Qué raro es todo! por Álvaro Guibert

Siempre/Todavía

17 enero, 2017 13:11

[caption id="attachment_820" width="560"] Imagen de la ópera Siempre/Todavía de Alfredo Aracil y Alberto Corazón[/caption]

La semana pasada fue Le cinesi en la Fundación Juan March. Hoy, otra ópera de pequeño formato: Siempre/Todavía, del compositor Alfredo Aracil y el diseñador y pintor Alberto Corazón. Esta es aún más cámara que la otra, aún más despojada y, como veníamos diciendo, aún más verdad. En el escenario no hay más que un piano de cola y una gran pantalla colgante. La ópera consiste en lo siguiente: sale a escena Juan Carlos Garvayo, se sienta al piano, se hace el oscuro. Garvayo empieza a tocar la partitura de Aracil en sus diversas secciones mientras sobre la pantalla comienzan a proyectarse imágenes y textos de Corazón. Hora y cuarto después, la pantalla se va a blanco, Garvayo deja que resuene el último acorde, se levanta, todos saludan y ya está. ¿Por qué lo llamamos ópera? Primero, porque qué mas da. Hace tiempo que las fronteras entre géneros, en cualquiera de las artes, significan poco. Segundo, porque este espectáculo sin voces es propiamente ópera. Tiene lo esencial: una historia que se nos cuenta a la vez por dos vías distintas: la visual y la sonora. Es ese desdoblamiento del relato en dos canales de percepción simultáneos el que en mi opinión define el género. La voz humana protagoniza —y fagocita—casi todas las óperas, pero no todas (Licht de Stockhausen es una ópera esencialmente instrumental, y no es la única). El poder de la voz para captar nuestra atención es inmenso y se lo lleva todo por delante. De ahí el interés de óperas sin voz como esta: nos recuerdan cuáles son las verdaderas dimensiones del terreno donde se juega este juego.

Siempre/Todavía se representó el lunes en el Museo Reina Sofía, dentro de las Series 20/21 del CNDM. Antes, se había estrenado en el Museo de la Universidad de Navarra. El protagonista de la historia es un personaje anónimo. A Aracil le gusta decir que, más que ver al personaje, el público ve a través de él. En todo caso, lo que se proyecta en la pantalla son las reacciones que provocó en Alberto Corazón la visita que efectuó en 2002 a Damasco, Alepo y alrededores, cuna de nuestra civilización hace unos pocos milenios, hogar de toda barbarie desde hace unos pocos años. Los gestos de Corazón tratan de atrapar el tiempo, el silencio, el estruendo, el viento que habla, como el de Debussy, el fuego, la memoria y otros atractores de poetas. El Museo Nacional de Damasco le parece "... un Arca de Noé donde hubieran arrojado a las especies de nuestra cultura. "Fragmentos, siempre fragmentos". Como dice Alfred Brendel a propósito de Liszt, las formas fragmentarias son las más apropiadas para el arte trascendente. Aracil no se limita a ilustrar todo esto con sonidos. Como buen operista, lo que hace es contar esta misma historia con medios musicales. Su espacio sonoro es transparente, poco poblado. Lo ilumina la tonalidad a la manera de Messiaen, a base de acordes vidriera, que resuenan con colores propios. Los hizo sonar Garvayo, que es un gran pianista y busca apasionadamente nuevas formas de expresión para su instrumento.

 

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Rafael Spregelburd: "Me limito a prepararle al espectador una fiesta agridulce"

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