Image: Moda, fe y fantasía en Roger Penrose

Image: Moda, fe y fantasía en Roger Penrose

Entre dos aguas por José Manuel Sánchez Ron

Moda, fe y fantasía en Roger Penrose

22 diciembre, 2017 01:00

Agujero negro Cygnus X-1. Foto: NASA/ CXC / M. Weiss

Aunque su nombre no es desconocido por los lectores interesados en los libros de ciencia (de divulgación, ensayo, historia), la fama del matemático y físico inglés Roger Penrose (Colchester, 1931) no se puede comparar a la de Stephen Hawking, con el que, sin embargo, tiene mucho en común. A finales de la década de 1960 ambos publicaron, por separado o conjuntamente, una serie de artículos, con una base más matemática que física, en los que demostraban que, bajo ciertas condiciones, en la Teoría de la Relatividad General -creada por Albert Einstein en 1915 para describir la interacción gravitacional- era inevitable que apareciesen “singularidades”, lugares en los que el espacio y el tiempo se “rompe”, los denominados agujeros negros, que tanto han dado y dan que hablar, y que, por mucho que nos sorprendan, existen. En realidad, las técnicas matemáticas necesarias para aquellos trabajos fueron creadas por Penrose y no por Hawking, lo que no es extraño dado que la formación del primero fue matemática, mientras que el segundo se centró desde el principio en la física, aunque sin desdeñar, ni entonces ni después, la matemática más sofisticada.

La investigación en relatividad general y cosmología de las últimas décadas del siglo XX estuvo muy marcada por los trabajos de estos dos científicos británicos, aunque en sus respectivos estilos se observan diferencias significativas, el de Hawking, más físico, un hecho éste que es particularmente notorio en su contribución más importante: la demostración, en 1975, de que los agujeros negros no son tan “negros”, ya que emiten radiaciones, la denominada “radiación de Hawking”. Por su parte, Penrose ha prestado más atención al desarrollo de técnicas geométricas que permiten “visualizar” los procesos físicos que tienen lugar en los agujeros negros. Este punto es interesante: algunos científicos, matemáticos en particular, poseen un “sentido geométrico” que les permite “ver” lo que otros no perciben analíticamente. Un buen ejemplo es el matemático Hermann Minkowski (1864-1909), quien aplicó ese sentido geométrico a una disciplina aparentemente alejada de la geometría, la Teoría de Números, como se pone de manifiesto en su libro de 1896, Geometrie der Zahlen (Geometría de números).

También, y más conocida, es la presentación que desarrolló de la Teoría de la Relatividad Especial de Einstein (1905) en un marco cuatridimensional, en el que espacio y tiempo formaban parte de una misma entidad. Suya es la famosa frase que pronunció en una conferencia en 1908: “A partir de ahora el espacio por sí mismo y el tiempo por sí mismo están condenados a desvanecerse en meras sombras, y solamente una especie de unión de los dos conservará la independencia”.

Tanto Hawking como Penrose, siguiendo sendas si no completamente paralelas sí relacionadas, han publicado exitosos libros que podríamos denominar, sobre todo en el caso del primero, de divulgación. Hawking desbrozó ese camino con su gran éxito de ventas Historia del tiempo (1988). Un año después, Penrose publicaba La nueva mente del emperador, también bastante celebrado. Se trata de obras muy diferentes, tanto en contenidos como en “tácticas expositivas”. Es célebre la declaración que hacía Hawking en sus “Agradecimientos” de que alguien le dijo que cada ecuación que incluyera en el libro reduciría las ventas a la mitad, y que, por consiguiente, decidió no poner ninguna, aunque finamente incluyó la famosa ecuación de Einstein, E=mc2. “Espero - escribió- que esto no asuste a la mitad de mis potenciales lectores”. Penrose no ha sentido ese temor, siendo su libro de 1989 mucho más exigente, además de más variado en su temática, hasta el punto que no es exacto referirse a él como una obra de divulgación, puesto que se encuentran en él innovadoras propuestas; por ejemplo, sobre la relación entre el cerebro humano y las computadoras.

Pocas son las personas que una vez alcanzado algún éxito significativo no intentan continuarlo. Así, tanto Hawking como Penrose publicaron posteriormente otros libros de características similares a las de sus óperas primas de la década de 1980. A esa lista se suma ahora el nuevo libro de Roger Penrose, Moda, fe y fantasía (Debate), posiblemente el más interesante desde La nueva mente del emperador, aunque en él se reconocen muchos de los mismos temas y propuestas de soluciones -incluso ilustraciones- que planteó en 1989. Moda, fe y fantasía puede parecer un título sorprendente para un libro que trata de ciencia, una actividad en la que debe primar la objetividad y la duda permanente. Pero como todo lo humano, esto es únicamente así cuando, retrospectivamente, contemplamos “el producto final”, la formulación más o menos cerrada que engloba una serie de hechos naturales comprobados y depurados de interpretaciones previas.

En ciencia también se dan modas, con frecuencia es necesaria mucha fe para continuar con un determinado proyecto, y la fantasía, o si se prefiere, la imaginación extrema, suele acompañar a algunas teorías antes inimaginables; pienso, por ejemplo, en la Mecánica Cuántica. Penrose reconoce todo esto, por supuesto, pero lanza dardos muy críticos a la denominada “teoría de cuerdas” (en realidad, no se trata de una teoría, sino que existen varias alternativas), es decir, a la idea -hasta la fecha no comprobada- de que es posible resolver uno de los grandes retos de la física teórica, el de englobar en un mismo sistema la Teoría de la Relatividad General y la Física Cuántica, utilizando para ello un marco geométrico con un número de dimensiones superior a las cuatro habituales: la temporal y las tres espaciales. Es interesante comparar la poca esperanza que deposita Penrose en la denominada “Teoría M” -una de las versiones de teoría de cuerdas- frente a la optimista presentación que hizo Hawking de ella en otro de sus libros, El universo en una cáscara de nuez (2001). Una muestra más de que la ciencia, los científicos, no son ajenos a poner esperanzas -una forma de fe- en posibilidades diferentes, que se hallan lejos de ser comprobadas o refutadas.