Image: ¡Qué bello es vivir!

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Cine

¡Qué bello es vivir!

por Belén Gopegui

31 octubre, 2002 01:00

James Stewart (dcha.) en Qué bello es vivir

Para hablar del sentido que pueda tener hoy una película antigua conviene imaginar qué pasaría si nos la encontráramos en una sala de estreno. ¿Sentiríamos aún interés no por esa película de antaño que ponen cada Nochebuena en televisión, sino por la historia de quien ve frustrada su carrera profesional pues un cierto sentido del deber le impulsa mantener en pie una empresa de carácter altruista o, al menos, no demasiado capitalista? ¡Qué bello es vivir! es también la historia de cómo, cuando las circunstancias se ponen en contra del protagonista hasta hacerle desear quitarse la vida, un ángel concede un gran don: ver lo que hubiera sido el mundo sin él. Son, sin embargo, dos elementos casi ausentes del cine actual los que más extrañarían, me parece, al espectador de hoy: la comunidad y el largo paso del tiempo. Ausentes en la medida en que se han reducido tanto que ya no significan lo mismo.

La comunidad que reza por George Bailey al principio de la película, desencadenándola, es más que un grupo de dos o tres amigos, incluso más que el tejido de complicaciones de un pueblo. Es, sí, un pueblo pero pertenece a algo más amplio, la Historia, allí donde no sólo cuentan la pequeñas manías de cada habitante sino también los conflictos externos e internos, la guerra y la opresión. En cuanto al paso del tiempo, la película abarca alrededor de treinta años que no pasan mediante rótulos o estampas sino a través de las acciones de los personajes. La razón de que estos elementos se hayan, diríamos, encogido en el cine de hoy no se halla en una disminución colectiva de la ambición y el talento en productores, guionistas y directores. Más bien obedece a que tanto el sentido de la comunidad como el del paso del tiempo se han encogido a su vez, por lo mismo que cada vez menos personas pueden pensar en un futuro profesional a medio plazo y porque la evolución del capitalismo trae consigo el aislamiento creciente de los asalariados. Ambos hechos pasan a formar parte de las historias que están en el aire; de ellas se nutren quienes hacen las películas.

Un tercer elemento podría hoy suscitar rechazo: la cursilería. ¡Qué bello es vivir! es, en efecto, una película cursi y es, en este sentido, una película con trampa pues promete algo que no puede dar. La trampa fundamental está en el malo, un banquero que quiere hundir la empresa de George pero no por necesidades de expansión y concentración económica sino porque tiene un carácter avinagrado y envidioso. Donde mejor se ve la trampa es en que no sea la presión económica lo que hace entrar en crisis al protagonista sino la maldad tremebunda del banquero, quien se queda con el dinero que el anciano administrador de Bailey ha olvidado por descuido. La trampa se proyecta en el carácter ambiguo de la empresa buena, pues al fin un triángulo no puede tener dos lados y medio de la misma manera que una empresa no puede ser sólo un poco capitalista. Puede suplir la exigencia de máxima rentabilidad con voluntarismo, esto es, con una mayor explotación de sus miembros durante unos años, pero no puede mantenerse más de treinta sin aceptar las reglas económicas que rigen para todas las transacciones. No es el corazón de los villanos ni de los héroes lo que determina cómo se producen los bienes. Dicho esto, por lo demás la película es honesta en sus planteamientos. El ángel forma parte de una convención de cosas imposibles. Bailey no es semejante a un oso de peluche sino que conocemos el precio de su bondad, cómo, por ejemplo, la posible bucólica casita tiene un chirimbolo de la escalera desprendido que condensa la irritación, la impotencia de las cosas medio rotas cuando no hay tiempo ni dinero para arreglarlas. La solidaridad del pueblo no es gratuita y es además necesaria para salir adelante. Me atrevo a decir que esta película es demasiado poco cursi en comparación con otras actuales. Pongamos una italiana de título equivalente: La vida es bella. ésta sí era, en mi opinión, una película cursi, remilgada y cobarde pues prometía que si uno se toma la mayor dificultad con fantasía, podrá salvarla. Acaso la diferencia esté en que cuando lo cursi tiene miedo a decir su nombre nos invita, como decía la canción, a "añorar lo que nunca jamás sucedió", mientras que Capra nos permite desearlo, quererlo en un futuro real y no en un pasado inexistente.


Edición multizona
SUEVIA FILMS
Qué bello es vivir (1946), de Carol Reed
Operativo en todas las zonas DVD
Formato Full Screen 4/3
Dolby Digital: Inglés 2.0. Castellano 5.1 (Surround)
Idiomas en VO y Castellano
Subtítulos en castellano
Extras: Biografías
PVP recomendado: 10 euros
Distribuida con anterioridad, esta edición ha sido mejorada en imagen y sonido respecto a la anterior.