Cine

Gerardo Vera: "Por fin he hecho la película que quería"

9 enero, 2000 01:00

Gerardo Vera se ha desnudado en su tercer filme. Después de utilizar pretextos literarios en Una mujer bajo la lluvia (1992) y La Celestina (1996), el director madrileño ha reconstruido el drama autobiográfico que le perseguía desde hace tiempo. “Esta película es mi forma de entender la vida”, reconoce a EL CULTURAL. Sin tapujos, sin mentiras, casi sin ficción, todo lo que ocurre en Segunda piel -que llega a las pantallas el próximo viernes- es una radiografía de las emociones tratando de sobrevivir en un mundo enfermo y mentiroso, pero en el que aún cabe el optimismo.

Pocas escenas tan intensas, sinceras y reales se recuerdan en el cine español como la que protagonizan Javier Bardem (Diego) y Jordi Mollá (Alberto) al inicio de Segunda piel. Es de esas secuencias que todavía hacen pensar que la transgresión no se ha agotado en la pantalla, que aún hay muchos velos por descorrer y muchas verdades por mostrar.

Cuando parecía que todo estaba dicho sobre las relaciones homosexuales, Gerardo Vera ha tenido la cordura de tratarlas como argumentos inevitables y no como un derroche de morbo gratuito. La historia se muestra con toda la naturalidad y el realismo de una experiencia personal, con sus matices y locuras, de un hombre, Alberto, que descubre su verdadera identidad sexual después de catorce años de matrimonio con Elena (Ariadna Gil) y mantiene una relación adúltera con un hombre, Diego, completamente enamorado de él. La fría pantalla se nutre de vida con las interpretaciones de tres actores que viven no sólo con el rostro de los personajes, sino con las almas que los sostienen.

-Lo que voy a decir no es una boutade: sin estos actores nunca hubiera hecho la película. Eran tan absolutamente perfectos para los papeles que sólo podían hacerla ellos. Para Javier Bardem, interpretar al personaje de Diego fue una tour de force, él me exigió interpretar al amante enamorado del marido de Elena, porque si le daba el papel que finalmente ha hecho Jordi Mollá no hubiera participado en la película.

-Creo que fue Rafael Azcona quien le empujó a hacer esta película, sin embargo, ha sido Ángeles González-Sinde con quien finalmente ha escrito el guión.
-Así es. La historia de Segunda Piel nace en un momento de mi vida en que necesito contar una serie de cosas que me afectan, que he vivido, que recuerdo y que todavía tengo en carne viva... es una necesidad de entender el amor. No sólo en el cine, sino también en el teatro, desde hace mucho tiempo quería expresar la necesidad de inventarse a la persona que se ama. Pero hasta ahora sólo había utilizado pretextos, como La Celestina. Entonces fue Rafael Azcona quien me animó a escribir la historia tal y como la sentía, es decir, me animó a desnudarme. Las líneas maestras de lo que quería contar las tenía muy claras, y de ahí salió Segunda Piel.
»Andrés Vicente Gómez me dijo, al leer la sinopsis, que era una argumento potente y que desarrollara un guión. Entonces surgió la posibilidad de hablar con ángeles González-Sinde, que ya tenía experiencia en crear guiones de relaciones triangulares, como La buena estrella, de Ricardo Franco. Así empezó la historia. Después estuvimos casi dos años trabajando en el guión.

-Al contar aspectos personales de un modo tan desgarrador y sincero, ¿no sintió en ningún momento miedo o arrepentimiento?
-Aunque Azcona me estuvo “dando patadas” para empezar a bucear en mí mismo de una manera directa y sin hipocresías, lo cierto es que en determinado momento, creo que cuando leí el guión definitivo, me eché para atrás y dije que no quería dirigir la película, que me producía mucha pereza. Pero luego me di cuenta de que lo que en realidad me pasaba es que me daba pudor. Fue Vicente Gómez quien me dio el empujón final al decirme que ya tenía a los actores en la cabeza, que sólo podían ser ellos: Jordi Mollá, Javier Bardem y Ariadna Gil. Luego se unió Cecilia Roth.

-¿Es necesario para un director trabajar con estrellas para que su película llegue al público?
-Creo que, en términos generales, es una equivocación trabajar con actores de moda. Un filme necesita los actores que den el tipo. Yo tengo la experiencia de La Celestina. En esa película me equivoqué con el actor, o simplemente el actor y yo no nos entendimos. Pero a veces, por motivos de producción, no queda otra salida. Sin embargo, esta película no podría haber salido mejor con otros intérpretes, y yo no la podría haber hecho, porque necesito trabajar con gente a la que conozco, a la que quiero, sobre todo en un proyecto tan personal. Es más, ahora estoy pensando en el reparto de mi próxima película y sólo me salen sus rostros. Y espero que a ellos les pase algo parecido.

-Se adivina que durante el rodaje ha existido una dirección de actores muy complicada. ¿Le ha resultado más sencillo debido a su larga experiencia en el teatro?
-Mi dirección de actores, más que heredada del teatro, está heredada de la vida. Para mí, dirigir una película es dirigir actores. Los aspectos técnicos de las películas, los travellings y planos imposibles, no me interesan gran cosa. Me gusta más el cine de rostros, más sencillo. Yo soy feliz con una cámara, diez actores estupendos y un magnífico montador. Es todo lo que hace falta para hacer una buena película.

»De acuerdo en que es un cine que tiene mucho que ver con el teatro, pero en realidad tiene unos ingredientes de dirección muy distintos. En cine, el poder que necesitan los actores para explorar sus personajes es más intenso y complicado. El actor de teatro tiene que estar una hora y media concentrado, pero luego se acaba, adiós al personaje. Sin embargo, en el cine el actor se lleva a su personaje a casa. Tiene que vivir y crecer junto al personaje si quiere explorar todos sus sentimientos.

Radiografía del amor

Tiene 52 años, pero Gerardo Vera defiende su película, su historia, su vida, al fin y al cabo, con la pasión de un neófito y la insistencia de un hombre que necesita ser creído, como si estuviera defendiéndose de imaginarias acusaciones. Con ello quiere dejar claro que cada detalle es crucial para comprender la película. Nada es gratuito. Segunda Piel es algo más que su tercer largometraje, es una declaración de principios.

-La historia de amor que relata la película no deja de ser un drama, pero hay cierto optimismo en las secuencias finales. ¿Ha sido intencionado?
-Por supuesto. Y me alegra que me diga eso, porque en realidad, después de todo, creo que soy opimista respecto al amor. Yo creo en la vida, y creo que la experiencia sirve para limpiarnos. En el fondo, se trata de sobrevivir. Cuando el ser humano dice que no puede más, miente. El hombre es un invento excepcional que, por mucho dolor que tenga, aunque sea por causa del amor, siempre quiere seguir vivo.

-Entonces, ¿el amor siempre es sinónimo de tragedia?
-Estoy convencido de que el amor es una enfermedad. Hay una cosa importantísima que después de muchos años he conseguido entender. Cuando dos personas se conocen, se atraen, se dan los teléfonos y quedan en llamarse algún día, si esa historia tiene que llegar a ser algo dependerá del papel emocional del primero que llame. Es una banalidad, pero no deja de ser un síntoma de la fragilidad del amor. Sobre todo esto habla la película. Quería hacer una radiografía de la fragilidad del amor.

-¿Y al mismo tiempo se ha hecho una radiografía a sí mismo?
-Por supuesto. En esta película está, para bien o para mal, lo que va a ser mi cine a partir de ahora. Está mi estilo, mi autoría y mi forma de entender la vida. Estoy muy tranquilo porque creo que por fin he hecho la película que quería hacer.

-¿Cómo cree que reaccionará el público ante la crudeza con que se muestran los sentimientos y, sobre todo, ante una relación tan atípica?
-Por lo que he visto en distintos pases privados creo que la gente va a salir muy tocada del cine, porque la película narra situaciones límite que les ocurre a personajes muy normales, muy cercanos al espectador. La relación que tiene el triángulo amoroso formado por Diego, Alberto y Elena es atípica, pero no tanto como puede pensar la mayoría de la gente. No es tan extraño que un hombre engañe a su mujer con otro hombre, por muy fuerte que parezca. Hay que empezar a explorar otras formas de convivencia, y en ese sentido la película analiza cosas interesantes. Los esquemas matrimoniales están muy machacados. La película abre caminos a posibilidades de convivencia basadas en el afecto, porque el sexo al fin y al cabo no es lo más importante.

Cine sobrevalorado

-¿En su próximo proyecto va a seguir explorando en esas nuevas posibilidades de convivencia?
-Probablemente, la próxima película que haga es una idea que surgió de conversaciones que tuve con Jordi Mollá y Javier Bardem durante el rodaje de Segunda piel. Me gustaría analizar de dónde “chupan” los actores el papel de los personajes que interpretan para conferirles esa intensidad y realismo que se ve en las pantallas. De cómo un actor, en un momento determinado, tiene que ser alguien completamente distinto. No hablo del método Stanislavsky, ni de la parte teórica del actor, sino de su aspecto más humano, más visceral.

-¿Cree que los nuevos valores de nuestro cine se preocupan suficientemente por los actores?
-No me gusta comprometerme hablando de jóvenes directores en concreto. La verdad es que no me interesan mucho, excepto dos o tres. Creo que hay una tendencia clara en el cine joven: la manera de contar las historias está por encima de las historias que cuentan. Y eso redunda, lógicamente, en los actores. Estoy en un punto en el que no me interesa el cine espectáculo, sino que me interesan los directores que se implican con el ser humano. Cuando veo que los actores nadan en una nube de efectos especiales, directamente no me interesa. Creo que se sobrevalora a los directores jóvenes, y de esta forma no se les hace ningún favor. En definitiva no hacen más que cine para su generación, pero hay una generación de treinta a cuarenta años que pide que las historias les afecten de otro modo, y no se preocupan tanto de si una película está bien rodada o no.