Image: Jack el Destripador, caso abierto

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Cine

Jack el Destripador, caso abierto

Los hermanos Hughes vuelven sobre el asesino de Whitechapel

27 febrero, 2002 01:00

Desde el infierno está basada en el cómic de Alan Moore y Eddie Campbell

"Desde el infierno" fue el remite que dio Jack el Destripador, el asesino más célebre de la historia moderna, a la Policía londinense, en una de sus supuestas cartas... Ahora es el título de la nueva película que se inspira en sus sangrientas hazañas, dirigida por los hermanos Albert y Allen Hughues y protagonizada por Johnny Depp y Heather Graham. Como tantas otras películas, libros y novelas, pretende desvelar la verdadera identidad del enigmático destripador. El Cultural repasa la mejor filmografía y las diversas teorías sobre quién fue el primer psichokiller, en sentido estricto, de la historia.

Dirigida por los afroamericanos hermanos Hughes, Desde el infierno, que protagoniza Johnny Depp como el torturado Inspector Abberline, encargado de identificar y detener al infame asesino de Whitechapel, se inspira en el cómic del mismo título, From Hell, escrito por el mago, músico, novelista y guionista de cómics británico Alan Moore, y convertido en inquietantes y sobrias imágenes por Eddie Campbell... Una obra monumental y discutible, que se inició en 1988, cuando se cumplía el centenario de los crímenes de Jack. No parece que al señor Moore le haya gustado mucho el resultado de esta versión, a juzgar por el hecho de que su nombre no aparece citado en los créditos ni en el documental del filme. Sea como sea, Desde el infierno nos trae de nuevo la figura inmortal y siniestra del primer genuino psychokiller de la historia. Y con él, la polémica interminable que su identidad, nunca descubierta o desvelada, sigue suscitando entre todos los conocedores del caso.

Conspiración Real
Desde el infierno ofrece la más popular y folletinesca de las versiones que tratan de explicar el misterio de Jack: la llamada "Teoría Real", que implica a la Familia Real inglesa, con la mismísima Reina Victoria a la cabeza, junto al Duque de Clarence, el Dr. William Gull y, de paso, la masonería británica al completo. No es la primera vez que el cine recoge esta hipótesis, expuesta por el ya fallecido escritor Stephen Knight en su libro Jack The Ripper: The Final Solution. Ya lo hizo antes el director canadiense Bob Clark con la deliciosa Asesinato por decreto (1979), donde la conspiración masónica victoriana es puesta al descubierto, por así decir, por el mismísimo Sherlock Holmes, brillantemente interpretado por Christopher Plummer. Y es que si los investigadores, criminólogos y novelistas no han parado de especular acerca de la identidad y naturaleza del Destripador, desde el mismo momento en que las cinco desdichadas prostitutas londinenses fueron brutalmente asesinadas y mutiladas por Jack, durante un periodo de apenas tres meses de duración, el cine también ha querido dar sus propias soluciones.

Por ejemplo, la entrañable Hammer Films, adalid del gótico pop inglés en los años 60, le dio una hija no menos mortífera en Las manos del Destripador (1972), de Peter Sasdy, y antes ya le había travestido literariamente, mezclándole con el Mr. Hyde de Stevenson, y literalmente, convirtiéndole en la bellísima Martine Beswick, en El Dr. Jeckyll y su hermana Hyde (1971), joya de culto gay dirigida por Roy Ward Baker. Es habitual y recurrente mezclar al histórico Destripador con personajes de ficción (y otros reales) pertenecientes al mismo universo victoriano de la luz de gas y los coches de punto: el Dr. Jeckyll volvió a ser Jack en Al borde de la locura (1989), una auténtica locura, valga la redundancia, psicotrónica de Gérard Kikoine, protagonizada ni más ni menos que por Tony (Psicosis) Perkins. Y ya antes de la citada Asesinato por decreto, por cierto, una de las películas favoritas del novelista James Ellroy (que de psicópatas sabe lo suyo: su madre fue asesinada por uno), Sherlock Holmes se había enfrentado a Jack en las pantallas, en la simpática Estudio de terror (1965), de James Hill, novelada posteriormente por el dueto Ellery Queen. Quizá una de las versiones más ingeniosas, en plan pastiche victoriano, que nos ha ofrecido el cine sobre el tema, sea el encuentro entre el brutal y astuto Jack, el escritor H. G. Wells, y la mismísima máquina del tiempo (que también vuelve ahora al cine, por cierto), en la lograda Los pasajeros del tiempo (1979), de Nicholas Meyer, experto sherlockiano, que hizo encarnar al Destripador en un genial David Warner, encantado de escapar al siglo XX, donde sus crímenes pasan prácticamente desapercibidos.

Dimensión mítica
Sin embargo, a diferencia de investigadores y novelistas, los cineastas han estado, en muchas ocasiones, más interesados en la dimensión mítica de Jack el Destripador que en el hecho de conocer su verdadera identidad. Jack representa la encarnación del puritanismo victoriano, en su expresión más feroz y temible. A través de su figura sin rostro entrevemos los rasgos imaginarios del Conde Drácula, del Dr. Jeckyll, del hedonista Dorian Gray y de los fantasmas de una época tan brillante como hipócrita, tan moralista como turbia. Así, es normal que los cineastas "expresionistas" alemanes, al igual que pintores y artistas como Kubin, Grosz o Dix, se vieran fascinados por el personaje, perfecta encarnación también de los propios demonios de Weimar: lo encontramos como perseguidor implacable en un episodio de El hombre de las figuras de cera (1924), de Paul Leni; en La caja de Pandora (1928), la obra maestra de G. W. Pabst, basada en Lulú, del dramaturgo Franz Wedekind, donde su cuchillo alegórico pone punto final a la carrera fatal de la protagonista; y también encarnado en la figura ya inmortal de Mackie el Navaja, personificación de la explotación capitalista de la pobreza y la mujer, en la obra maestra de Bertolt Brecht y Kurt Weill, La ópera de los cuatro cuartos, también llevada a la pantalla en la época dorada del cine alemán por el propio Pabst, en 1931, en la versión protagonizada por la gran Lotte Lenya. En un contexto bien distinto, pero que no deja de tener sus claras conexiones con la estética (y la ética) del expresionismo, Alfred Hitchcock también echó mano de Jack para uno de sus primeros filmes de suspense: El enemigo de las rubias (1926), basado en un célebre relato de Mary Belloc Lowndes, del que se han hecho al menos otras dos versiones más: una de John Brahm en 1944, y otra de Hugo Fregonese, diez años después, en 1954.

La lista podría ser, si no interminable, al menos bastante extensa, incluyendo desde thrillers menores y sangrientos, como Jack the Ripper (1960), de los competidores de la Hammer, Robert S. Baker y Monty Berman; pasando por psicotronías europeas como Der Dirnemoerderer von London, producción germana dirigida por nuestro Jesús Franco, hasta llegar a series de televisión, dudosas políticamente pero de indudable y británica calidad, como la realizada en 1988, al tiempo que el From Hell de Moore, por David Wickes, con el título de Jack el Destripador, y con Michael Caine, en el papel que ahora interpreta Johnny Depp en Desde el infierno. Todas ellas, y otras muchas, muestran con sangrienta claridad que Jack el Destripador es mucho más que un simple asesino. Es un mito del siglo XX, encarnación de la peor pesadilla del mundo moderno: el psychokiller. El asesino sin rostro, el matarife sin moral ni remordimiento alguno. El abuelo de Jason, Freddy Krueger, Michael Myers... y también de Ted Bundy, Jeffrey Dahmer o el Carnicero de Rostov.

En cuanto a la solución final, yo me quedo con la que daba John Landis, en uno de los desopilantes episodios de su olvidado y genial filme Amazonas en la Luna (1987), en el que Henry Silva, parodiando los programas tipo Misterios sin resolver y a los presentadores estilo Giménez del Oso... o Leonard Nimoy, demostraba que Jack el Destripador no era otro que... ¡Nessie! El auténtico Monstruo del Lago Ness. ¿Increíble? ¿Imposible? Bueno, quizá no mucho más que la solución que ahora nos trae, en pleno puritanismo neovictoriano, Desde el infierno.

Fantasma eterno
Un inquietante recordatorio de que, iniciando ya la andadura del nuevo milenio, Jack el Destripador no es tan sólo un espectro del pasado, de la Era Victoriana o de la República de Weimar, sino un fantasma eterno, en el que cristalizan los peores demonios sexuales, sociales, morales y censores del propio ser humano. Un reflejo atávico de nuestro miedo al lado oscuro. Y, sobre todo, una demostración práctica, con su mezcla desigual y casi metafísica de realidad y mito, de que el sueño de la razón produce monstruos. Porque si, como nos mostraba Stanley Kubrick en su Espartaco (1960), todos somos Espartaco... también todos somos Jack. No olvidemos que en ¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú (1963), realizada por el propio Kubrick apenas tres años después, el general xenófobo y delirante, que provocaba la Tercera Guerra Mundial, interpretado por Sterling Hayden, se llamaba, precisamente, Jack D. Ripper.