Image: JacquesTati, el cómico incomprendido

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Cine

JacquesTati, el cómico incomprendido

Reposición de Las vacaciones de M. Hulot y Mi tío

3 julio, 2003 02:00

Jacques Tati en el papel de Monsieur Hulot

Cineasta que renovó el fondo y la forma de la comedia y que participó en la transgresión cinematográfica durante su época más convulsa, Jacques Tati fue un auténtico adelantado a su tiempo. A partir de mañana, varias salas de Madrid y Barcelona recuperan en copia restaurada dos de sus obras más emblemáticas, Las vacaciones de M. Hulot y Mi tío.

Hulot era la suma de una gabardina, una pipa, un sombrero (a veces), unos pantalones demasiado cortos y una actitud atolondrada. Hulot era, según Jacques Tati, el opuesto a Chaplin: hubo críticos que localizaron la diferencia entre Hulot y Charlot en que Tati tenía los problemas de Hulot. Hulot no sabe controlar los acontecimientos, se deja llevar por ellos, es un accidente larguirucho y bonachón, mientras que Charlot sobrevive a los obstáculos con su ingenio humorístico y su encanto bigotudo. En ese sentido, Hulot se parece mucho más al Jerry Lewis abstracto y despistado de los años sesenta o al Peter Sellers de El guateque que a Chaplin o Keaton. El crítico André Bazin lo definía como “la encarnación metafísica de un desorden que se prolonga mucho tiempo después de su paso”. Caos, soplo de aire fresco en un universo a menudo indiferente y ajeno a toda espontaneidad, ángel portador de buenas noticias, torpe encantador de serpientes, Hulot fue Tati y Tati fue Hulot. Seis películas le transformaron en el personaje cómico más innovador y relevante de la historia del cine francés. Ahora, la reposición de los orígenes de la especie hulotiana, o lo que es lo mismo, Las vacaciones de mister Hulot y Mi tío, vuelve a demostrar que la modernidad empezó en una galaxia muy, muy lejana, esa galaxia donde el hombre se enfrenta con la incomprensión del mundo. Fusión de modelos Hulot nació de la fusión de dos modelos próximos a Tati. Por una parte, sus andares despistados y su bondad sonriente provienen de un compañero del servicio militar, el arquitecto Lalouette. Por otra, el nombre es el de un administrador de fincas urbanas que trabajaba para amigos suyos. Tanto en Las vacaciones... como en Mi tío, Tati, que nunca había estudiado cine y se enorgullecía de ser autodidacta, se dedicó a poner en práctica los experimentos que había ensayado en Día de fiesta con el personaje del cartero François. A saber: un sofisticado uso del encuadre, de lo que hay dentro y fuera de él, como fuente creadora de efecto cómico; la importancia del sonido como vehículo narrativo (importancia que, en la línea de la “música concreta” de Pierre Henry y John Cage, llegará a su culminación en Playtime, insuperada en su infinita suma de capas sonoras); el color como recurso semántico, conectado con la estética del Pop Art en Mi tío; la dilatación del tempo del gag; la acumulación de elementos narrativos en un mismo plano, a menudo imposibles de descifrar a la vez de un solo vistazo; en definitiva, la construcción de un discurso poético sobre el extrañamiento de lo cotidiano que ocupa un lugar único e irrepetible en la historia del cine. La irrupción de Hulot en un pueblo playero es toda la trama, o la no-historia, de Las vacaciones..., que Tati tuvo que rodar en blanco y negro por problemas financieros y que se convirtió en una de las películas más taquilleras del cine francés de 1953. Obtuvo el premio de la Crítica en el Festival de Cannes. Mi tío cuenta la cómplice relación que se establece entre Hulot y su sobrino, abrumada por un hilarante universo hipertecnológico -que anuncia la rebelión de los objetos que sufría Jerry Lewis en comedias tan impecables como El botones y Lío en los grandes almacenes- y contemplada con envidia por su cuñado, dueño de una fábrica. La película recaudó 600 millones de francos y ganó, entre otros, el Premio Especial del Jurado en Cannes y el Oscar al mejor filme extranjero. Ambas cimentaron el prestigio internacional de un cineasta que renovó la forma y el fondo de la comedia. Talento solitario que hizo evolucionar al género de un modo tan radical como lo haría su coetánea Nouvelle Vague, Tati fue ninguneado por sus siguientes trabajos. Como Hulot, cuyo mundo, tradicional y risueño, se da de bruces contra el muro de una sociedad aislada, narcisista y regida por las normas del teatro del absurdo, el director de Traffic se avanzó demasiado a su tiempo. Nunca dio el brazo a torcer porque concebía su obra como una pieza de orfebrería que necesita de continuas revisiones: después del estreno de Tiburón, rodó una secuencia en la que la canoa partida por la mitad de Hulot es confundida por los bañistas con un tiburón y la incorporó al montaje final de Las vacaciones... Siete planos que ofrecían, aunque sólo fuera por unos segundos, una nueva mirada sobre las aventuras de un antihéroe que, cada vez más, se encontraba fuera de contexto. Siete planos que sintetizan el espíritu iconoclasta de un artista que sabía que un clásico es moderno o no es.