Stanislavblog por Liz Perales

La lección purificadora del drama

6 marzo, 2015 14:06

Cuántas veces hemos oído que la vida es puro teatro, que tendemos a transformar los sucesos intrascendentes y genéricos en sucesos particulares para dotarlos de interés. Dramatizamos así nuestra existencia, haciendo de ella una sucesión de escenas cómicas y trágicas. Un proceder que lleva a David Mamet a sostener que hay un mecanismo humano, orgánico, que ordena y codifica las vivencias siguiendo una estructura dramática. Como en el teatro, la estructura dramática de nuestra existencia también se articula en hecho, elaboración y desenlace, o lo que es lo mismo, acto primero, acto segundo, acto tercero.

Así arranca el ensayo de David Mamet que acaba de reeditar la editorial Alba: Los tres usos del cuchillo; un librito de poco más de cien páginas en el que el autor aborda la naturaleza y la función del drama en relación con la cotidianidad y en el que intenta descifrar qué hace que una obra dramática sea buena o mala. Es quizá por ello un interesante opúsculo para el dramaturgo, pero también una reflexión filosófica sobre el valor del arte en la era de la información.

Mamet defiende un teatro que atiende a la verdad, la cual se asienta, en su opinión, en unas leyes basadas en el sentimiento, el inconsciente y los deseos de los personajes, y no en el impulso racional. El teatro, la ficción, se escribe de una manera más racional y objetiva que la vida, y es precisamente por ello que una buena obra debe huir de lo racional. "Lo sobrecogedor y lo inevitable constituyen la esfera del teatro y de la religión", señala. "La lección purificadora del drama es el escaso valor de la razón".

Su manifiesto se organiza en tres actos o capítulos, a través de los cuales pretende ilustrarnos sobre la función que cumple cada acto en la estructura dramática, extrayendo ejemplos de situaciones reales. Resulta ilustrativo su análisis de las campañas políticas americanas, que son un drama estructurado con más rigor que muchos de los que vemos sobre el escenario: "El héroe es el pueblo americano, representado por el candidato. Él o ella crean un problema y prometen solucionarlo". Su discurso es subjetivo y nebuloso, pues hablan de Futuro, del Mañana, de Progreso..., no tienen ningún referente con la realidad. Rara vez son buenas obras dramáticas.

Tampoco le gustan a Mamet ni el teatro social ni el drama romántico, por falso. La obra romántica concede al protagonista el triunfo sobre los dioses gracias a alguna excelencia que saca a última hora para contentar al público. La obra social o melodrama exento de ficción solo apela a la consciencia y presenta un desarrollo y desenlace fácilmente previsible por el espectador y en el que el inconsciente de este tiene una difícil intervención.

Capítulo interesante es el que aborda la utilidad social del arte, y en especial cómo ha sido devaluada en la era de la información. Frente a la extendida idea, especialmente en la Europa continental, de que el arte y en concreto el teatro tiene un valor trasformador de la sociedad, Mamet se pregunta: "Esta gente me ha dado de comer toda la vida. No me considero superior a ellos ni siento ningún deseo de transformarlo. ¿Por qué iba a hacerlo? Y en cualquier caso, ¿cómo lo haría? Yo no soy distinto de ellos. No sé nada que ellos no sepan". Y por si no estaba claro añade: "Los dramaturgos que aspiran a transformar el mundo adoptan una superioridad moral respecto del público".

El librito se lee de un tirón y de él surgen brillantes ideas y definiciones procedentes de un hombre que ha dedicado su vida al mundo de la ficción dramática y cinematográfica, y desde varios ángulos. Si ahora se ha centrado en la autoría, en Verdadero y Falso, también publicado por Alba, sus reflexiones iban dirigidas a los actores, ya que partía de su experiencia como director de escena.

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Image: Sonsoles Ónega

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