hiperrealismo que ha cegado los resultados de otros experimentos infográficos (Final Fantasy). De hecho, Lasseter y su equipo sabe que, por ejemplo, los humanos no se le dan precisamente bien, tal vez porque el modelo en carne y hueso es ni más ni menos que el propio espectador, y a éste le cuesta reconocerse en tres dimensiones dibujadas.