Image: El buscavidas

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Cine

El buscavidas

por Luis Mateo Díez

12 diciembre, 2002 01:00

Paul Newman como Eddie Felson en El buscavidas

El buscavidas, de Robert Rossen, es una de las obras imperecederas del gran cine norteamericano. Más allá de su atractivo asunto (una descripción, en clave de cine negro, del mundo del billar: de sus pasiones, ambientes y rituales), destaca su contundente sentido de fábula amarga. La película gira en torno al irritante Eddie Felson (el mejor papel de juventud de Paul Newman) y a sus valedores (primero, su mezquino y paternal representante, y luego ese fauno malvado y sin grandeza al que interpreta magníficamente George C. Scott); sin embargo, la enigmática clave de la fábula se halla en Sarah Packard. Desde este complejo personaje femenino (al que Piper Laurie dota de una singular fuerza trágica) la trama que urde Rossen trasciende sus referentes más inmediatos.

La triste emotividad de los encuentros entre Newman y Laurie (plasmada con la débil luz de mañanas sin rumbo y de interiores asfixiantes) se superpone a esas imágenes compuestas con tiralíneas que representan un juego de virtuosos sin alma. La gama del blanco y negro matiza con exactitud la oscura épica del juego y la imposibilidad de la historia de amor. Me atrevería a sugerir que todo lo que acontece en los billares queda como un pálido reflejo de lo que sucede fuera de ellos, siendo el personaje de Laurie la única resonancia de ese exterior. Sarah emerge como una presencia solitaria y perturbada. Pero sin ella Eddie no es más que un pelele en manos de quienes manipulan su incontenible genio y su confusa ambición. La fábula de El buscavidas no puede tener un final feliz; incluso la supuesta lección final de Eddie acaso sea más un arrebato furioso que una forma de redención personal.

Al margen de la trabajada elaboración psicológica de los personajes, la película de Rossen se apoya en la sabiduría de su narración. En cómo, por ejemplo, pasamos de un preámbulo en que se dibujan los afanes de dos pícaros bien poco simpáticos a una larga escena en la que los billares acogen un duelo que parece conmover el orden del mundo: no otra cosa es lo que sugiere la partida entre Eddie y el Gordo de Minnesota. Después, la parte central del filme es la mencionada historia entre Eddie y Sarah. Para entonces, la deshonesta lucha por la vida y la fascinación mítica del billar han derivado hacia un desolador lirismo. Ni un toque sentimental de más se permiten Rossen y sus actores para contarnos esta extraña relación que, según dice Sarah, se basa en "un contrato de mutua tristeza" y a la que rodea "una impenetrable oscuridad". El cine romántico encuentra en los momentos que comparten Sarah y Eddie uno de sus hitos, quizá parangonable al de Casablanca si le restamos cualquier heroísmo y le añadimos detalles de auténtica derrota, o al de Manhattan, de Woddy Allen, si pensamos en un trasfondo urbano mucho más gélido y hostil.

La figura mítica del Gordo de Minnesota simboliza todos los sueños del artista del billar. Vencerle es para Eddie tocar la gloria. Lógicamente se trata de un deseo fantasioso que Eddie, a causa de su temperamento (como le sugerirá malévolamente el personaje de George C. Scott), no logra cumplir en su primer embate, a pesar de dominar durante horas y horas la partida. Para cuando lo consiga, los afanes legendarios que se dirimían en los Billares Ames habrán perdido su hechizo. Rossen articula toda la historia sobre los dos enfrentamientos entre el talentoso buscavidas que es Eddie y el Gordo, imperturbable jugador de carácter. Las miradas entre compasivas y patéticas que se le escapan al Gordo tras ser finalmente vencido sugieren la futilidad de todo ese universo.

Eddie recobra la dignidad al entrar en él por última vez y hacerlo para honrar la memoria de Sarah ante el personaje de G. C. Scott, quien buscaba, desde su íntimo resentimiento, someter a ambos. Sin embargo, el daño ya está hecho, y la arrogancia última del buscavidas, aun impregnada de indudable grandeza moral, bien podría ser un brindis al sol. La frialdad de la mirada de Rossen permite pensar así. Atrás queda para siempre Sarah, a quien Eddie estúpidamente no prestó demasiada atención, creyendo que ni él ni ella reconocerían el amor si lo vieran paseando por la calle. Se equivocó, y poco importa ya lo que depare el futuro. El último plano de los billares, impregnado de cansancio y de humillación tras una jornada más, condensa la densidad de los sentimientos que Rossen ha rastreado en esta magistral fábula moderna.

Edición especial
20th CENTURY FOX
El buscavidas (1961), de Robert Rossen. B/N
Formato 16:9
Dolby digital 2.0 mono en inglés, alemán y castellano
Subtítulos en inglés, castellano y alemán
Precio: 17.99 euros
Contenido extra: Comentarios en audio de actores, miembros del rodaje y críticos de cine / Detrás de las cámaras / Trucos de billar / Trailers / Galería fotos