Image: El lenguaje de la memoria

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Cine

El lenguaje de la memoria

El nuevo "film noir" llega de la mano de Christopher Nolan

17 enero, 2001 01:00

La memoria miente y engaña. Los recuerdos no importan, sólo cuentan los hechos. La traición y la desconfianza son una mera cuestión de lenguaje. Memento, segundo filme del británico Christopher Nolan (Following), que se estrena el próximo viernes, plantea todos estos enigmáticos aforismos reinventando la estructura narrativa del "film noir": no en vano, está contada al revés. Con las magníficas interpretaciones de Guy Pearce, Carrie Anne Moss y Joe Pantoliano, el cineasta británico completa un thriller insólito y vanguardista.

¿Qué es un "memento mori"? Traducida del latín, esta frase significa "recuerda que debes morir". Es, también, un objeto o símbolo pictórico asociado con la muerte, muy corriente a finales del siglo XIV, cuando la peste negra infectó el pensamiento religioso de ilusiones apocalípticas. Este objeto podía estar decorado con calaveras, huesos, ataúdes, cipreses, tumbas, ángeles exterminadores, gusanos y lechuzas, toda la fauna habitual de una cultura anclada en esa iconografía católica que disfruta mirando a la muerte a los ojos. No es extraño, pues, que en la extraordinaria Memento, del británico Chistopher Nolan, su protagonista, Leonard Shelby (magnífico Guy Pearce), lleve tatuado en su pecho un tanático aforismo que, como las oraciones satánicas, está escrito al revés y sólo puede leerse al reflejarse en el espejo. "John G. violó y asesinó a tu mujer". Eso dice su pecho. Shelby, como el espectador, está desconcertado. Shelby es su propio "memento mori", su propia sentencia de muerte, un símbolo bípedo de caos y catástrofe. Sufre un peculiar tipo de amnesia: como los peces, es incapaz de recordar lo que le ocurrió hace cinco minutos. Sólo recuerda lo que pasó antes de que alguien entrara en su casa, matara a su esposa y le pegara un golpe en la cabeza. Lo demás, su memoria, es historia. Por eso necesita seguirse la pista, apuntar todos sus actos cotidianos, toda la información de un mundo que no entiende, en el anverso de las Polaroids que toma sin descanso, antes de que llegue la desconfianza y el olvido.

Un crucigrama irresoluble

Memento empieza con un asesinato -Shelby dispara a Teddy (Joe Pantoliano) después de leer una de sus notas: "No creas sus mentiras. Es él. Mátale"- que se rebobina como una cinta de video. Es un aviso, un prólogo necesario a los métodos narrativos que Nolan, inspi- rándose en un argumento de su hermano Jonathan, utiliza durante este extraño, fascinante "film noir". Asistimos al final de la historia, y a partir de nuestro testimonio, que es el de Shelby, la película se cuenta hacia atrás. Como ocurría en La flecha del tiempo, la novela de Martin Amis, Memento plantea un problema narrativo difícil de resolver, un reto para artistas atrevidos: mostrar la consecuencia antes que la causa, empezar la casa por el tejado. Así las cosas, el fin es el principio, el cómo y el porqué sustituyen al quién, y el espectador es obligado a ocupar el lugar del amnésico investigador para una compañía de seguros que busca venganza. Como si se tratara del master de un perverso juego de rol, Nolan nos obliga a perdernos por el laberinto de la confusa memoria de su protagonista para tenernos cogidos por las solapas desde el primer minuto de proyección. En ese sentido, la sensación de desasosiego que despierta Memento se parece mucho a la que provocaba Carretera perdida, de David Lynch, con su repentino, inexplicable cambio de actor y personaje a mitad de metraje. El espectador es un ser débil, es un esclavo del autor; aunque, en el transcurso de ese combate de boxeo metalingöístico, Lynch liberaba sus más torturados fantasmas en favor de la más lógica de las ilógicas, mientras que Nolan recorta y pega las piezas de su rompecabezas con la inexorable frialdad de un psiquiatra adicto a las lobotomías. Algo de crucigrama irresoluble tiene Memento: como Sospechosos habituales (Bryan Singer), es un ejercicio de estilo propio de un cartógrafo experto. No importa tanto resolver el enigma como disfrutar del vértigo del viaje.

Sin embargo, todo lo que en la película de Bryan Singer había de tramposo e inteligente, casi de juvenil divertimento, en Memento es reflexión sobre las posibilidades del lenguaje, de la fragmentación de la voz y el punto de vista, de las infinitas posturas que adopta la realidad cuando las puertas están cerradas y la luz apagada.

El espectador perverso

En realidad, Nolan no hace otra cosa que seguir el camino que muchos de los padrinos de la metaficción americana -Robert Coover, John Barth, Thomas Pynchon- transitaron en los sesenta y setenta. Coover lo describía muy bien en El hurgón mágico, hablando de Cervantes: "El universo para usted, Maestro, estaba abriéndose: ya no podía describirse con números mágicos ni tampoco quedar contenido en una esfera compacta y de diseño maravilloso. La ficción narrativa (...) se convirtió en un proceso de descubrimiento y hasta hoy autores jóvenes parten hacia la ficción como pícaros majestuosos (...) para descubrir, una y otra vez, su humanidad". Nolan es uno de esos pícaros: más allá de la experimentación estructural de Memento, el objetivo del joven cineasta es entrar de puntillas en la trastienda (humana, inquietante, perturbadora) de la confusión del hombre contemporáneo. De puntillas, pero sin concesiones: como ocurría en El club de la lucha -filme que practicaba el terrorismo conceptual sin coartadas genéricas-, Memento se revela como un filme de horror sobre la desesperación, sobre la ceguera en la era de la ultramodernidad. En Following, la ópera prima de Nolan, un hombre corriente sucumbía a los infiernos de su peor obsesión: seguir, por la calle y por azar, a gente que se cruza en su camino. Following era, también, un juego de combinatorias narrativas cuya estructura iba de atrás hacia adelante y viceversa, dividiéndose en un catálogo de mundos posibles que se fundían, finalmente, en uno solo. Memento suaviza los métodos de Following para reflexionar, de paso, sobre los códigos del "film noir" y el thriller psicológico.

En este sentido, la amnesia es uno de los grandes temas del cine negro: como señala la revista "Sight and Sound" en su inteligente crítica de la película, hay varios títulos amnésicos en la historia del "noir", desde La dalia azul hasta Suture, pasando por la célebre Recuerda. La pérdida de memoria es un eficaz recurso dramático cuya única función es subjetivar una ficción objetiva. A Shelby no le interesan los recuerdos sino los "hechos": sin embargo, eso obliga al espectador a ver la realidad a través de sus ojos desmemoriados. Esa paradoja transforma a Memento en una película sobre la desconfianza y la desubicación: el espectador, como Shelby, no podrá confiar en nadie que no sea él mismo. Si Flaubert era Madame Bovary, usted es el protagonista de esta película. Lo que quiere decir que, cuando llegue el final e intuya que es un traidor o un mentiroso o un malvado, entenderá que el hecho de ver cine, el hecho de ser espectador, es un acto íntimamente perverso. No es habitual que de una película de bajo presupuesto, rodada en 25 días, se puedan extraer tan estimulantes conclusiones. Es por ese motivo que Memento no debe pasar desapercibida. Es, en un sentido estricto, la primera película de vanguardia estrenada este siglo XXI.