Image: Un castillo de espejos

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Ciencia

Un castillo de espejos

12 junio, 2008 02:00

Charles Darwin

El ojo huidizo de Picasso, la mirada de Van Gogh, el rostro inexpresivo de Gaugin o la personalidad de Darwin tienen en común el mensaje de su rostro. El catedrático de Fisiología de la UCM Francisco Mora, que publica estos días El científico curioso (Temas de Hoy) analiza la función de la cara.

El entorno social humano es un castillo de espejos. Las caras de los demás son los espejos en los que se miran los seres humanos y a su vez reflejan lo que han visto. Las lecturas inconscientes de las caras, múltiples y diversas, han mediado a veces más que las palabras, las transacciones emocionales humanas. Los significados de las caras han alimentado la literatura, la escultura y la pintura y son el interrogante constante que refleja el alma humana ¿Qué vió ante el espejo Picasso cuando se autorretrató con aquel ojo huidizo? ¿O Van Gogh con su mirada penetrante e inquisidora y el cejo fruncido? ¿O Gaugin con su rostro inexpresivo, o Velázquez y tantos otros? ¿Qué vió el capitán Fitz-Roy en la cara de Charles Darwin para pensar que no tendría suficiente determinación y personalidad como para aguantar la dureza de un viaje como el del Beagle en su vuelta al mundo? Sin duda que la cara es una ventana abierta al mundo por el que miran las gentes en el interior de las personas. De ahí aquello de que la cara es el espejo del alma.

Ya sabíamos que las expresiones de ciertas emociones en las caras son universales y que todos los seres humanos, independientemente de raza, sexo o condición, expresamos y reconocemos la tristeza o la alegría, el miedo o la rabia en la cara de los demás. Pero hasta ahora no sabíamos que, junto a ello, cada ser humano expresa aspectos y matices individuales, genuinos de él mismo. Y que estos tienen un componente genético pues ya se hacen evidentes en los recién nacidos normales e incluso ciegos. Sin duda que también existe un componente de aprendizaje procedente del entorno familiar. Estas diferencias individuales obedecen a las variaciones de los 20-22 músculos de la cara y a su inervación y contracción asincrónica. De hecho, esta variabilidad en los músculos de la cara se expresa en que su morfología es en parte distinta para cada persona e incluso en muchas personas pueden faltar algunos de ellos. Y para hacer más complejo este capítulo neuro-muscular de las caras y lo que representan sólo hay que añadir que ningún ser humano "sabe" qué cara está poniendo en cada momento. Somos unos completos desconocedores de esa "máscara", de ese "espejo" que nos representa con sus cambios constantes en ese entramado que son nuestras transacciones sociales. ¿Acaso no recordamos ese ¡si supieras que cara has puesto! que nos dice nuestra mujer o un amigo ante determinadas afirmaciones de alguien en una conversación? Eso se debe a que los músculos de la cara no poseen receptores sensoriales capaces de proveer de información al cerebro acerca de su grado de contracción. Estas reflexiones nos invitan a pensar que nuestra cara, aquella genuina que pudiera representar nuestra verdadera intimidad, no existe. En realidad lo que existe es una idea, un abstracto, fabricado en la mente de los demás y hasta en la nuestra propia, a partir de las muchas caras posibles. Y es así que, aunque no lo parezca, el rostro que vemos de los demás, cada día, incluso el más íntimo y familiar, es siempre diferente, como lo es, por supuesto nuestro propio rostro. De hecho, en cada uno de esos rostros asoman infinidad de matices con los que se interactúa constantemente con el mundo.

Posiblemente nuestro cerebro ya posee al nacimiento unas plantillas para el reconocimiento de las caras. Es decir, códigos del cerebro, expresados en circuitos pre-programados genéticamente. Circuitos que también, al parecer, vienen pre-programados en el cerebro de nuestros predecesores los primates. Y eso es lo que hace que cuando miramos las nubes muchas veces veamos caras. Y también las veamos en los contornos de las montañas o en el juego de las hojas de los árboles. Lo cierto es que las caras y su significado han debido de tener, a lo largo de la evolución, un valor de supervivencia enorme.

Detectar una cara en la oscuridad, o entre la maleza de la foresta y leer en ella un significado de bueno o malo, agresivo o placentero ha debido de tener una larga historia de millones de años. Al principio el hombre, en la soledad de grupúsculos minoritarios errantes o sedentarios, encontraba su enemigo supremo en los depredadores, accidentes o infecciones. Con las poblaciones recientes de seres humanos y a lo largo de ese proceso evolutivo, el peor enemigo del hombre debió de ser el propio hombre. De ahí el valor emocional de la cara cuya lectura correcta nos puede salvar la vida y hacer además que encontremos la mejor pareja para nuestra descendencia, que es, de nuevo, salvar de algún modo una mejor supervivencia de la especie. Con todo, y posiblemente a partir de los últimos cien mil años, es cuando la lectura de las caras ha tenido un significado todavía más sobresaliente. Aquél de expresar con finura los sentimientos más sofisticados.