Gonzalo Cunill durante la actuación. Foto: Foto: Manel Barnils

Gonzalo Cunill durante la actuación. Foto: Foto: Manel Barnils

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Esto es David Foster Wallace

'En lo alto para siempre' recrea de forma atractiva la angustiosa narrativa del escritor no exenta de humor

5 marzo, 2022 10:21

Para quien no haya leído a David Foster Wallace, un acicate para hacerlo es el espectáculo En lo alto para siempre, que se representa en los Teatros del Canal basado en algunos de sus textos; si ya lo conoce, y le gusta (tiene sus detractores), la obra le encantará porque recrea de forma atractiva su angustiosa narrativa no exenta de humor.  

En este montaje fondo y forma se acoplan como un guante o, dicho de otra manera, el tratamiento posdramático de la obra funciona para una literatura que siendo ficción, evoca casi siempre una triste y atormentada existencia. Gonzalo Cunill se responsabiliza de la teatralización de los textos en el escenario, con ayuda de la estupenda Gemma Polo; el diseño escénico es audaz y sugerente, y hay un empleo de luces y música que termina de empaquetar la obra con un lazo poético. Se ve que es un trabajo muy personal: Juan Navarro y Cunill firman la dramaturgia, y mientras la dirección y el aspecto plástico lo aporta el primero, el segundo lleva las riendas en la escena. 

Creo que el propio Foster Wallace decía que su literatura no estaba hecha para ser leída en alto, porque él pretendía emular el ritmo del pensamiento. Aquí desafían esta idea, y los textos seleccionados resultan pictóricos y generosos en imágenes, especialmente detallista en su descripción el último de este tríptico, lo  que permite al espectador reconstruirlo en su imaginario. Desde luego, Cunill lo pone fácil, su dominio de la prosodia es asombroso, atrapa la atención del espectador y ya no te suelta, como si fueras chuleta en boca de perro.

Gonzalo Cunill y Gemma Polo en un momento de la obra

Gonzalo Cunill y Gemma Polo en un momento de la obra

En el primer acto hay un hallazgo escenográfico que nos pone en situación nada más comenzar, da el tono de la pieza (y no voy a desvelarlo porque es mágico). Inmediatamente después oímos a Cunill conversar con Polo, sentados cada uno en una silla, parecen ser el mismo personaje, luego se desdoblan (la joven frente al adulto) e incluso creemos ver al autor. En las distinas historias de las que hablan reconstruyen, por ejemplo, la de un hombre aquejado de un eczema en el rostro que arruina sus vacaciones hippies de porros y sexo en una playa de Tailandia; o esa anécdota de lo comprometido que puede resultar que te pregunten en una cena social a qué te dedicas si tu oficio es ser limpiadora de prepucios de caballos. Hay más que tratan sobre adicciones, consumismo, o formas de hipocresía social...

El segundo acto se olvida de las palabras para mostrar un estado anímico echando mano de la performance; alude a la depresión que DWF sufrió durante toda su vida y que le llevó al suicidio. Este acto está concebido como un concierto en el que los dos actores, atados con numerosos micrófonos, a través de la respiración y haciendo de sus cuerpos una caja de resonancia provocan una cascada de sonidos. La música de Rodolfo Castagnolo con un violín eléctrico contribuye al barullo. Son ahogadas respiraciones -a veces parecen ser de una pareja haciendo el amor, otras simplemente de un estado de euforia o quizá de miedo. En la pantalla del foro las frases de un texto de Wallace sobre la paranoica relación de un paciente con su psicólogo, -recuerda El resplandor de Kubrick, cuando descubrimos la novela que ha estado escribiendo Nicholson- van ocupando toda la superficie de la pantalla, letras que se superponen unas a otras hasta oscurecerla del todo. Otro hallazgo.

El último acto es el relato que da título al espectáculo (comprendido en Entrevistas breves con hombres repulsivos), un texto autobiográfico de un Wallace adolescente que pasa un día en la piscina con sus padres, metáfora del que se tira del trampolín como su bautizo en la vida adulta. Cunill nos lleva por los líricos meandros del texto, invita al público a que entre en el escenario y sea testigo de la difícil adaptación a la madurez de ese joven que acabará destruyendo la casa paterna.

La impactante puesta en escena de Tomás Muñoz.

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