Así, a bote pronto, uno recuerda a Gabriel Albiac y a Rafael Argullol entre los filósofos españoles contemporáneos que han cultivado la novela. Seguro que hay más, pero tampoco tantos. Cabría decir, con arriesgado y cuestionable humor, que las dosis de inventiva implícitas en el pensamiento filosófico ya satisfacen la necesidad de elaborar ficciones. Eugenio Trías elaboró en su juventud con su hermano Carlos, y con el pseudónimo conjunto de Cargenio Trías, una novela bastante gamberra y delirante titulada Santa Ava de Adís Abeba (1970).

Caso aparte, por sus variados intereses y registros, es el de Fernando Savater, autor de siete novelas y seis piezas teatrales -conocedoras algunas del éxito-, con la particularidad, que aquí interesa, de haber tratado en algún caso las vidas y las ideas de otros filósofos. Por ejemplo, en la comedia El traspié (Anagrama, 2013) se ocupó de Arthur Schopenhauer y, en la novela epistolar El jardín de las dudas (Planeta, 1993), de Voltaire.

Voltaire se mofó a pierna suelta en Cándido (1759), mediante el caricaturesco doctor Pangloss, del optimismo del filósofo alemán Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716) y de su convicción, expresada en su Teodicea (1710), de que este mundo, por haber sido creado por Dios, es el mejor de los posibles.

El sueño de Leibniz, publicada por Pre-Textos, es la tercera novela que el filósofo Juan Arnau (Valencia, 1968) dedica a una prominente figura del pensamiento. Arnau, también astrofísico, acreditado especialista en filosofías y religiones orientales, ha publicado antes, igualmente en Pre-Textos, dos “ficciones filosóficas”: El cristal Spinoza (2012) y El efecto Berkeley (2016), centradas, respectivamente, en el racionalista neerlandés, de origen sefardí, Baruch Spinoza (1632-1677) -especialidad de Albiac, por cierto- y en el idealista irlandés George Berkeley (1685-1753). Las tres se sitúan, pues, en el decisivo escenario filosófico europeo de los siglos XVII y XVIII. Una contempla a un inspirador (con matices y discusiones) del racionalismo de Leibniz -en El sueño… se reflejan sus encuentros personales- y la otra a un precursor del idealismo de Immanuel Kant (1724-1804), si bien estos “ismos” no constituyen islas de pureza carentes de conexiones.

Arnau, que dio un contundente y celebrado golpe sobre la mesa del escenario intelectual con su Manual de filosofía portátil (Atalanta, 2014) -donde puso en suerte más de dos mil años de filosofía-, vuelve a mostrar en El sueño de Leibniz sus cualidades para narrar y exponer al mismo tiempo el pensamiento.

Se calcula que la muy dispersa y fragmentada obra de Leibniz, trabajador infatigable, bien podría ocupar más de veinte mil páginas. A partir del móvil del descubrimiento de unos diarios de Leibniz, Juan Arnau, tras esbozar un jugoso autorretrato del filósofo de Leipzig y dar unas pinceladas sobre su infancia y sus orígenes familiares, se sitúa ya en los momentos, pasados los veinte años, de su relación con los alquimistas de Nuremberg y, sobre todo, con el elector de Maguncia. El trabajo y las relaciones con electores, príncipes, princesas, reyes, reinas y mecenas -con grandes satisfacciones, pero también con incidencias y sinsabores- fueron una constante de la vida de Leibniz, incansablemente dedicado al estudio, a la reflexión, a la escritura -en varios idiomas-, a los viajes por distintas ciudades europeas –que le permitieron conocer a grandes personalidades de su tiempo- y a la correspondencia.

Arnau cuenta esa vida -carente acaso de afectos íntimos- en capítulos cortos, en ágiles viñetas, en cambiantes escenarios, mediante una narración en primera persona basada en su diarismo o dietarismo -y también en sus cartas-, hasta culminar en sus tristes disgustos y achaques finales, en los prolegómenos de su muerte.

Filósofo, sí, pero también científico y matemático, cuestionador de Descartes y coincidente con Newton en la fundamentación del cálculo infinitesimal, el creador de la teoría de las mónadas fue también teólogo, lingüista y promotor de acciones políticas -proyectó para Luis XIV una invasión de Egipto- y de impulso de la unidad europea.

Todo ello y mucho más es objeto de la explicación y del esclarecimiento viables por parte de Juan Arnau en lo que sin duda es una novela de ideas y sobre las ideas, además de la narración de una vida efervescente y cumplida y de una panorámica sobre el paisaje humano, social y político europeo.

Lo que conviene señalar aquí es que Arnau, más allá de sus indiscutibles dotes pedagógicas, es un escritor de prosa muy precisa, limpia, esencial y escueta, una prosa tan transparente a la hora de explicar y significar como colorista y literaria a la hora de describir, de manera que el placer de las ideas se multiplica con el placer del texto para una doble degustación de paladares educados.

Obsérvese: “Noticias de Inglaterra. Una bagatela puede cambiar el rumbo de la historia. Un melón inoportuno mata a un rey, una chispa incendia un mercado, un príncipe con problemas digestivos y sueños sombríos arruina a su nación. No hay ángel ni diablo que pueda con las pequeñas cosas. Nada de lo que sucede aquí es insensible allí, aunque entre el aquí y el allí haya cientos de años o de leguas. Los resortes del mundo están engarzados como en un arcabuz y la acción más pequeña puede dispararlo. No nos azoremos pues por ser incapaces de prever un acontecimiento futuro”.