Rima interna por Martín López-Vega

Ana Merino, el coro de todas las edades

5 octubre, 2015 02:00

 

Desde que en 1995 publicase Preparativos para un viaje (ganador aquel año del premio Adonáis) la poesía de Ana Merino (Madrid, 1971) ha ido creciendo en torno a una muy particular variante de la poesía de la experiencia. Muy consciente de que todo adulto esconde dentro a un niño asustado por el mundo de afuera, al que el adulto se enfrenta, su poesía está –y en ello reside su originalidad- escrita desde la mirada de esa niña escondida, en constante diálogo con el adulto que vive la vida exterior. En los poemas, a veces escuchamos más una voz, a veces otra, pero siempre lo que escuchamos es el fruto de ese diálogo. Por eso la imaginería de los poemas de Ana Merino abunda en referencias al mundo de la infancia, y no en vano tituló uno de sus libros Juegos de niños. También eso le da la excusa para utilizar palabras y expresiones manidas por la poesía de siempre (“el río del olvido”, “la belleza de las sombras”, “romper hechizos”…) de un modo que hace no sólo que el tono no decaiga, sino que otorga unidad y forma a esa voz que es un coro de todas sus edades.   Un coro, de todos modos, en el que siempre hay una voz que sobresale y da personalidad a cada libro de su autora. En Los buenos propósitos (Visor), su última entrega, la niña parece amenazar con callar para siempre o crecer. Uno de los poemas más significativos del conjunto, “Extinción de las sirenas”, habla de “Un vagón lleno de sirenas, / transparente / como el acuario gigante / donde un coleccionista / guardó las dos últimas ballenas”. Esas sirenas, sin embargo, están muertas: “Flotan sus cadáveres / en la sustancia gelatinosa / que las conserva para siempre / en su belleza / de ilusión extinta”. Los buenos propósitos es un libro de crisis de la madurez, como anuncia "Almas gemelas", uno de los mejores poemas del libro, de la obra de Ana Merino: El año que te visitaron los extraterrestres a mí me secuestró la tristeza; era una sombra inmensa parecida a la que proyectan las nubes cuajadas de tormenta, una sensación ominosa de abismo en la garganta que me hacía escupir amargura y flemas.   Hubiera preferido encontrarme con seres intergalácticos llenos de luz y que me diesen el don de la dicha anidando en las palmas de mis manos; aprender con un gesto a curar el aura gris y sus dolencias.   Ese año en el que los planetas abrieron sus compuertas de mundos paralelos, a ti te tocaron las estrellas con su aliento de horizonte habitado y a mí me despertó la realidad sudada en los desvelos del que se siente solo y ha perdido la fe que se inventan los rezos.   Los buenos propósitos, el mejor libro que Ana Merino ha dado hasta la fecha, es un catálogo de las emociones humanas, desde la “Curiosidad” al ensimismamiento, de la extrañeza (“Parecidos y extrañezas”) a la megalomanía (“Los desagradecidos”), de la memoria a la desmemoria, y, en definitiva, de una vida que se vuelve de pronto extraña e indescifrable. Más perplejidad que análisis porque la mayoría de las preguntas, ya se sabe, no tienen respuesta. La niña se encoge de hombros, y el adulto contempla la caligrafía del mundo que sabía leer y, de pronto, ya no. Un libro duro que no da respuestas, pero sí es la semilla de una respuesta y, probablemente, el primer paso de un cambio mayor en la siempre admirable poesía de Ana Merino.    

Image: Muere la actriz y dramaturga Ana Diosdado

Muere la actriz y dramaturga Ana Diosdado

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