pexels-nandhu-kumar-3991311 (1)

pexels-nandhu-kumar-3991311 (1)

Ciencia

Anatomía de una pandemia

El virólogo José Antonio López Guerrero hace balance del vertiginoso año protagonizado por el SARS-CoV-2 tomando como referencia los artículos publicados en El Cultural. En este extracto del libro, editado por Guadalmazán, aclara algunos de los polémicos temas que surgieron durante los primeros meses de la Covid-19

9 junio, 2021 06:40

El escurridizo animal X

Aunque el propio autor le quitaba importancia en su propia publicación, el caso es que el catedrático de biología de la Universidad de Otawa, Xuhua Xia, llegó a afirmar que el famoso animal X, intermedio entre el murciélago de herradura, supuesto origen del virus, y nosotros podría haber sido ¡un perro!, pero no un perro cualquiera, sino un perro salvaje -de los que acaban en manadas tras perder su vínculo con sus “mejores amigos” los humanos. El virus habría, según el autor, macerado, mutado, durante años en el intestino de este desgraciado mamífero.

El artículo, publicado en la prestigiosa Molecular Biology and Evolution, explica cómo un patógeno que se va adaptando a su entorno deja huella, huella que tendría el SARS-CoV-2 con su escasa presencia de nucleótidos CpG -esas unidades de su genoma- que le habrían permitido, al virus, escapar de una enzima antiviral llamada ZAP. Los perros salvajes tienen mucha de esta proteína y si el coronavirus tiene tan poco CpG es porque ha ido evolucionando, en su tripita, para ir haciéndose resistente a la degradación de la enzima perruna. Vamos, es como condenar a un cartero porque sobre la mesa bajo la cual yace un cadáver hubiera alguna carta. Algo totalmente circunstancial y que, como digo, el propio autor lo deja como una teoría de trabajo pero, según creo, el tema no ha tenido mucho más recorrido.

Aire acondicionado y coronatrancazo

La pregunta que con la llegada del verano se hizo viral, nunca mejor dicho: ¿puede el aire acondicionado dispersar al virus? ¿Quiere saber la respuesta? ¡Yo también! Mucho se comentó sobre decenas de infectados en un “Call Center”, en una oficina con muchos empleados bajo el mismo techo, separados solo por mesas y el aire acondicionado funcionando, o en autobuses de largo recorrido, en cruceros a través del aire acondicionado entre camarotes, en restaurantes con los comensales distribuidos en varias mesas a más de dos metros de distancia.

El denominador común podría ser, o no, el aire acondicionado pero este aspecto no quedó del todo claro más allá de la importancia de ventilar los locales y lugares cerrados para evitar la condensación de posibles aerosoles flotantes e infectocontagiosos. Se recomendó, y se sigue haciendo, ventilar varias a veces al día los hogares, cada poco tiempo las clases, utilizar terrazas al aire libre que los interiores de los locales hosteleros; utilizar purificadores de aire con filtros especiales o medidores de CO2 como control indirecto de la pureza del ambiente.

El hecho de utilizar, per se, el aire acondicionado no parece condición sine qua non para infectarse. De hecho, lo que sí parece estar claro para la expansión del SARS-CoV-2, un virus grupal, al que le gusta la juerga, es la figura del supercontagiador, tal y como acaba de publicar -febrero 2021- en Science un grupo de científicos de la Universidad de Santiago de Compostela.

Un supercontagiador no es un alien -para eso ya tenemos a algunos políticos-, no es un superdotado -en ningún sentido; simplemente es una persona, de entre 18 y 55 años -estimación propia- de media, muy sociable, que puede estar asintomáticamente contagiado, sin saberlo, produciendo gran cantidad de partículas víricas en el ambiente. Se piensa que 100 supercontagiadores en una población de un millón de habitantes repartidos grupalmente, pueden contribuir a generar focos de infección más importantes que 1.000 infectados de gripe homogéneamente dispersos entre el mismo grupo poblacional. De hecho, se llegó a plantear la posibilidad de realizar los rastreos a la inversa, es decir, “corriente arriba”: en lugar de intentar localizar a las personas a las que yo haya podido infectar una vez que descubro que tengo el virus, rastrear hacia las personas que me hayan podido contagiar a mí. Seguramente, alguna de ellas podría ser un supercontagiador, lo que sería mucho más útil para detectar y frenar los brotes. Nada de esto se está haciendo a día de hoy.

¿Coronavirus en marzo de 2019?

Fue realmente polémico y, sinceramente, el eco duró solo una semana escasa. El caso es que uno de los mejores grupos españoles en el análisis de aguas residuales en la búsqueda de virus -enterovirus realmente- con Albert Bosch, presidente de la Sociedad Española de Virología, publicó como pre-print un breve artículo donde decían haber detectado alguna secuencia del SARS-CoV-2 en las aguas fecales barcelonesas del primer tercio del 2019, un año antes del confinamiento del 14 de marzo del 2020.

El análisis de las aguas fecales en la búsqueda de secuencias coronavirales es algo que se está llevando a cabo con cierta rutina. Podemos excretar restos del virus incluso meses después de habernos infectado y de dar ya negativo en pruebas PCR. Eso no quiere decir ni que sigamos con el virus activo en nuestro organismo, ni mucho menos que podamos infectar a otras personas mediante una transmisión oro-fecal -algo que sí ocurre con otros virus como, por ejemplo, la hepatitis A-.

Simplemente, eliminamos restos de viriones, de genoma viral que puede ser analizado en las aguas negras mediante las mismas pruebas que nos detectan al patógeno en nuestra garganta. Esta información puede ser muy valiosa. Así como en el siglo XIX se podía saber cuándo se aproximaba una epidemia de cólera en el Londres victoriano por la detección de la bacteria Vibrio cholerae en las aguas del Támesis, podemos predecir hasta con varias semanas de antelación la subida de la tasa de transmisión del coronavirus por su presencia en las aguas residuales -también podemos saber lo contrario, que el brote está remitiendo-.

Pues bien, el grupo de Albert Bosch analiza rutinariamente aguas sucias tras la búsqueda de enterovirus, patógenos que sí se pueden transmitir por la vía escatológica mencionada anteriormente oro-fecal. Según los autores del trabajo publicado, con algunas alícuotas sobrantes decidieron probar suerte buscando restos del virus de la Covid-19 y, voilà, de varios genes analizados, encontraron, al menos, la presencia de uno de ellos.

¿Qué significa este resultado? Pues no se puede saber por varios motivos. En primer lugar, porque se quedaron sin muestras y nadie más pudo analizarlo; por otro lado, tampoco detectaron todos los fragmentos genómicos analizados. Concluir que el coronavirus de la Gran Pandemia estaba ya circulando por Barcelona casi un año antes de la detección oficial parece, por lo tanto, algo precipitado. Eso sí, la solvencia en la investigación virológica del grupo catalán está más que contrastada.

Quién sabe si todavía durante el análisis de muestras antiguas congeladas nos llevaremos alguna sorpresa. En este sentido, la comisión que está actualmente en China analizando las pistas para dar con el origen último de la pandemia (febrero 2021) han concluido que, casi con toda seguridad, el virus no surgió en el famoso mercado húmedo de Wuhan, pero ¿cuándo y dentro de qué bicho se fue cociendo a fuego lento? Sigue siendo una incógnita.

¡El coronavirus no existe clínicamente!

Como suelen decir en mi humilde pueblo -un abrazo a todos los esparragalejanos y esparragalejanas- “que Dios le conserve el oído, porque lo que es la vista…”. Quien decía las palabras que aparecen en el título de este párrafo fue Alberto Zangrillo, director del departamento de anestesia y reanimación general del hospital San Raffaele en Milán en una entrevista a la RAI. Tenemos que situarnos a comienzo de la desescalada, hacia finales de mayo, cuando los datos epidemiológicos ya permitían soñar con un verano relajado.

En Italia, aparentemente, ¡se había vencido al virus también! Poco a poco, los hospitales estuvieron otra vez operativos, más altas que ingresos por COVID, UCIs libres, hospitales de campaña desmantelados, nuevos casos de infección detectados precozmente y, por ello, con mayor eficacia; menos casos graves y menos fallecimientos. Todo empezaba a hacernos pensar con la vuelta a la prepandemia -o a la post-pandemia-.

En esa nueva realidad luminosa, no era de extrañar declaraciones esperanzadoras, triunfalistas que, por desgracia, y como en casa del pobre, duraron poco; lo justo para volver a ver playas, calles, locales abarrotados y la menor precaución. Por ello, lejos de, como dijo Zangrillo, haber dejado de existir clínicamente el SARS-CoV-2, lo que estaba haciendo, por su naturaleza de virus grupal, era volver a coger fuerza, inercia, en brotes locales, en reuniones, entierros masivos, fiebres del sábado noche -bueno, en España, también del viernes, y jueves, y miércoles…-.

La realidad es tozuda. Decidimos convivir con el virus y no supimos rematarlo después del sacrificio que nos supuso a todos los europeos estar confinados -en algunos lugares más que en otros- durante varios meses. El virus volvió, mutó, se adaptó nuevamente y, como vemos ahora, lejos de debilitarse, está vigoroso como el mortal mozalbete de un año de existencia que es. ¿Lo peor de todo? Que no parece que hayamos aprendido absolutamente nada. Que estamos cometiendo exactamente los mismos errores que al principio -ahora, por lo tanto, con agravante-: no invertimos en sanidad, en rastreadores, en tecnología, en publicidad…

@JALGUERRERO