Ilustración de Jana Lenzová para 'La fantasía de volar' (Ariel), de Richard Dawkins

Ilustración de Jana Lenzová para 'La fantasía de volar' (Ariel), de Richard Dawkins

Entre dos aguas

¿En qué momento de la evolución aparecieron los pájaros?

El nuevo libro de Richard Dawkins nos pone ante la "apasionante e ingeniosa" capacidad de volar, que el ser humano ha realizado gracias a la tecnología

14 abril, 2023 03:20

Acaba de aparecer en castellano un nuevo libro de Richard Dawkins, La fantasía de volar. La apasionante e ingeniosa victoria contra la gravedad (Ariel, 2023), con espléndidas ilustraciones de Jana Lenzová. Inevitablemente este libro me recuerda otro que yo escribí hace años (2010) y que ilustró Antonio Mingote, admirado y querido compañero en la Real Academia Española. El libro lo titulamos El mundo de Ícaro (Crítica), pero poco tiempo después de su publicación la editorial advirtió que en algunas librerías lo colocaban en la sección de clásicos griegos, y que muchos lectores ignoraban quién era Ícaro, de manera que cambiaron la cubierta, incluido el dibujo, y ¡ay! lo titularon ¡Quiero volar!

Los primeros seres voladores fueron los omnipresentes y abundantísimos insectos (en cuanto a número y diversidad de especies, ningún otro grupo los supera), de los que se conocen fósiles que tienen aproximadamente 400 millones de años de antigüedad (Devónico temprano). Pero cuándo desarrollaron la capacidad de volar es una pregunta a la que no se sabe responder con seguridad, puesto que los fósiles más antiguos encontrados corresponden a especies sin alas.

Según algunas hipótesis, los primeros insectos voladores se desarrollaron a partir de formas aún más ancestrales, que vivían en el agua moviéndose sobre todo por su superficie; estas desarrollarían apéndices, protoalas adosadas a su tórax y abdomen para nadar o desplazarse por la superficie, y, más tarde, para correr por ella, dar saltos o planear sobre distancias cortas. Los beneficios que podrían haber obtenido de estas habilidades (como poder escapar más fácilmente de los depredadores) habrían favorecido el crecimiento de las protoalas, convirtiéndose finalmente en alas tal y como las entendemos ahora.

Insectos y aves no son los únicos capaces de volar. Existen peces voladores y murciélagos, los únicos mamíferos que vuelan

A comienzos del Carbonífero (hace 360 millones de años) ya existían insectos con alas completamente desarrolladas, entre ellos libélulas gigantes con una envergadura de alas de 70 centímetros, lo que les permitiría volar en la frondosa jungla vegetal existente entonces, en la que proliferaban helechos y unas plantas erectas, sin flores, denominadas licopodios (“pinos de tierra”).

Y tras los insectos voladores llegaron las aves, que surgieron –¿quién lo diría, si nos atenemos a las imágenes más populares de ellos?– de los dinosaurios. Se ha descubierto que antes incluso de que aparecieran las aves propiamente dichas, algunos grupos de dinosaurios tenían plumas, que por otra parte no son sino escamas de reptiles modificadas. Otra herencia más de la vida terrestre, que surgió del agua, de los reptiles anfibios. Señala Dawkins, que puede que tuvieran plumas incluso los dinosaurios más famosos, como el gigantesco y temible Tyrannosaurus rex.

Pero no todos los dinosaurios eran de gran tamaño, los hubo no mayores que un conejo. Y, como ya he dicho, de algún tipo de dinosaurio surgieron las aves. Es importante en este sentido el fósil de un animal del tamaño de un cuervo, que se descubrió en 1861 en la cantera de caliza de Solenhofen, cerca de Pappenheim (Baviera, Alemania).

Se trata del Archaeopteryx lithographica (Archaeopteryx significa “ala antigua” y lithographica hace referencia a la caliza donde se encontró) que muestra un vínculo entre aves y reptiles (de hecho, su esqueleto es más de reptil que de ave); es, en otras palabras, una forma de transición. Su esqueleto es casi idéntico al de algunos dinosaurios terópodos, caracterizados por caminar sobre dos patas y extremidades con tres dedos funcionales. La antigüedad del yacimiento donde se encontró es de 145 millones de años.

Tras el descubrimiento de Archaeopteryx, durante mucho tiempo no se encontraron más fósiles de este tipo, pero a mediados de la década de 1990 aparecieron nuevos fósiles de dinosaurios con plumas en diversos sedimentos lacustres de China. Todos datan de hace entre 135 y 110 millones de años, por tanto más recientes que el Archaeopteryx. Estos ejemplares sólo muestran algunos de los primeros cambios que condujeron a las aves propiamente dichas como especies diferenciadas de los dinosaurios con plumas.

Después surgirían modificaciones –producidas por los mecanismos evolutivos– como huesos ligeros, y sin embargo muy resistentes, y otros elementos de que disponen las aves y que les permiten volar como lo hacen.

No hay que olvidar, sin embargo, que insectos y aves no son los únicos seres capaces de volar. Existen peces voladores y también murciélagos, los únicos mamíferos que vuelan. Además del hecho de ser mamíferos y de carecer de plumas, sus alas no surgieron de la reducción de los dedos de las extremidades de los dinosaurios, como en las aves, sino que son sus largos dedos los que soportan entre ellos una membrana que, de hecho, se extiende entre dedos y cuerpo constituyendo un tipo de ala diferente a la de las aves.

Puede que en los primeros miembros de nuestra especie generase gran frustración, y acaso sorpresa, observar a las aves y constatar que ellos, seres “pesados”, no podían hacer lo mismo. Transcurrió mucho tiempo antes de que se dispusiese del principio científico que daba la pista para poder construir ingenios que pudiesen moverse por el aire y transportasen humanos.

[Los misterios de las aves]

Ese sencillo principio se debió a Arquímedes (h. 287-212 a. C.), pero se necesitó mucho más y mucho tiempo para construir máquinas que explotasen su contenido: los globos aerostáticos de finales del siglo XVIII, a los que siguieron otros a los que les se añadieron alas batientes, movidas por el aeronauta, que actuaban como propulsores, y un timón en forma de cola de ave, y, a partir de mediados del siglo XIX, propulsores movidos por máquinas de vapor, los “dirigibles”, como los célebres “zepelines”.

Al cabo de algún tiempo llegaron los “pájaros más pesados que el aire”, los aviones que tanto han influido en la vida de la humanidad. Pero para que se construyesen éstos se necesitó avanzar mucho más en ciencia (la de la hidrodinámica; es preciso en este punto recordar otro principio científico básico, el debido al matemático y físico suizo del siglo XVIII Daniel Bernoulli), y en tecnología. Una nueva era de la humanidad que comenzó con el célebre vuelo que los hermanos Wilbur y Orville Wright llevaron a cabo exitosamente con el avión que ellos mismos habían construido, el primer vuelo autopropulsado con una máquina más pesada que el aire. Una nueva era tanto en la paz como en la guerra.

Tawfeek Barhom y Fares Fares en un momento del filme

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