Tengo una cita por Manuel Hidalgo

¿Quiénes son malas personas?

5 marzo, 2014 11:56

Todas las mujeres, de Mariano Barroso, fue, a mi juicio, una de las películas más notables del año pasado, desgraciadamente orillada del favor del público por un cúmulo de atroces circunstancias que están afectando a la adecuada recepción del mejor cine español. No voy a entrar ahora en eso.

El caso es que, al tiempo que Todas las mujeres aparece ahora en DVD –ocasión pintiparada para remediar la ignorancia de un título tan valioso-, se ha puesto a la venta su guión a cargo de Ocho y Medio, una editorial que –como la librería madrileña del mismo nombre y propiedad- viene prestando un servicio invalorable e invalorado a la cultura cinematográfica y a la cultura en general, particularmente con la edición de decenas de guiones de películas españolas –y algunas otras-, fondo que constituye un inapreciable material de estudio para los historiadores presentes y futuros de nuestro cine y, desde luego, para el placer de los cinéfilos.

Un guión –aunque pocos lo experimentan- permite una lectura perfectamente autónoma y provechosa respecto a la película a la que da lugar y es una pieza literaria, con características propias, tan evaluable como una novela –aunque su densidad sea menor- y, no digamos, como una pieza teatral, la cual consiste igualmente, en su versión libresca, en breves descripciones de escenarios, situaciones y movimientos y, como un guión cinematográfico, en diálogos. Todas las mujeres, por cierto, está pidiendo a gritos una adaptación al teatro, y más ahora que el Centro Dramático Nacional ha llevado a escena con éxito películas como Amantes y El viaje a ninguna parte.

[caption id="attachment_361" width="450"] Nathalie Poza y Eduard Fernández en una escena de Todas las muejers[/caption]

Todas las mujeres –la película- cuenta entre sus bazas con una interpretación extraordinaria de Eduard Fernández y de las seis excelentes actrices que lo acompañan: Michelle Jenner, Lucía Quintana, Petra Martínez, María Morales, Marta Lizarralde y Nathalie Poza. Es obvio que no podemos disfrutar del trabajo de todos ellos leyendo el guión, pero sí podemos gozar con la historia que se nos cuenta y con los vivos y magníficos diálogos escritos por Alejandro Hernández y Mariano Barroso, que merecieron el último Goya al Mejor Guión Adaptado, ya que la película procede de una miniserie televisiva elaborada por ellos mismos.

Todas las mujeres narra la huida hacia ninguna parte de Nacho, un desastroso tipo en los cuarenta, paradigma de tantos naufragios actuales, que está pagando la falta absoluta de ejemplaridad en su comportamiento desde hace mucho tiempo. Cada paso que Nacho da para evitar su caída representa, por su mala cabeza, un nuevo tropezón que lo lleva inexorablemente a estrellarse con el suelo. Su amante, su esposa, su antigua novia, su madre, su cuñada y su psiquiatra son las mujeres que, con periciadesigual, tratan de evitar la catástrofe o contribuyen a ella.

Es a su mujer, Laura, a quien Nacho suelta la frase de la película.

-“Laura, no soy una mala persona”.

El tal Nacho, según vamos comprobando, es infiel, inmaduro, mentiroso, cobarde, ladrón, timador, chantajista, manipulador, irresponsable y, sin duda, cínico. Puede que sea su cinismo lo que le lleva a una afirmación tan poco ajustada a su personalidad y a su proceder. “No soy una mala persona”, dice. ¿O acaso por debajo de tan calamitosa manera de actuar hay en él un algo de inocente?

Descontando lo más obvio, ¿en qué consiste, de verdad, ser una mala persona? Se diría que Nacho carece de toda virtud y que, al contrario, su manera de conducirse revela a un personaje despreciable. Sin embargo, en la pantalla, la prodigiosa interpretación de Eduard Fernández nos lleva, amén de a compadecerle, a casi aceptar que no, que no es una mala persona. Es una calamidad enredada con otras calamidades. De todas maneras, leyendo el guión, se comprende la admirable tarea de los guionistas y, en suma, la capacidad de la obra artística para transitar por el filo de la navaja, para construir un discurso afectivo ambivalente que pone en crisis una mirada moral única e inmediata.

 

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