Thomas Wolfe

Thomas Wolfe

Tengo una cita por Manuel Hidalgo

La tienda y la vida

31 enero, 2012 01:00

En El arte de la ficción (Península), David Lodge hace un útil, inteligente y entretenido comentario sobre cincuenta ingredientes y procedimientos relacionados con la construcción y el estilo de una novela, poniendo en cada caso el modelo de un escritor significativo en la utilización de tal o cual recurso, aportando un texto a modo de ejemplo y glosándolo brillantemente.

El autor de la divertidísima Terapia aborda en un capítulo el empleo de las listas -enumeraciones de acciones u objetos- y analiza el potencial expresivo de esa técnica narrativa en orden al logro de la belleza literaria. Para explicarse, elige un fragmento de Suave es la noche, de Francis Scott Fitzgerald.

Leyendo, días atrás, El niño perdido (Periférica), de Thomas Wolfe, me topé con una apoteosis de las virtudes de la fórmula de los listados.

El pequeño Grover, ese “niño serio de ojos oscuros”, pasea por la plaza de su pueblo, disfrutando, como es su costumbre, de las distintas tiendas y de las mercancías expuestas. En su deambular habitual, una de las paradas imprescindibles de Grover -y no es para menos, como veremos- es el establecimiento de alimentación del señor Garrett. La cita que viene es larga, pero, ciertamente (espero), suculenta.

Así describe Wolfe, a través de los ojos -y, tal vez, del olfato- de Grover, el interior de la tienda: El enorme barril de pepinillos dulces estaba a la izquierda, y un poco más al fondo había otro barril aún más grande para los pepinillos agrios con eneldo. Y en el mostrador, a la derecha, siempre un queso enorme, redondo y amarillo, con un gran tajo en forma de V limpiamente seccionado. A su lado estaba el molinillo de café, y al lado del molinillo de café, las básculas. Y detrás del mostrador había grandes cestos con café, cereales y arroz, grandes cestos que se derramaban en abundancia. Y a ambos lados, hasta la altura del techo, las estanterías donde podía admirarse una apabullante cantidad de cosas, mermeladas y conservas, salsas y encurtidos, ketchup, sardinas y salmón enlatados, latas de tomate, y maíz y guisantes, cerdo y judías.

No hace falta, supongo, subrayar la bella textura de este listado, que, por su concreto contenido, provoca, además, una sensual experiencia con los colores y los olores evocados. Diré que me entusiasma esa precisión sobre el queso “con una gran tajo en forma de V limpiamente seccionado”, una magnífica visualización minimalista.

El esplendor de las tiendas y sus escaparates cautiva desde siempre a los niños, a su curiosidad, a su mirada atónita ante la abrumadora exhibición de tantas cosas apetecibles. El recuerdo de esas tiendas y sus prodigalidades irá luego asociado a la remembranza de la infancia misma, cumpliendo con fuerza muy superior la función desencadenante de recuerdos de la más modesta y solitaria magdalena de Proust.

Pero es que, de alguna manera, esas tiendas generosas y sobreabundantes son para el niño, sin saberlo, una metáfora de la vida que empieza a desplegarse ante él. En ellas -como en la vida- se ofrece una gran variedad de opciones que activan el deseo. Unas son asequibles y otras no, unas son convenientes y otras no. Se impone elegir y acertar en la elección. Es preciso admitir la renuncia y la exclusión también, con su consecuencia de satisfacción o de frustración.

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