Tengo una cita por Manuel Hidalgo

Nothomb “al modo” de Wilde

15 junio, 2017 17:07

[caption id="attachment_1468" width="560"] Amélie Nothomb. Foto: Patrick Swirc[/caption]

Confieso que algunas intentonas (pocas) de disfrutar con las novelas de Amélie Nothomb (Kobe, Japón, 1967) se saldaron con resultado negativo para mí, lo cual no dejaba de inquietarme, dado el amplio reconocimiento logrado por la escritora belga. No sé, percibía una impostura, un artificio, cierta autocomplacencia con sus propias habilidades, un excesivo deseo de agradar, una actitud, en suma, que me molestaba.

No acabo de comprender por qué ahora he disfrutado moderadamente con El crimen del conde Neville (Anagrama), que tiene características de brillantez, ingeniosidad y levedad similares o parecidas a las que antes me disuadían. Misterios. Y circunstancias.

Con traducción, como tantas veces, del también novelista Sergi Pàmies, El crimen del conde Neville se inspira tácitamente en El crimen de Lord Arthur Saville, de Oscar Wilde. En lugar de un quiromántico, una vidente bastante plasta, madame Portenduère, anuncia al conde que asesinará a uno de sus invitados en el curso de una fiesta que próximamente organizará en su castillo. Tal revelación se produce cuando Neville acude al domicilio de la vidente para recoger a su hija pequeña, la adolescente Sérieuse, a quien la “madame” ha salvado una noche de morir de frío en el bosque cuando, a su criterio, se había fugado del castillo familiar.

Nothomb traza un panorama zumbón y crítico del viejo aristócrata, de sus antecedentes familiares, de su bella y más joven esposa, de sus otros dos hijos -peligrosamente llamados Orestes y Electra-, de los modos y costumbres de la declinante nobleza belga y, por supuesto, de la rara Sérieuse, voraz y culta lectora, cuyo carácter se malogró a los doce años y pico por motivos a aclarar.

Todo este fresco social y familiar se dibuja mientras Neville no puede pegar ojo por el vaticinio de la vidente y, al tiempo que prepara su fiesta -que será la última de cuantas ha dado como excelente anfitrión que siempre ha sido-,  mientras empieza a sopesar -como Saville en el relato de Wilde- la posibilidad de aceptar su presunto destino matando a alguien especialmente odioso. En la lista de sus inevitables invitados, hay más de veinte personas en verdad aborrecibles.

La intriga está muy bien servida por Nothomb, que escribe diálogos divertidos, inteligentes y chispeantes y que es muy capaz de jugar, como está mandado, con las previsiones del lector, introduciendo expectativas imprevistas. El crimen del conde Neville acoge, casi como piezas autónomas -aunque ligadas a la trama-, al menos dos inusitadas conversaciones entre el padre y Sérieuse, su extraña y deprimida hija. El lector goza con esos diálogos al borde mismo del absurdo y del disparate.

En un momento, el conde quiere indagar, con un amigo que lo sabe todo sobre la aristocracia belga y sus crímenes, acerca de los antecedentes de casos en los que el anfitrión hubiera asesinado a uno de sus invitados. ¿Qué repercusiones hubo?, ¿cómo reaccionó la nobleza con el criminal? Parece ser que los aristócratas, dice el amigo, no reaccionan mal salvo cuando el asesinato, lejos de ser espontáneo, es premeditado.

Escribe Nothomb: “Si hubiera habido premeditación, a nuestro entorno le habría parecido inadmisible. Matar a un invitado en un momento de cólera desprende clase, es chic. Premeditar el asesinato de un invitado equivale a demostrar, como el colmo de la grosería, que ignoras el arte de la recepción”.

Puro Wilde. Amélie Nothomb, en esta comedia de tintes negros, escribe “al modo de”. No sólo toma de Wilde y de El crimen de Lord Arthur Saville el planteamiento de la trama y el propósito del argumento, sino que se mimetiza plenamente con el estilo, la mentalidad y el humor fustigante y cínico del inglés y de sus personajes.     

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