Tengo una cita por Manuel Hidalgo

'Operación Masacre', el clásico de Rodolfo Walsh

27 septiembre, 2018 20:08

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Rodolfo Walsh[/caption] “Hay un fusilado que vive”. Esa frase, susurrada en un café de La Plata, movió al periodista y escritor de relatos criminales Rodolfo Walsh (1927-1977) a investigar una matanza policial perpetrada seis meses antes al norte de Buenos Aires de la que no había noticia pública verdadera. Walsh, con 29 años entonces, se puso a trabajar y averiguó que no había un único superviviente, sino siete. Siete de un total de doce personas –cinco fueron, por tanto, los asesinados– que, en la noche del 9 de junio de 1956, fueron detenidos, conducidos a comisaría y, finalmente, pasados por las armas antes del amanecer en un vertedero. Esas doce personas –amigos, familiares, vecinos– habían coincidido, por diversas circunstancias, en una casa para jugar a las cartas y escuchar la retransmisión por radio de una velada de boxeo. Pero esa noche se produjo un levantamiento armado contra la autodenominada Revolución Libertadora, una dictadura militar que el año anterior había derrocado con un golpe al gobierno del general Perón. El jefe del comando policial que se presentó en la vivienda –vistiendo uniforme del ejército argentino– preguntó a los presentes por el general Tanco, uno de los líderes rebeldes, que ni estaba ni había estado ni se le esperaba allí. Al no encontrarlo, dicho jefe decidió que Tanco ya había estado en el lugar con anterioridad y procedió con los reunidos de la manera antes descrita. Cuando Walsh publicó por entregas sus reportajes en el diario Mayoría y logró llevar ante los tribunales –jueces sumisos al gobierno– a algunos de los implicados en el crimen, las defensas, entre otras falacias, argumentaron que los asesinos actuaron bajo el amparo legal de la Ley Marcial decretada la noche de autos por las autoridades para hacer frente a la insurrección. Walsh logró demostrar que los acontecimientos se desencadenaron a las 23’30 horas del día 6 de junio, mientras que la Ley Marcial no fue difundida a la nación hasta las 00’32 horas del día siguiente. Con estos detalles nos adentramos en el meollo de las últimas 60 páginas –de un total de 226– de Operación Masacre, libro subsiguiente a los reportajes publicado por primera vez en 1957, que conoció nuevas ediciones a cargo de Walsh con añadidos y supresiones según la marcha de las causas judiciales y la aparición de nuevos datos y revelaciones. Esas 60 páginas finales, en las que Walsh se implica en primera persona, defiende la verdad de su denuncia y discute las maniobras de los jueces y las mentiras de los acusados, con aportación de documentos y de declaraciones en sede judicial, tienen sin duda un gran interés histórico y político, pero desdibujan y desinflan el vigor, la precisión, el suspense, la atmósfera envolvente, el realismo helado y la seca emoción que rigen las 160 extraordinarias, magistrales páginas anteriores. Para Operación Masacre –que ahora edita Libros del Asteroide–, Rodolfo Walsh, ayudado por la también periodista Enriqueta Muñiz, de 22 años y nacida en Madrid, localizó a los supervivientes, habló con ellos y con sus familiares y amigos, y también lo hizo con el entorno de los asesinados y con otras personas que se avinieron a dar su testimonio. Con ese material, y con las técnicas de estructura y ritmo de una novela negra, Walsh, desde el punto de vista de un narrador omnisciente, cuenta lo ocurrido en la noche del 6 de junio y en la madrugada del 7 con un estilo económico, plástico y trepidante: hace un retrato de las víctimas antes de su reunión, describe el ambiente de la casa, narra la violencia de la irrupción policial, la detención, el traslado al vertedero, el fusilamiento y, una por una, la desigual suerte que corrieron las víctimas en la terrorífica noche y, según, en las horas y días siguientes.

Operación Masacre es una pieza periodística y literaria magistral que, por supuesto, siempre se señala como antecedente del Nuevo Periodismo Americano y de la llamada novela de no ficción. Walsh lo hizo, sí, antes que Truman Capote y todos los demás. Aunque es preciso recordar una vez más que el género tiene muchos padres y muchos antecedentes. Tom Wolfe, con el potencial prescriptor y difusor de la cultura y de la hegemonía norteamericanas, se inventó una etiqueta para una fórmula que, sin ir más lejos, y antes que el mismo Walsh, ya habían practicado Ramón J. Sender, Manuel Chaves Nogales o Gaziel.

Walsh, en su medido relato, y siguiendo las prescripciones de las narraciones por entregas, avanza detalles de lo que contará después o deja el cebo de algo importante para atrapar el interés del lector. Hay un constante crescendo en el drama y en el agobio. Walsh, por más que esté denunciando un crimen horrible y a todo un régimen, no desdeña (al contrario) las técnicas de dosificación y aplazamiento que le garanticen la atención de sus lectores y que, además, potencian el drama. Pero veamos ahora con qué sintética y eficaz concisión Walsh nos sitúa, muy al principio, en el escenario donde se inician los acontecimientos, la inicua tragedia: “El barrio en que van a ocurrir tantas cosas imprevistas está a unas seis cuadras de la estación, yendo al oeste. Ofrece los violentos contrastes de las zonas en desarrollo, donde confluyen lo residencial y lo escuálido, el chalet recién terminado junto al baldío de yuyos y de latas. El habitante medio es un hombre de treinta a cuarenta años que tiene su casa propia, con un jardín que cultiva en sus momentos de ocio, y que aún no ha terminado de pagar el crédito bancario que le permitió adquirirla. Vive con su familia no muy numerosa y trabaja en Buenos Aires como empleado de comercio o como obrero especializado. Se lleva bien con los vecinos y propone o acepta iniciativas para el bien común. Practica deportes –por lo general el fútbol, conversa los temas habituales de la política, y bajo cualquier gobierno protesta sin exaltarse contra el alza de la vida y los transportes”. Nos hacemos una perfecta idea, fotográfica y sociológica, del escenario cotidiano, reconocible y apacible en el que, de improviso y en brutal contraste, se va a iniciar la atroz pesadilla. La mesura en la descripción prepara el choque con el nervio de los hechos que están por suceder. La última edición modificada por Walsh de Operación Masacre se publicó, creo, en 1972. Cinco años después, ya durante la dictadura militar de Jorge Videla, Rodolfo Walsh –que, como nos recuerda en el prólogo Leila Guerriero, había sido derechista en su juventud e incluso partidario de la Revolución Libertadora– se había hecho peronista. Todavía más, era militante y oficial primero desde 1973 del grupo armado Montoneros. El 24 de marzo de 1977, a las dos de la tarde, en la avenida de San Juan, sufrió una emboscada por parte de miembros de la Armada, sacó su pistola y fue abatido sobre la acera. Como también nos recuerda Guerriero, Walsh acababa de escribir y echar al correo el que sería su último texto, Carta abierta de un escritor a la Junta Militar. Seis meses antes, Victoria Walsh, su hija de 26 años, también periodista y también montonera, que estaba en compañía de su bebé de un año, su marido y más personas, se había disparado un tiro en la sien tras ser cercada y mantener un tiroteo con metralleta con efectivos del ejército argentino. ”Ustedes no nos matan, nosotros elegimos morir”, gritó Victoria de repente antes de quitarse, al igual que su marido, la vida. Este detalle no pertenece a ninguna versión oficial de los hechos. Lo recabó y lo contó su padre, el periodista Rodolfo Walsh, en un texto titulado Carta a mis amigos.

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