Image: La Relatividad en la Torre Einstein

Image: La Relatividad en la Torre Einstein

Entre dos aguas por José Manuel Sánchez Ron

La Relatividad en la Torre Einstein

2 marzo, 2018 01:00

¿Utópica, fantástica, dinámica? Vista de la Torre Einstein en Potsdam

Dentro de su serie 'Arquitectura y ciencia' Sánchez Ron se adentra en uno de los hitos de ambas disciplinas: la Torre Einstein. Situada en la localidad alemana de Potsdam es una pequeña joya arquitectónica que sobrevivió, aunque con graves daños, a la destrucción de la II Guerra Mundial.

Existen dos disciplinas que aúnan en sí ciencia, técnica y arte. Una es la medicina, que necesita de conocimientos científicos, de instrumentos (desde los humildes termómetros a las poderosas cámaras tomográficas), y en la que la relación médico-enfermo constituye, o debería constituir, un arte de naturaleza psicológico-afectiva. La segunda es la arquitectura, profesión artística donde las haya (el edificio como obra de arte), pero de manifiesto contenido científico-técnico. Un edificio está formado por elementos, estructuras y materiales cuya resistencia y plasticidad ante la carga que deben soportar es preciso conocer, y esto solo es posible en base a la ciencia de los materiales y la parte de la física que se ocupa de la composición de fuerzas. Ahora bien, esta componente científica adquiere en la arquitectura manifestaciones particulares. A una de ellas se refirió Frank Lloyd Wright en su Autobiografía (1932): "La plasticidad puede manifestarse en la superficie expresiva y corpórea de la estructura, en contraste con la articulación de la misma estructura […] Encontré que la plasticidad debía tener un nuevo sentido, así como ser una ciencia de los materiales".

Además, y al igual que lo hace en prácticamente todas las ciencias de la naturaleza, la matemática penetra profundamente en la arquitectura, que es, al fin y al cabo, "geometría". Le Corbusier proporciona un magnífico ejemplo: en 1948 introdujo una unidad arquitectónica, el "modulor", que utilizó en obras como la sede de las Naciones Unidas de Nueva York o la unidad de viviendas de Marsella, y que estaba basada en las proporciones humanas: dos de las series que manejó tenían que ver con la altura de las principales posiciones de una persona de 183 centímetros de alto. Es significativo que las series que manejó son series de Fibonacci (aquellas cuyos dos valores consecutivos proporcionan el siguiente).

En el modulor de Le Corbusier, lo mismo que en la arquitectura de "techos planos" de Mies van der Rohe, dominan las líneas rectas; pero como si se tratase de una reacción generacional, poco tiempo después se introdujeron las geometrías curvas. Ejemplos notables de esa "arquitectura curva" son la catedral de Brasilia (1970) de Oscar Niemeyer, la Ópera de Sidney (1973) diseñada por Jørn Utzon, el Museo Guggenheim de Bilbao (1997) de Frank Gehry, la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia (1998) de Santiago Calatrava y el Estadio Olímpico de Pekín (2008) de Jacques Herzog y Pierre de Meuron. De Niemeyer son las siguientes frases: "No es el ángulo recto lo que me atrae, ni la línea recta, dura, inflexible, creada por el hombre. Lo que me atrae es la curva libre y sensual, la curva que encuentro en las montañas de mi país, en el curso sinuoso de los ríos, en las olas del mar, en el cuerpo de la mujer preferida. De curvas se hizo todo el universo, el universo de Einstein". Se refería aquí Niemeyer a cómo entiende el universo la Teoría de la Relatividad General (Albert Einstein, 1915) y la cosmología basada en ella: un universo curvo, cuya forma depende de su contenido energético-material. De hecho, una de las primeras manifestaciones, si no la primera, de la "arquitectura curva" tuvo que ver con la Teoría de la Gravitación einsteiniana: la Torre Einstein, obra del arquitecto Erich Mendelsohn. Ubicada en Potsdam, localidad en la que se hallan magníficos palacios, antaño habitados por la familia real prusiana. Si uno viaja a Potsdam no se debe conformar con seguir los itinerarios clásicos del buen turista. Hay que visitar otra de sus joyas, el Instituto Astrofísico. Allí se encuentran unos cuantos domos, magníficas construcciones que albergaron grandes telescopios, de los que solo quedan sus carcasas, huellas de un pasado astronómico que fue pero que hace mucho que ya no es, sepultado por instrumentos mucho más poderosos y situados en lugares más adecuados, y también por otra astronomía, la que explora las bandas del espectro electromagnético fuera del visible. Junto a esos domos está la Torre Einstein, completada en diciembre de 1921 y que sobrevivió, aunque con graves daños, luego remediados, a la destrucción de la Segunda Guerra Mundial. Es una pequeña joya arquitectónica de 14 metros de altura, sobre la que todavía se discute si adjudicársela al estilo expresionista o futurista, mientras que otros han hablado de arquitectura "utópica", "fantástica" o "dinámica".

Se construyó para tratar de comprobar una de las tres pruebas experimentales que se dedujeron de la Teoría de la Relatividad General: el desplazamiento hacia el rojo de las líneas espectrales producido por el campo gravitacional. Una posible manera de verificar esta predicción era medir la posición de las líneas espectrales emitidas por algún elemento químico en dos alturas diferentes, puesto que el campo gravitatorio terrestre varía con la altura. En 14 metros, la diferencia de posición de las líneas sería muy pequeña, pero aun así se decidió construir una torre de esas dimensiones, en cuyo centro hubiese un hueco por el que poder enviar la señal y medir en la base y en la cima de la torre los respectivos espectros. Pasaron tres años antes de que se pudieran comenzar las observaciones, pero pronto se hizo patente que el efecto era demasiado pequeño como para ser detectado allí. No fue hasta las investigaciones realizadas a finales de la década de 1950 por Robert Pound y Glen Rebka, cuando se demostró que el efecto predicho por la Relatividad General es correcto. A semejanza de Potsdam, Pound y Rebka utilizaron una torre de 22 metros, la Jefferson del pabellón de Física de la Universidad de Harvard, pero ahora recurriendo al efecto Mossbauer, desconocido en la década de 1930 (se descubrió en 1957). Como vemos, ciencia y arquitectura se dan la mano de muy diferentes maneras. No dejen, por favor, de ser conscientes de ello y busquen esas relaciones. Constituye un excelente ejercicio.