Image: Sputnik, el satélite pionero

Image: Sputnik, el satélite pionero

Entre dos aguas por José Manuel Sánchez Ron

Sputnik, el satélite pionero

6 octubre, 2017 02:00

Imagen del Sputnik, una esfera de 58 centímetros y 84 kilogramos

Sánchez Ron celebra los 60 años del lanzamiento del Sputnik, el primer satélite en orbitar la Tierra lanzado el 4 de octubre de 1957. El académico recuerda la trascendencia del acontecimiento y analiza las rivalidades políticas que muchas veces traen gratas consecuencias para la ciencia.

El 4 de octubre de 1957, hace ahora por tanto 60 años, la extinta Unión Soviética puso en órbita alrededor de la Tierra un satélite, el primero de la historia: el Sputnik, el término ruso para ‘Compañero de viaje'. Hoy, con nuestro planeta rodeado por miles de satélites artificiales (se estima que existen unos 5.600, de ellos 800 operativos), de, entre otros, comunicación, meteorológicos, militares, científicos, o para sostener el sistema de posicionamiento global GPS, la novedad puede parecernos tan lejana como poco sorprendente. ¿Acaso la Segunda Guerra Mundial no fue, en buena medida, la de la aviación y cohetes como los temibles V2 alemanes, es decir, la de la aeronáutica? Pero la noticia del lanzamiento del Sputnik fue inesperada, sobre todo para Estados Unidos, el gran enemigo de la Unión Soviética en aquella época de Guerra Fría.

James Killian, asesor para ciencia y tecnología del entonces presidente Eisenhower, se refirió a la reacción que se produjo en Estados Unidos tras el anuncio del logro soviético en los siguientes términos: "Al lanzar sus señales al espacio, el Sputnik creó una crisis de confianza que barrió el país como el viento huracanado del incendio de un bosque. De la noche a la mañana se desarrolló un amplio temor a que el país se encontrase a merced de la maquinaria militar soviética, y a que nuestro gobierno, y su brazo militar, hubiese perdido repentinamente el poder de defender a la propia patria, por no decir la capacidad de mantener el prestigio y liderazgo de Estados Unidos en el escenario internacional. De repente se evaporó la confianza en la ciencia, tecnología y educación americana". En uno de los informes secretos, el denominado ‘Informe Gaither', que recibió Eisenhower, se hacía hincapié en que las iniciativas de defensa estadounidenses eran inadecuadas para proteger a la población civil y urgía a que se tomasen medidas, como aumentar sustancialmente el número de misiles balísticos intercontinentales.

Dos horas después de que el Sputnik hubiese completado con éxito su primera órbita a la Tierra, la agencia soviética de noticias, TASS, comenzó a comunicar detalles al mundo. El Sputnik, decía TASS, estaba girando en torno a la Tierra en una órbita de noventa y cinco minutos, a una altura de unos 900 kilómetros, viajando aproximadamente a 28.800 kilómetros por hora, y enviaba a la Tierra señales continuas de radio. El satélite era una esfera de 58 centímetros de diámetro y pesaba 84 kilogramos. Este hecho, el que los cohetes soviéticos pudiesen poner en órbita un peso semejante era lo que más preocupaba a los estadounidenses: significaba que la Unión Soviética estaba más adelantada de lo que pensaban, que les superaba en este apartado, puesto que la carga que Estados Unidos pensaba colocar en órbita con su primer satélite era de unos 2 kilogramos. Finalmente, puso en órbita el 31 de enero de 1958, el Explorer 1. Pesaba 15 kilogramos, mucho menos que el Sputnik, aun así realizó un descubrimiento importante: la existencia de un anillo de elevada radiación que rodea la Tierra, el denominado ‘Cinturón de van Allen'.

Pronto, el 3 de noviembre, el temor norteamericano se consolidó, ya que la Unión Soviética lanzó otro satélite: Sputnik II. Pesaba 508 kilogramos y llevaba un pasajero vivo, la perra Laika (no he podido evitar pensar muchas veces en la soledad y triste final de Laika, una perra callejera que murió pocas horas después del lanzamiento, por sobrecalentamiento del interior de la cápsula espacial, algo que se supo muchos años después, en 2002, ya que, hasta entonces, la versión oficial era que había muerto el sexto día, cuando se acabó el oxígeno).

El lanzamiento del Sputnik se plasmó en un importante incremento del dinero que tanto el Congreso estadounidense como el Presidente acordaron dedicar a la investigación científica. Sólo unos días después de que llegasen las noticias de la existencia del vehículo espacial soviético el secretario de Defensa anuló la orden de su predecesor de reducir en un 10 por 100 el presupuesto de Defensa para investigación básica. Por otra parte, en noviembre de 1957, el contenido del informe Gaither fue filtrado a la prensa. El 20 de diciembre el Washington Post lo llevaba a su portada. "El todavía secreto Informe Gaither", declaraba, "muestra que Estados Unidos se halla ante el más grave peligro de su historia, que la nación se dirige, por un camino aterrador, a convertirse en una potencia de segunda clase. Muestra que América está expuesta a una casi inmediata amenaza de los terroríficos misiles de la Unión Soviética".

Entre 1957 y 1961, los gastos federales para I+D se multiplicaron por más de dos, llegando a los 9.000 millones de dólares anuales. Otra consecuencia del lanzamiento ruso fue el establecimiento en 1958 de la National Aeronautics and Space Administration, la NASA. Y así comenzó una carrera, militar y de prestigio, por la conquista del espacio, que condujo a la llegada americana a la Luna en 1969.

Y es que la ciencia, aunque sea triste reconocerlo, se ha beneficiado sustancialmente de las guerras y de las situaciones prebélicas, especialmente una vez que quedó claro su valor después de la Primera Guerra Mundial por la utilización en ésta de gases venenosos y por lo importante que fue para Alemania disponer de abonos sintéticos, para mantener su producción agrícola ante el embargo de abonos naturales, gracias al desarrollo del proceso de síntesis del amoniaco denominado de ‘Haber-Bosch'. (Los vegetales necesitan grandes cantidades de nitrógeno, que es su principal materia nutritiva. Aunque el aire contiene cantidades de nitrógeno ilimitadas, éste no puede ser directamente aprovechado por las plantas, obteniéndolo solamente aquellos vegetales, principalmente leguminosas, que conviven simbióticamente con ciertas bacterias capaces de convertir el nitrógeno atmosférico en amoníaco, compuesto de nitrógeno e hidrógeno. Para las restantes es esencial disponer de abonos nitrogenados.) Y así, efectivamente, durante los largos años de la Guerra Fría, la ciencia estadounidense -de la financiación de la soviética no se conocen muchos datos- disfrutó, de una magnífica situación económica, incluyendo ramas de investigación en principio alejadas de fines militares, como la física de partículas elementales (o de altas energías), que se vio beneficiada por su conexión con "lo nuclear".

Hoy, medio siglo después de que se inaugurase una nueva época, la de los satélites artificiales, prestamos poca atención a aquellos hechos, mientras que en nuestro teléfono inteligente consultamos, acaso, el lugar al que queremos llegar, una información que no sería posible sin una red planetaria de satélites artificiales.