Image: José Echegaray, el científico

Image: José Echegaray, el científico

Entre dos aguas por José Manuel Sánchez Ron

José Echegaray, el científico

2 septiembre, 2016 02:00

José Echegaray es considerado el mejor matemático español del sigo XIX

El día 14 se cumplen 100 años de la muerte de José Echegaray, primer Nobel español y “hombre polifacético”, como lo califica Sánchez Ron en el título de su nuevo libro publicado por la Fundación Juanelo Turriano, del que se reeditan ahora sus Recuerdos (Analecta).

El 14 de septiembre de este año se cumple un siglo del fallecimiento de José Echegaray y Eizaguirre (1832-1916), el primer español en recibir un Premio Nobel. Obtuvo el de Literatura en 1904, compartido con el poeta provenzal Federico Mistral, “en consideración”, según el anuncio de la Academia sueca, “a su rica e inspirada producción dramática que, de una manera independiente y original, ha revivido las grandes tradiciones y las glorias antiguas del drama español”. (El segundo Premio Nobel español fue el de Fisiología o Medicina concedido a Santiago Ramón y Cajal en 1906). Poco después de anunciarse el galardón, un grupo de jóvenes escritores (y algunos críticos), entre los que se encontraban Azorín, Unamuno, Baroja, Rubén Darío, los hermanos Machado y Valle-Inclán publicaron un manifiesto criticando la decisión. Puedo comprenderlos: como a ellos, la lírica progresista del teatro de Echegaray hace tiempo que nos parece más empalagosa, si no cursi, que elegante o profunda. Pero no deberíamos olvidar que en su momento cosechó grandes éxitos, especialmente con obras como El gran galeoto, su pieza cumbre, y con O locura o santidad. La sensibilidad e intereses del público no es, recordemos, una constante en el tiempo. De todas maneras, no es del Echegaray dramaturgo de quien quiero tratar hoy, sino del polifacético personaje que, entre otros logros, es considerado como el mejor matemático español del siglo XIX.

Sí, el hombre cuyo nombre algunos -no demasiados- todavía identifican, fue mucho más que autor de teatro. Ingeniero de Caminos, matemático, físico-matemático, divulgador científico, economista, político, además de dramaturgo, alcanzó en todas estas actividades gran renombre: número 1 de su promoción en la Escuela de Ingenieros de Caminos, más tarde profesor en ella de diversas materias, varias veces ministro (de Fomento y de Hacienda), figura prominente en la creación -con, esencialmente, las funciones que hoy desempeña- del Banco de España, académico de la Española y de Ciencias (me gusta recordar, con pesar unas frases, ciertamente muy “literarias”, que pronunció al tomar posesión, el 11 de marzo de 1866, de su puesto en esta corporación: “la ciencia matemática nada nos debe: no es nuestra; no hay en ella nombre alguno que labios castellanos puedan pronunciar sin esfuerzo”), ateneísta distinguido, presidente del Ateneo de Madrid, del Consejo de Instrucción Pública, de la Junta del Catastro, de la Real Academia de Ciencias, de la Sociedad Española de Física y Química, de la Sociedad Matemática Española, de la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias, catedrático de Física Matemática en la Universidad Central, diputado, senador vitalicio, director-gerente y luego presidente de la Compañía Arrendataria de Tabacos, Caballero de la Orden del Toisón de Oro, Gran Cruz de Alfonso XII, son títulos que ningún otro español, de su época, de antes o de después, ha conseguido reunir.

“El drama más desdichado proporciona mucho más dinero que el más alto problema de cálculo integral”

En sus entretenidos Recuerdos, que preparó en sus últimos años (se publicaron en 1917), Echegaray explicó cuál había sido su gran amor intelectual: “Las Matemáticas fueron, y son, una de las grandes preocupaciones de mi vida; y si yo hubiera sido rico o lo fuera hoy, si no tuviera que ganar el pan de cada día con el trabajo diario, probablemente me hubiera marchado a una casa de campo muy alegre y muy confortable, y me hubiera dedicado exclusivamente al cultivo de las Ciencias Matemáticas. Ni más dramas, ni más argumentos terribles, ni más adulterios, ni más suicidios, ni más duelos, ni más pasiones desencadenadas, ni, sobre todo, más críticos; otras incógnitas y otras ecuaciones me hubieran preocupado. Pero el cultivo de las Altas Matemáticas no da lo bastante para vivir. El drama más desdichado, el crimen teatral más modesto, proporciona mucho más dinero que el más alto problema de cálculo integral; y la obligación es antes que la devoción, y la realidad se impone, y hay que dejar las Matemáticas para ir rellenando con ellas los huecos de descanso que el trabajo productivo deja de tiempo en tiempo. Jamás, ni en las épocas más agitadas de mi vida, he abandonado la ciencia de mi predilección; pero nunca me he dedicado a ella como quisiera”.

Duele leer declaraciones como estas, que, dejando al lado el aspecto -en absoluto desdeñable- económico, se pueden extender todavía hoy al reconocimiento público que España otorga a los que se dedican a la ciencia, frente a escritores, comentaristas de todo tipo, artistas, deportistas, políticos o banqueros, y no estoy pensando en “los grandes” de estas profesiones, sino en tantos otros que no merecen semejante fama… y réditos.

Decía antes que Echegaray es considerado el mejor matemático español del siglo XIX: “Para la Matemática española, el siglo XIX comienza en 1865, y comienza con Echegaray”, declaró en 1915 quien hasta no hace demasiado fue, probablemente, el mejor matemático español, Julio Rey Pastor. Ahora bien, que fuese el mejor matemático español del Ochocientos no significa - y este fue el gran drama, no sólo de la matemática sino también de las ciencias físico-químicas españolas- que aportase algo original a la matemática: lo que se le debe es la introducción en España de algunas teorías, como la de Galois, que habían abierto nuevas fronteras en la matemática.

Cuando recibió el Premio Nobel, el Gobierno, sabedor de cuáles eran sus verdaderos intereses, le concedió algo que se ajustaba a sus deseos mucho mejor que otras regalías: la cátedra de Física Matemática de la Universidad de Madrid. Y desde el año académico 1905-1906 hasta el 1914-1915, dictó un curso de Física Matemática, que constituyó el esfuerzo docente más importante realizado jamás en esa importante materia en España. Publicado en diez volúmenes, su contenido ocupa 4.412 páginas. Fue, es cierto, un monumento a la física del siglo XIX (especialmente a la de inspiración francesa), a una física que pretendió dar acomodo en su estructura y principios a la avalancha de nuevos fenómenos que desde finales del XIX se venían observando, pero que, finalmente, perdió la partida, clara e irrevocablemente, frente a una física nueva, la de la relatividad y la mecánica cuántica. Pero fue un noble y ejemplar esfuerzo de un hombre ya anciano.

Podría, si el espacio disponible lo permitiese, comentar libros suyos, como Introducción a la Geometría superior, Memoria sobre la teoría de las determinantes, Tratado elemental de termodinámica, Teoría matemática de la luz y Observaciones y teorías sobre la afinidad química; o artículos brillantes, en especial “Disertaciones matemáticas sobre la cuadratura del círculo. El método de Wantzel y la división de la circunferencia en partes iguales”, en el que demostró un importante resultado… sin saber que ya estaba demostrado; y también sus trabajos como ingeniero, o decir algo de sus miles de artículos de divulgación científica, pero no es necesario. Creo que con lo dicho basta para que se pueda apreciar la importancia de este ilustre navegante de las dos aguas que configuran la verdadera esencia de la humanidad, las de las ciencias y letras, cuyo centenario bien merece que el país, España, al que tanto quiso, lo recuerde.